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Deshicimos los pasos que nos llevaron hasta aquella librería, Cristina llevaba la mano que le quedaba libre apoyada en mi nuca y me dirigía por calles estrechas donde no deambulaba casi nadie, yo me sentía en el cielo gracias a su contacto.

-¿Tienes prisa?- preguntó simpática

Negué con mi cabeza y sintió el gesto en su mano, que se movía amoldándose a mi cuello

-¿Te parece si nos tomamos algo en un bar que está cerca?-

-Me parece bien-

Giré mi cara para mirarla y me devolvió una sonrisa

Me guió hasta aparecer en una pequeña plaza escondida, alrededor de ésta sólo había edificios de viviendas antiguas de las que colgaban enredaderas adornadas de flores. La tranquilidad y la soledad abrazaban aquel sitio y me cautivó al instante.

-Siéntate-

Me ordenó mientras quitaba de mi mano una de las bolsas y las colocaba todas en la silla de una mesa que había en los veladores. Me senté y ella entró, al instante salió y se sentó en el asiento que quedaba a mi derecha. Movió su silla para girarla hacia mi cuerpo y se acomodó cruzándose de piernas. La imité

-Me encanta este sitio- dijo mientras lo observaba

-Es precioso- susurré

Me miró y clavó sus ojos en los míos mientras sonreía tímidamente, no dijo nada

-¿Cómo lo conociste?- pregunté curiosa

Rió al instante y adoptó un gesto divertido

-Tuve una cita aquí una vez-

Sonreí falsamente

-¿Kike?- pregunté

Negó con su cabeza sin apartarme los ojos y aumentando la sonrisa

-Fue antes de Kike-

No me atreví a preguntar más sintiéndome afortunada de las pocas confesiones que a veces se atrevía a hacerme

Apareció el camarero y dejó sobre la mesa dos cafés. Cristina lo miró con un gesto serio y desapareció al instante dejándonos solas de nuevo

-¿Tú por dónde sales?-

Me extrañó su pregunta y me alegró a partes iguales que se interesase por mí, le conté con pocos detalles los lugares que frecuentaba cuando salía de trabajar y entonces reparó en preguntarme por el trabajo

-¿Cómo se llama el bar dónde trabajas?-

-Manantial- respondí al instante

-¿Te pagan bien?-

Asentí. No podía quejarme del sueldo

-¿Dueño o dueña?-

-Dueño- respondí

Asintió pensativa, como si estuviese sopesando toda la información que yo le brindaba a modo de confesionario

-¿Estás contenta con el trabajo? ¿Te tratan bien?-

Su tono era serio y su gesto preocupado, era la primera vez que alguien me preguntaba si era feliz allí

-No puedo quejarme aunque algunas noches es duro-

Permaneció seria y me miraba con ojos severos

-¿Duro?- su tono cambió a reproche

Asentí

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora