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Me sentía incapaz de hacer algo coherente aquellos días, comenzaba el calor y agradecía el sol a media mañana pero cuando llegaba la tarde y ponía rumbo a casa, los rayos me picoteaban con fuerza en la cabeza y detestaba sentir como mi pelo se calentaba en el ambiente.

Recogí a Marta aquella tarde en el coche y camino a pasar la tarde en las afueras junto al río me pidió si podíamos acercarnos a buscar a su madre que esa tarde estaba trabajando.

Aparqué nerviosa junto a la puerta de nuestro antiguo colegio, jamás había accedido a algo con tanta rapidez y alegría.
Entramos y llamamos al pequeño timbre junto a la ventanilla de la secretaría, de nuevo el ambiente me traía recuerdos a golpes en mis mejillas y yo los recibía con gusto.
La puerta se abrió sin que nadie se asomase a mirar y Marta la empujó mientras me echaba un leve vistazo.
La seguí mientras tropezaba y nos pusimos rumbo a la sala de profesores en busca de su madre. La voces se escuchaban incluso con la puerta cerrada y ninguna de las carcajadas de dentro me traía a Cristina. Dimos dos leves golpes y se hizo el silencio al otro lado. El pomo giró y una mujer delgada y de baja estatura nos miró asombrada en el umbral

-¡Hombre! - su voz extremadamente aguda traspasó mis tímpanos

-¿Qué tal Carmen? -

Por el tono de Marta supuse que se conocían más que de vista.
Aquella mujer nos hizo un gesto con la mano para que pasasemos y obedecimos sumisas. Al entrar allí estaban todos.
Se levantaron contentos de sus asientos para recibirnos y de nuevo Chelo me abrazó con fuerza

-¡Qué alegría verte! - disparó de inmediato

Miré a todos lados nerviosa pero no la vi en ningún lugar, nos ofrecieron unas sillas y aquella mujer a la que yo no conocía colocó dos cafés sobre la larga mesa

-Tu madre sigue arriba terminando de arreglar unas cosas-

Marta asintió regalándole una sonrisa a Diego, el profesor de matemáticas, luego me miró con picardía y comprendí que ambas recordábamos lo enamorada que Marta estaba de él cuando estudiábamos allí. Por un instante aquello me molestó al sentirme identificada, pero no, a mi Cristina no se me pasó jamás.

Charlamos un largo rato y pude contar más sobre lo que hacía en aquel tiempo, nos miraban con ternura y se alegraban con sinceridad de nuestros logros y yo sólo pensaba en lo extraño que hubiese sido para mí el pensar en aquella situación años atrás.
Media hora después mi café iba por la mitad y sentí la necesidad de buscarla, sabía que estaba allí porque mi cuerpo así me lo gritaba o así quería sentirlo y me propuse inventar una excusa para poder escapar

-Necesitaría ir al baño- dije en voz alta

Chelo me miró con una sonrisa

-Ya sabes dónde está- dijo sin más

Me levanté y dediqué una sonrisa a modo de disculpa a todos los que estaban en la sala. Salí con prisas y cerré tras de mí.

Subí la primera planta intentando hacer el menor ruido posible y cuando terminaba los escalones que daban a la segunda comencé a ponerme nerviosa, no sabía qué decir o si tal vez le molestaría verme allí, en su territorio.

Las puertas que daban a las clases tenían una pequeña ventana a modo de ojo de buey y el pasillo permanecía en silencio y con un aire de verano.
Me acerqué hasta la puerta de la biblioteca y miré por la ventana intentando dejar ver la menor cantidad de cuerpo posible, aquello estaba vacío, repetí el procedimiento en todas las puertas hasta que la encontré sentada en su mesa en la penúltima.
Leía unos papeles con seriedad y con un bolígrafo verde hacía pequeñas anotaciones en el margen mientras negaba con desaprobación. Aquella imagen allí en el mismo lugar dónde la dejé me daba una ternura infinita, seguía intacta en mi recuerdo y tenerla allí encerrada me hacía creer que todas las veces que la había visto fuera eran sólo un reflejo de algo inexistente. El pánico se apoderó de mí y decidí marcharme despacio hacia los baños.
Cerré y me miré al espejo. Mi cara era distinta pero el reflejo que me devolvía aquel cristal era mi yo de hacía cinco años susurrando cosas ininteligibles.
Aquella aglomeración de sentimientos creó un nudo de ansiedad en mi garganta y quise salir de allí casi huyendo. Abrí la puerta y avancé sin apartar la vista del frente

-¿Por qué no me has saludado? -

Su voz me paró en seco y clavé mis pies en el suelo de mármol, antes de poder girarme ya la tenía detrás y su mano apretaba con fuerza mi hombro.
Giré mi rostro y la vi pensativa

-No sabía si tal vez... -

-¿Quería verte? - interrumpió mis palabras

Asentí con vergüenza y pensé en que los pocos avances que había hecho la tarde que la vi caían en pedazos sobre su falda burdeos

-¿Qué haces por aquí? - dijo simpática

-He venido con Marta a recoger a su madre-

Asintió con una sonrisa y apartó sus ojos de mí para mirar al aula en el que estaba

-¿Quieres pasar? -

-Claro- dije sin más

Caminamos juntas y se paró junto a la puerta para cederme el paso, su bolso estaba abierto sobre la mesa y sus cosas se derramaban por toda la tabla de madera

-Está distinto- mi tono de pena quedó flotando en el aire

Se hizo el silencio y me giré a mirarla, seguía en el marco de la puerta observándome y en sus ojos una sonrisa amarga me indicaba que estaba pensando lo mismo que yo

-Ha pasado mucho tiempo- dijo en un tono que me hizo sentir culpable de mi ausencia

Me acerqué a la mesa con cuidado y observé sus papeles

-¿Corregías? -

Se acercó para mostrarmelos

-Generación del 98- dijo mientras acariciaba los bordes de la mesa

-¿A cuántos has suspendido ya? -

Rió mientras los ordenaba convirtiendo aquel popurrí de folios en un único montón

-A pocos, me queda mucho por corregir- dijo fingiendo soberbia

Le sonreí y me devolvió una sonrisa más grande aún. Sentí cómo la confianza subía por mi cuerpo y supe que era en aquel momento o nunca

-¿Qué tal si comemos algún día? -

No la miré en ningún instante e intenté mantener toda la naturalidad posible, cómo si aquello no tuviese relevancia alguna. Sé que me miró porque sentí como mi cuerpo pesaba más en aquel silencio pero intenté deshacerme del peso paseando mis ojos por todos los murales de cartulina de las paredes

-¿El miércoles? -

Mis párpados cayeron con alegría y cuando nuestras miradas chocaron supe que entendía a la perfección mis tácticas

-Yo elijo el sitio-

Rió mientras asentía

-Está bien. Pero invito yo-

Negué con fuerza la cabeza y se irguió retándome

-¿A qué hora sales? -

-A las dos y media- dijo confusa

-A las dos y media te estaré esperando en el mismo sitio de la otra vez. Conduzco yo-

Sus ojos se abrieron con asombro

-¿Cómo que conduces tú? No sabía que tenías coche-

Reí divertida

-Hay tantas cosas que no sabes... - dije a modo de burla

Su mirada se encendió y la media sonrisa de su boca me indicaba que le divertía verme así. Me levanté y puse rumbo a la puerta sin decirle nada pero antes de cruzarla me siseó

-¿No te vas a despedir? -

Me ruboricé y de nuevo sentí que ella ganaba la partida. Me acerqué a ella a paso lento, cómo si la estuviese tentando y cuando me tuvo a su alcance tiró de mi brazo con fuerza y posó dos leves besos en mis mejillas mientras me apretaba. Acabó soltándome y dejándome ir.

Bajé las escaleras aturdida, como si aquello hubiese sido sólo un sueño, como si el olor de Cristina que ahora vivía en mi nariz sólo fuese un deseo muy bien conseguido.

Marta me esperaba en el umbral de la puerta principal junto a su madre

-¿Qué hacías? -

-Nada, saludar- dije sin más

Salimos de allí mientras yo le dedicaba leves miradas a su ventana.

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora