Yoongi tuvo tiempo de sobra para pasar por las cinco etapas del duelo durante los cuarenta y cinco minutos que duró el viaje de un lado a otro de la ciudad. Había algo extrañamente apropiado en el hecho de conducir juntos por una calle oscura y vacía. Se sentía... definitivo. Fatalista. Como si estuvieran condenados desde el principio.
Había tratado de convencerse de que esto no estaba sucediendo. Que estaba muerto, y que esto era el infierno, y que ahora recibiría todo lo que se merecía por golpear la cabeza de un hombre con un ladrillo. No importaba lo mucho que ese hombre se lo mereciera.
Entonces decidió que no estaba muerto, sino en coma. Que ninguno de los eventos de la noche había sucedido. Que Holden lo había golpeado hasta dejarlo inconsciente y que esto era su cuerpo apagándose, bombeando sustancias químicas tóxicas en su cerebro que lo hacían tener estas experiencias surrealistas. Era lo único que tenía sentido cuando pensaba en los acontecimientos de la noche, tanto los malos como los buenos.
Ahora, se había asentado en la realidad de que algo se había desviado terrible e inexplicablemente durante la noche –mientras Jungkook se enterraba dentro de él– y quienquiera que estuviera al otro lado de esa nota estaba planeando chantajearlos o entregarlos a la policía. Tenía mucho, y poco sentido. Lo que habían hecho seguramente era digno de chantaje, pero ni Yoongi ni Jungkook poseían nada digno de pago.
—Todo va a salir bien —dijo Jungkook por centésima vez desde que habían vuelto a la carretera.
—Lo sé —Volvió a mentir Yoongi, dedicándole lo que esperaba que fuera una sonrisa tranquilizadora.
Yoongi ya se había decidido. No dejaría que Jungkook cayera por esto. No iba a caer por su culpa de nuevo. No por él. En el gran esquema de las cosas, su vida no valía lo mismo que la de Jungkook.
Jungkook tenía una madre que lo amaba, y amigos que lo extrañarían, y una oportunidad de un futuro real. Yoongi sólo tenía a Jungkook. Nadie lo extrañaría, nadie lo lloraría. Tenía sentido que reconociera lo que había hecho y aceptara las consecuencias.
Yoongi ya había tenido la mejor noche de su vida. Había pasado horas con Jungkook, horas en sus brazos y en su cama. Consiguió tener en su corazón el conocimiento de que Jungkook no había pensado en nadie más que en él durante años. Eso era increíble. Incluso milagroso. Le dio a Yoongi algo a lo que aferrarse cuando los pensamientos de la cárcel o la muerte se apoderaron de su interior de nuevo.
En una noche, Yoongi había conseguido todo lo que había querido. Miró a Jungkook, cuyos ojos se concentraban en la oscuridad.
—Te amo.
El coche se desvió cuando Jungkook dirigió su mirada hacia él.
—¿Qué?
—Creo que siempre lo he hecho —dijo Yoongi, asintiendo con la cabeza como si eso hiciera que Jungkook le creyera.
—¿Por qué estás diciendo esto? —preguntó Jungkook, frunciendo el ceño.
Yoongi sonrió suavemente.
—Porque no sé si tendré la oportunidad de decirlo cuando lleguemos y he querido decirlo todos los días desde que volviste a entrar en mi vida, así que pensé que ahora era un momento tan bueno como siempre, antes de que caminemos hacia lo desconocido. Sólo quería que lo supieras.
El agarre de Jungkook al volante se tensó hasta que sus nudillos se pusieron blancos.
—No voy a responderte de vuelta —espetó.
Yoongi sintió como si alguien hubiera golpeado su corazón con la puerta del carro.
—Está bien —dijo, con la voz gruesa.