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Se revolvió hasta quedar frente a mí y sin abrir los ojos sonrió. Sabía que la miraba.

-Buenos días bicho- dijo con la voz a medio hacer

Me limité a abrazarme aún más a ella, a creerme que todo lo de la noche anterior era real. Se dejó abrazar entre pequeñas carcajadas, acarició mi pelo y reparó en los pocos mechones que seguían mojados

-Vas a ponerte mala si no te secas ese pelo-

-Nunca me seco el pelo-

-Pues ahora conmigo, sí. A la ducha-

Me revolví mientras refunfuñaba palabras sin sentido, soltó una carcajada algo más sonora que me indicaba que le divertía mi queja.
Se levantó y tiró de uno de mis brazos hasta incorporarme. El pijama mal colocado por su cuerpo me siseaba para enseñarme los trozos de carne que Cristina llevaba al descubierto. En su vientre, medio desnudo, pude ver una marca profunda. Cuando mis ojos se pararon en seco sobre la cicatriz ella bajó su camiseta con prisas e hizo como si nada. Ambas nos dimos cuenta, ambas evitamos el tema. Ella probablemente por vergüenza y yo por no querer que se sintiese mal.
Me arrastró hacia la ducha entre risas, me dejé arrastrar oponiendo falsa resistencia y cuando los sonidos comenzaban a elevarse me mandó a callar poniendo una de sus manos sobre mi boca

-shh...- sonrió y acercó su cara a la mía- es temprano, vamos a levantar a los vecinos de las demás casas-

Sonreí y enmudecí. Me miró orgullosa, sabiendo que aún tenía efecto en mí. Y en el silencio nuestros ojos chocaron hablando de cosas distintas. Una chispa de tensión eléctrica sonó en el ambiente y mi corazón, pegado a la pared, comenzó a bombear con más fuerza, con más ansiedad, como bombea el corazón de alguien que sabe que se acerca un peligro.

Y en efecto, el peligro se acercó hasta mis labios, los besó, esta vez volvió la Cristina de aquella noche en su casa. La Cristina agresiva y territorial. Me chocaba sentirla así, me chocaba su necesidad de tocarme y apretarme con fuerza. Su necesidad de marcar los tiempos y de mantenerme quieta en el proceso. Me chocaba y me gustaba porque sabía que era la única manera que tenía de demostrar lo que sentía. No iba a hacerme jamás una declaración de amor, no aparecería con rosas y un perdón bajo mi puerta. Ni si quiera creo que se dignase a planteárselo en su cabeza. Así que ella, dentro de sus propios límites emocionales, me estaba enseñando todo lo que sentía por mí.
La correspondí, aún con labios tímidos, frágiles, labios de alguien que parece un inexperto. Y me molestó reconocerme así, porque sólo era así con ella.

Acabé acorralada entre la pared y su cuerpo, sus brazos rodeaban mi cara inmovilizándome y mis manos intentaban torpemente tocarla debido a la presión. Comencé a sentir un calor infinito, supe que mis mejillas explotarían en cualquier momento. Y cuando por fin encontré el camino por su cuerpo, cuando por fin me decidí a acercar una de mis manos hasta su torso, se apartó con prisas.
Revolvió su pelo ya de por sí revuelto y suspiró recomponiéndose.

-Dúchate. Voy a hacer el desayuno- dijo medio jadeante

Sonreí al verla así y se dio cuenta del motivo de mi diversión. Me dio un codazo avergonzada

-No seas petarda-

Desapareció de la escena y yo me metí bajo el agua ardiendo de la mañana.

Salí empapada y la vi medio tirada sobre el sofá con un café en una mano y un cigarro en la otra. Me acerqué al gran ventanal que daba al pequeño patio. El cielo estaba gris y el sol parecía pelearse a patadas con las nubes para salir. Olía a lluvia, a césped mojado, a campo fértil.

-No me hagas ir a vestirte. Deja de buscarte un resfriado- soltó autoritaria

Me dirigí entre risas a la habitación a cambiarme y antes de probar el primer sorbo de café de la mañana, me sequé el pelo escrupulosamente para que no pusiese ninguna pega. No pude negar que me gustaba que me tratase así, medio maternal, medio amante frustrado. Y me resultaba raro el pensar que podía ser ambas y ninguna a partes iguales.

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora