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Como prometió, al día siguiente me llamó y me pidió que la acompañase a una prueba. Horas más tarde, dejé a Raquel arreglando algunas cosas del trabajo y me fui a recogerla.
Salí de allí y sentí los ojos de Raquel estrujando mis hombros. Debía hablar con ella pero no sabía realmente qué explicarle, o tal vez, cómo explicárselo.

Rumbo al hospital me dijo que no me preocupase por nada. Que todo estaba bien y que la prueba consistía en una especie de pre-anestesia y recoger unos resultados anteriores.
Tragué saliva mientras la escuchaba, clavé mis ojos en la carreta y una mano invisible le tapó la boca al nudo de mi garganta. El silencio era asfixiante en aquel lugar, los suelos brillaban y reflejaban mi cara de angustia y la pasividad de Cristina. En un mostrador diferente al principal la atendieron con rapidez y la pasaron a otra consulta.
Subimos el ascensor en silencio y una de sus manos rozó la mía con cariño. En sus nudillos escuché cómo me decía que no había nada de lo que preocuparse.
Llegamos a una gran puerta y un hombre pasado de los sesenta nos ofreció asiento en su consulta. El suelo lucía igual de brillante que el de la planta baja y los zapatos de goma de aquel señor eran lo único que se escuchaba antes de que rompiese a hablar.
Le hizo un par de preguntas. Qué medicación tomaba, alergias y alguna que otra más. La voz de Cristina sonaba lejana, como si ella respondiese por otra persona. Después de aquello la obligaron a tumbarse en una camilla y quitarse la blusa. En cuánto comenzó a desabotonarla me giré nerviosa. "Qué absurdo, ya la has visto antes"

-No hace falta que te gires. No hay nada que no hayas visto ya-

Asentí pero no me giré

Después de intuir que le tomaban la tensión y le ponían algún que otro cacharro sobre el pecho, escuché la camilla moverse y supe que había terminado. Me giré a mirarla y vi sus ojos clavados en mis piernas

-¿Todo bien?-

Asintió sin decir más

Me ordenó salir mientras hablaba con el médico y a los quince minutos apareció colgando su bolso en el hombro.
Miró su reloj cuando llegó hasta mí

-Es tarde ya ¿Te apetece comer algo?-

No entendí por qué quiso ir a la venta a la que hace tanto tiempo fuimos. Pidió lo mismo que la última vez y una cerveza.
Dio el primer trago en silencio y luego me miró

-¿Cómo estás?-

-Tendría que preguntártelo yo ¿No crees?-

Soltó una carcajada que alegró las nuevas arrugas de su cara

-Ésta es la parte más fácil-

-¿Y la difícil?-

Apretó sus labios pensando

-Supongo que todo lo que viene ahora-

Estiró con sus dedos el mantel como intentando calmarse

-¿Cuándo te operarán?-

Miró hacia el cielo y luego sus ojos se clavaron sobre mi cuello

-En dos meses-

-¿Y después?-

Aspiró todo el aire que pudo

-Después ya se verá- mordió sus labios y creí que algo en su mente la obligaba a seguir hablando- puede que con esto sea suficiente o puede que haga falta algo más-

-¿A qué te refieres con algo más?-

-Ya sabes- apretó sus uñas- radioterapia o quimioterapia... Tal vez ambas-

Se me estrujó algo dentro. Había visto a pacientes de aquellos tratamientos. Y no. Mi Cristina no podía quedarse en ese estado

-Nada que no pueda soportar- dijo al ver mi rostro y luego soltó una leve risilla

Comimos en silencio y sin prisas. Se interesó por saber qué tal me iba

-¿Cómo se llamaba aquella chica?-

-Raquel-

-Eso... Raquel...- Tanteó aquel nombre en sus labios y sentí celos

-¿Es buena?-

Asentí dándole la última calada al cigarro

-¿Quieres hacer tu vida con ella? ¿Estás enamorada?-

Aquellas preguntas me cortaron por la mitad. ¿Enamorada? ¿Hacer mi vida con ella? ¿Acaso Cristina aún no era consciente de lo que yo sentía por ella?

Negué molesta y sin mirarla. Agarró una de mis manos con fuerza y me obligó a mirarla

-Deberías Évora... No se encuentra a alguien así todos los días-

Sé que se dio cuenta de cómo me sentía porque mis lágrimas me delataban y la poca compasión que le quedaba se asomaba por su cara. Dejó de tocarme y permaneció en silencio unos segundos

-Aunque bueno... No elegimos de quién nos enamoramos ¿No?-

Negué de nuevo

La dejé en su casa y me invitó a pasar. Reconocí que aquel día el alcohol me había afectado más de lo normal y estaba también un poco más triste de lo normal. Besó mis mejillas con cariño y luego examinó mi rostro confusa

-¿Estás bien? No tienes buena cara- 

Asentí y se escucharon unos truenos a lo lejos

Miró al cielo con gesto serio. El sol se había ido y lo poco que iluminaba era un cielo rojo sangre. La lluvia era inminente y quise irme de allí en medio de una crisis de ansiedad bien escondida

-Évora, se ha hecho tarde. Quédate, por favor-  agarró mis hombros y la miré

Pensé que tal vez se sentía culpable por sus palabras de antes, pero eso me hacía enfurecer más. ¿Era capaz sabiendo lo que yo sentía por ella de decirme eso?
Puse una excusa tonta y me dejó ir resignada.

Cuando cerró la puerta me acerqué de nuevo a aquel matorral, buscando el pajarillo del día anterior. Reconocí que seguramente algún gato lo habría matado y me fui a mi casa con la pena y el nudo en el cuerpo.

Al encender de nuevo el coche, me di cuenta que una de mis luces se había fundido. "Mierda, no tengo dinero para arreglar esto" fue lo primero que pensé.
Un rayo en el cielo iluminó la carretera y las gotas de lluvia sonaban como patadas contra mi cristal. En un instante dejé de ver la carretera completamente. Activé los parabrisas a máxima velocidad, por segundos sabía que iba por el camino correcto.
Pensé en llamar a Raquel, en decirle que tenía miedo de volver a casa con este tiempo, y parar el coche allí hasta que aquello parase.
Luego pensé en llamar a Cristina y pedirle que viniese por mí, pero ya estaba lejos y eso era ponerla en riesgo tal vez a ella.
Así que decidí que lo mejor era continuar con precaución. Y antes de terminar de escuchar en mi mente la palabra precaución, el coche comenzó a vibrar y hacer ruidos extraños. Intenté frenar y un chirrido sonó entre el silencio. Después de aquello, el volante dejó de hacerme caso y todo comenzó a dar vueltas y a romperse a mi alrededor. Todo fue negro hasta que me despertó el sabor a sangre de mi boca. Intenté mover los pies y me alegré como nunca de poder hacerlo, el cinturón me medio ahorcaba y al intentar quitarlo con mi mano supe que no podía mover el brazo. El agua seguía cayendo y sentí que estaba empapada. La frente me ardía y empecé a temblar no sé si de miedo o de frío. Grité un par de veces pero sabía que nadie iba a escucharme, y después de mucho llorar comenzó a entrarme un sueño extraño. Lo noté, lo había notado segundos antes, me estaba yendo de nuevo.

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora