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Salí airosa de los exámenes para mi sorpresa y a cada rato que lo recordaba me pasaba una mano por la frente y suspiraba, sintiéndome como un condenado a muerte que se salva por el amor de su verdugo.

Hacía días que el segundo cuatrimestre había comenzado y me había propuesto llevarlo mejor, a sabiendas que pocos o nadie son los que se salvan dos veces.

Me fumaba un cigarro en la parte de los jardines que ya había adjudicado como mía, volví a sacar aquella carpeta, la había releído más de cinco veces y sabía que se había salvado del destino de algunas de sus hermanas, también por el amor del verdugo a su condenado, y más bien, porque las letras eran más suyas que mías.

Saqué el lápiz y me aventuré a intentarlo una vez más:

Elegías y sátiras
en un sólo ojo se vislumbra ese ejército
con esa espada húmeda de ti
vas haciendo perecer a los curiosos.
Con esos detalles que no intuyes,
vives ausente
con un corazón en dos legiones,
una ya batallada, la otra joven de mí
Y sin embargo vivo intentado encontrar la manera;
Y si tus manos en caricia rozar pudiera
Si mi nombre en tu boca se va
sin darse a luz
Y si en mis guerras fuese yo victoria
Si hubiesen anidado ya en tus palmas
Y con sátiras y elegías
Ya alguien habría sido vengado por ti;
Entonces ya no seriamos,
Tú invisible y yo ciega
haríamos esa redundancia
tan egocéntrica como infinita
Si todo fuese tan insípido como palpable
Entonces amor,
Yo,
No te amaría

Suelto el lápiz en el césped y suspiro satisfecha. Mañana dejará de gustarme. Observo los alrededores, la gente pasea y me gustaría saber dónde van o si tal vez, tampoco tienen dónde ir como yo.

A lo lejos veo una figura, camina tranquila, a pasos largos, se revuelve de vez en cuando y da un pequeño salto con sus hombros para volver a colocarse el bolso, me divierte el gesto, me recuerda a Cristina. Se va alejando cada vez más, y deseo con ansia que se siente en algún banco donde pueda verla a cierta distancia, porque realmente, se parece en exceso a Cristina. Me regala su espalda mientras se aleja y veo que para en seco para encenderse un cigarro, su pelo ondea con el viento y veo en cada reflejo de luz, los mechones de Cristina saludándome. Un graznido me hizo volver y apartar la vista, entre los árboles, un pequeño pajarillo negro se revuelve con violencia y me enternece su corta edad y la torpeza con que vuela.

Cuando vuelvo la vista ya no está y clavo los ojos en las letras con un sabor de boca un tanto amargo.

¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨

Asistí a todas las clases en aquella semana y un tedioso trabajo me amargaba los días. Me dirigía con algunos compañeros de clase a la segunda planta, allí había un aula reservaba para estudios y trabajos en grupo y aunque prefería hacerlo sola, sabía que un poco de ayuda no me vendría mal. Al final de aquel largo pasillo la puerta del aula permanecía entornada pero yo me atrasaba observándolo todo por enésima vez. Me acerqué al borde de uno de los grandes ventanales que colgaban a lo largo de éste. Daban al patio interior donde la gente salía en los descansos. Esa tarde la fuente estaba encendida y de su grifo caían con violencia los chorros, que acababan salpicando gotas en su borde. No escuchaba el ruido pero sí sentía en mi interior el zumbido del agua. De la cafetería vi salir su figura, la reconocí al instante, siempre iba sola, y agradecí, habiendo perdido la cuenta de cuántas veces lo hice, que la altura a la que estaba no me permitiera verle la cara.

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora