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"Olvídalo, eres joven, vive tu vida"

Parecía que sí, que comenzaba a olvidarlo. Las clases ayudaban en la medida de lo posible, aunque evitaba pasar por el pasillo de su antiguo despacho. Me centré en todas las asignaturas que arrastraba y en pasar más tiempo con la gente de mi clase. Reconocí que no era tan malo hacer amigos, incluso les presenté a Raquel.

Los días pasaban y acabé sin darme cuenta metida dentro de un octubre frío  que solo se apaciguaba si dormía entre los brazos de Raquel.
Empecé a dejar algunas cosas en su casa de manera "involuntaria". Ella se reía cuando encontraba alguna camiseta o algún pantalón mío por allí. Lo lavaba con ternura y lo guardaba dentro del armario, junto a su ropa. Luego, cuando volvía como casi cada noche a su casa, me exigía que comprase un nuevo armario porque ya la ropa de las dos no cabía en uno solo.
Yo me reía alegando que eran despistes y ella asentía como si de verdad creyese aquello.
Agradecí las pocas preguntas que me hizo cuando volví del viaje con Cristina. Agradecí que jamás me preguntase por qué me levantaba llorando por las noches. Que no me obligase a comer cuando no tenía hambre y que entendiese mis silencios incómodos cuando algún pensamiento sobre Cristina inundaba mi cabeza.

Y realmente y a pesar de todo, seguía pensando en ella.
La imaginaba contenta, de nuevo en casa, con su vida de siempre. Tal vez incluso hasta pudo venirle bien ese paréntesis que vivimos. Su marido se dio cuenta de que podía perderla y puede que se estuviese esforzando más por cuidarla. Y si realmente era así, en el fondo no tenía nada que reprocharle a ella. Jamás me mintió realmente, cumplió lo que prometió, aquellos cinco días para siempre.

"Y después ya se verá" apuntó mi cabeza como si fuese ella la que hablase. Y verse no se vio mucho, ni si quiera yo la pude ver a ella. Sonreí mientras miraba aquella taza de café medio vacía. "Sí. Ni si quiera yo la pude ver a ella".

-Así deberían ser todas las tardes, una clase, un café y a casa-

-Hugo deberías irte de la carrera, te está consumiendo- sonreí con picardía viendo su gesto de falsa molestia

-¿Hablas de ti o de mí? ¿Te has visto últimamente?-

-Todos los días en el espejo-

-Tu novia te está robando hasta los kilos. Tal vez y sea verdad que el amor quita el hambre-

Sonreí resignada por aquel golpe bajo. Sí, el amor restaba kilos para hacerse más espacio, pero el mío me había dejado el cuerpo entero vacío

-Cállate. No tienes ni puta idea- dije fingiendo no importarme

-Sólo dime ¿Estás bien?-

Mire de nuevo aquella taza de café, y en los posos vi un mensaje de Cristina "Yo sí estoy bien Évora"

-Sí, está todo bien- contesté zanjando el tema

Hacía un frío que calaba los huesos en extremo, llevaba una bufanda que me cortaba hasta la respiración y el pelo metido dentro de un abrigo que me libraba del viento.
Caminaba junto a mis amigos de siempre rumbo a beber en la orilla del río. Las botellas sonaban chocando unas contra otras y mis pasos las acompañaban en sintonía.
No me gustaba el temblor que comenzaba a tener mi mano por aguantar un vaso helado pero a la quinta copa de vino barato ya toda la ropa me sobraba.
Me alejé del grupo y me senté en la orilla del embarcadero en el que estábamos. Esa noche había luna llena y los rayos iluminaban a los peces que saltaban buscando comida.
Encendí otro cigarro y me perdí en las pocas olas de aquel río mugriento.
Recordé otra vez su pelo, su olor, las gafas de sol horteras que usaba y como buscaba mis manos cuando alguna de las dos conducía. Intenté mentalizarme de que aquello era real, que había pasado, y me asusté reconociendo que el tiempo lo comenzaba a convertir todo en un espejismo.

-¿Otra vez sola?-

No me hizo falta girarme para reconocerlo

-No estoy de humor Jose-

Se sentó a mi lado y me arrancó el cigarro para llevárselo a la boca. A la segunda calada, habló

-¿Quién es?-

-¿Quién es quién?-

-Deja de ser estúpida-

-No sé de qué hablas-

-¿Te ha dejado?-

Algo crujió dentro al escucharlo. Sí, realmente me había dejado, pero escucharlo en voz alta por primera vez lo convirtió en sentencia irrevocable

-Sí- contesté con la voz rota y las lágrimas saltando por salirme del cuerpo

-¿Qué ha pasado?-

Me encogí de hombros sabiendo que las palabras iban a ir acompañadas del llanto

-Ni si quiera lo sé-

Chocó su pierna contra la mía y me devolvió el cigarro

-¿Lo sabe Raquel?-

Negué matando el cigarro y tirándolo al río

-¿Quieres más a Raquel?-

Aquella lágrima se escapó y como si fuese una sindicalista, hizo que las demás la siguieran

-No-

Asintió pensativo, probablemente buscando qué decir. "Tranquilo Jose, no hay mucho que añadir" sonó en mi mente

-¿Eras feliz?-

-Sí pero aquello era imposible-

Me miró y sus ojos preguntaron

-Me doblaba la edad, estaba casada y con un hijo y fue mi profesora-

La honda de mis palabras hizo que retrocediese su cara ante la sorpresa

-Vaya, sí, era un poco dificil-

Asentí sin querer escuchar nada más

-¿Crees que ella fue feliz?-

-Supongo que sí-

-Pues entonces no hay mejor final ¿no crees?-

Quité los restos de lágrimas con mis dedos y lo miré

-No puede haber mejor final, sí-

Se levantó, apretó uno de mis hombros y besó mi cabeza

-Luego vuelvo un rato a robarte tabaco-

Desapareció dejándome de nuevo sola

Sí. No había mejor final, el problema era que había final.

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora