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La seguí hasta la cocina, era de un blanco impoluto pero con un pequeño desorden que me agradó, Cristina tendía a ser extremadamente maniática con el orden pero parecía que en su casa aquella faceta se quedaba igual de fuera que yo de su corazón.

Abrió el frigorífico y me miró, me apoyé en la pared y me crucé de brazos esperando alguna propuesta suya pero permaneció en silencio unos instantes con la vista perdida por mi cuerpo, sabía que no estaba aquí en ese momento

-¿Qué te apetece cenar? - bajó de las nubes y sus pupilas entonces fueron más nítidas

Deseé interiormente escuchar aquella frase cada noche cómo un especie de mantra.

Me encogí de hombros

-Vamos, algo querrás - dijo risueña

-¿Qué tienes?-

-¿Te gusta la verdura? -

Asentí sabiendo que había obviado mi pregunta

-¿Y el pescado? -

Asentí de nuevo

Se escondió de mí tras la puerta de aquel frigorífico color plata y escuché el ruido que hacía buscando entre las cosas.

Sacó algunas verduras y las dejó sobre la encimera, luego sacó dos filetes de algún pescado de un olor fresco y cerró con sus caderas la puerta. Yo la miraba con la misma postura del principio hacer todo aquello, me divertía cómo se movía y cómo su ancha ropa la acompañaba tapando lo que yo tantas veces quise taparme también a mí misma.

Lavó las verduras y las colocó en el mismo lugar, luego se giró y me miró con picardía

-¿Piensas quedarte mirándome cómo hago la cena o vas a ayudarme? - dijo cariñosa

Sonreí y me acerqué mientras ella sacaba dos cuchillos de algún cajón de un color burdeos intenso. Me ofreció uno de ellos y luego acercó algunas cebollas y pimientos hasta mí

-No te cortes, no suelen gustarme mucho los hospitales - dijo mientras chocaba en un leve toque sus caderas contra las mías

La miré y reí y sentí que mis piernas temblaban por aquel efímero contacto tan fortuito como placentero

Agarré aquellas verduras con unos nervios mal contenidos, mis manos temblaban de la vergüenza y aquella minuciosidad bajo su mirada era el trabajo más duro del mundo.
Comencé a cortar los pimientos mientras ella andaba distraída preparando las sartenes y ordenando el pequeño desastre de juguetes y galletas que probablemente su hijo habría dejado en la merienda.
Cuando empecé a cortar las cebollas noté cómo mis ojos me pesaban y las lágrimas se asomaban inevitablemente por mis párpados, no dije nada y continué con la labor intentando darle la espalda lo más disimuladamente posible. Se acercó hasta mí y me descubrió

-¿Por qué lloras?- dijo en un tono irónico

Sonreí y negué con la cabeza maldiciendo los aprietos en los que a veces y por diversión me ponía.
Arrebató el cuchillo de mis manos y me agarró por los hombros hasta girar hacia a ella y quedar frente a frente. Posó sus manos sobre mi cara y arrastró sus dedos con delicadeza hasta mis ojos. Limpió las lágrimas y noté el filo de sus uñas sobre mi piel

-¿Por qué siempre tienes esas ojeras? - dijo cariñosa sin apartar sus manos

Sonreí al borde de un abismo imaginario y me encogí de hombros

-Deberías dormir más - dijo quitando una de las manos y dándome una pequeña cachetada con la otra. El impacto fue tan leve que lo único que podría verificar que aquello había ocurrido de verdad era el recuerdo de sus manos frías

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora