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Junio llegó mientras comenzaba a aprender a peinar mi pelo, que ahora me llegaba a la altura de las costillas.
Superé todos los exámenes y con buena nota, por primera vez me sentía satisfecha en algo. Debo reconocer que Cristina se dedicó a ser mi profesora particular en los momentos en los que mejor se encontraba.
Los días que se levantaba de humor me preguntaba qué hacía cuando reparaba en mí y lograba distinguirme de los muebles. Jamás la culpé. Vivía en una agonía que no la dejaba ver más allá de su sufrimiento.
Cuando entendí que le venía bien olvidar lo que estaba pasando y volver a su pasado haciendo como que era mi profesora, empecé a dejar de saber más cosas.
Siempre que la veía ensimismada, en una nada oscura que se reflejaba en sus ojos, tal vez imaginando su entierro, pensando en las flores, en a quién le daría cada cosa o a qué mujer su hijo volvería a llamar mamá, yo la rescataba preguntándole algo sobre mis apuntes.
Ella se acercaba, se colocaba el pañuelo, acto reflejo de las veces que acomodaba su pelo. Se miraba las uñas, pálidas como ella, y luego me arrancaba la hoja sin permiso para leer mis dudas.
Después cogía aire y me miraba dubitativa, supongo que tal vez pensaba que era obvio lo que le estaba preguntando, pero creo saber que me entendía y seguía mi juego porque a ella también le venía bien.

-Así no es la métrica- me decía mientras ojeaba un poema antiguo

Yo la miraba como perrito aprendiendo a sentarse y esperaba mi salchicha para obedecer la orden que me mandasen

-¿Recuerdas cuando vimos a Sor Juana Inés?- asentía sumisa y ella seguía -pues estas rimas se le parecen. No son tan fabulosas como las de ella pero la métrica es parecida-

Yo sonreía y ella se avergonzaba cuando me adivinaba. Deseaba volver atrás, no tanto como ella seguro, y que acariciase mi falda a cuadros como acariciaba ahora mis brazos desnudos en la noche.
Se alegró cuándo vio las notas que saqué e incluso las supo antes que yo porque seguía teniendo contacto con sus compañeros, mis profesores.
Me obligó a salir el día que terminé los exámenes aunque yo quería quedarme a su lado.
Estos últimos meses pasaba los findes y cuando no tenía terapia, con su hijo.
Yo los findes me dedicaba a trabajar e intentar no pensar en ella demasiado, aunque se me hacía difícil porque siempre me llamaba y me escribía constantemente para saber cómo estaba yo.
Ese día me prometió que lo pasaría con su familia y su hijo, y que a la noche se lo llevaría a casa y estarían juntos. Básicamente el contarme el plan que tenía era una forma sencilla de decirme que se encontraba lo suficientemente bien para poder prescindir de su lazarillo.
Obedecí.
Me vestí lo mejor que pude y acabé después de cenar tirada en un bar demasiado borracha para lo poco que había bebido.
Hacía tiempo que no salía y me sentía estúpida  al pensar en lo mucho que disfrutaba antes del alcohol, aunque sabía que era la manera más fácil para olvidar todo lo que llevaba acumulado dentro.
Hugo me trajo otra copa y me sacó de mi ensoñación

-¿Qué harás después?

-¿Después?-

-Sí. Ya sabes- dijo como si fuera algo obvio-cuando terminemos lo que nos queda. Estamos a un año de acabar la carrera-

Me encogí de hombros. No había pensado en eso, llevaba tiempo viviendo el día, agradeciendo que el después se basase en simplemente levantarme acompañada de ella otro día más.

-No lo sé. Aún no he pensado en eso- dije mientras intentaba articular mi mejor postura para que no se notase que iba borracha

-Yo creo que me iré este curso que entra-

-¿Irte? ¿A dónde?-

Abrió sus ojos como si fuese a contarme un secreto

-Perú-

Comenzó a reírse al ver mi gesto y habló para responderme antes de que hiciese ninguna pregunta

-Es un nuevo destino que ofertan y la verdad es que me gustaría probar ¿por qué no?-

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora