El viaje de vuelta estuvo sumido en el más absoluto silencio, de vez en cuando mis manos intentaban planear cerca de su cuerpo y ella aunque no parecía reticente, decidió que el contacto físico aquella mañana estaría prohibido.
Me dejó en mi casa sin muchas palabras de despedida, tampoco hubo una promesa de volver a vernos. El idilio de los cinco días para siempre había terminado, la orquesta comenzaba a recoger sus instrumentos y mi "yo" interior aporreaba un tambor pidiendo borracha de amor que continuase la fiesta. Como una novia que no quiere que acabe su banquete de bodas.
La llamé a los días y me contestó medianamente simpática, aquella noche nos vimos. Una cena estándar en su casa en la que las palabras compartidas fueron temas aleatorios sobre las clases que tenía que comenzar a preparar. Tres días después volví a insistir.
-¿Qué tal estás Cristina?-
Suspiró al otro lado
-Bien. Estoy liada, te llamo en otro momento ¿vale?-
Colgó antes de escuchar mi respuesta y realmente yo sabía que tampoco le importaba mucho lo que yo pudiese objetar. No llamó. Nunca más volví a saber de ella en esas dos semanas eternas en las que no paré de preguntarme qué pasaba o qué podía yo haber hecho. Y de los últimos momentos que repasé en mi mente, sólo pude encontrar el hecho de querer tocarla. Me sentí entonces una basura de persona y pensé en volver a insistir llamándola simplemente para pedirle perdón por aquello.
Dos días tardé en decidirme, y al quinto toque asumí que no iba a cogerme el teléfono. Tres llamadas más a lo largo de dos días. Cinco en una semana y acabaron siendo quince en diez días. Cristina había desaparecido totalmente.
Estaba absolutamente desesperada. No entender la situación era la tortura mental más fuerte a la que había estado sometida. A eso le sumé lo mal que gestionaba la incertidumbre y el saber que probablemente y conociéndola, no volvería a buscarme.
Lo pensé muchas veces, le di mil vueltas a mil posibles fallos y de camino a su casa repasaba la conversación al detalle. Otra vez reconocí que estaba señalando con luces de neón las salidas de emergencia sentimentales.
Las luces estaban encendidas y al menos me alegró saber que seguía viva. En cuanto mis pasos se acercaban, mis oídos comenzaban a escuchar música que provenía de dentro. Algo suave, delicado, alegre.
Me planté frente al timbre y llamé. Al momento la música se cortó y las luces se apagaron. Si estaba intentando huir de mí no se le daba demasiado bien disimular, y pensé en si tal vez, me había visto en su puerta por alguna ventana. No me moví de allí con la intención de hablar con ella forjada a hierro. Y supongo que intuyó que así sería cuando escuché a alguien al otro lado
-¿Quién es?-
Entonces me paralicé. Era la voz de un hombre, era la voz de Kike
-¿Está Cristina en casa?- pregunté sin más
Se hizo un silencio al otro lado
-No...- hizo una pausa- no está ahora mismo en casa-
Supe que no me había reconocido
-¿Podría decirme dónde encontrarla?-
-¿Quién eres?-
-Évora- solté sin más
Y entonces un chasquido me indicó que había colgado.
Me senté en el coche en medio de una crisis de ansiedad, no sabía qué coño estaba pasando. No entendía absolutamente nada. Volví a llamar a Cristina y volví a escuchar un mensaje del contestador que ya me parecía incluso repugnante.

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Oficuo
RomanceYa nada ansío Nada mi cabeza logra ya levantar nuevo y hermoso cuando quiero vivir pienso en la muerte y cuando quiero ver... cierro los ojos M.M.