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Aparecí antes de tiempo aquel jueves pero no me atreví a presentarme en el sitio exacto hasta que no dieron las cinco y media.

Se atrasó diez minutos en los que pude imaginarme mil tragedias que la imposibilitarían a acompañarme, pero desde una esquina, finalmente, se acercaba a paso rápido dedicándome una sonrisa

-Siento atrasarme, he tenido que ir a recoger unos papeles-

Estaba agitada y jadeaba, le sonreí

-Tranquila, no pasa nada-

Sonrió y esperé un instante a que se recompusiera

-¿Vamos?-

Asentí con la cabeza y salimos de allí, ella llevaba ese día un bolso distinto al marrón desaliñado habitual y mientras se recolocaba el asa en el hombro yo intentaba engancharle el corazón.

Cruzamos mil calles y paraba en cada escaparate

-¿Te gusta?-

Me señalaba alguna prenda de colores sobrios y yo negaba risueña con la cabeza

-¡Qué gusto más raro tienes!-

Apuntaba mientras fingía un gesto de disgusto que me divertía

Pasamos junto a un grupo de extranjeros, el guía les hablaba en inglés mientras señalaba un edificio antiguo pero bien cuidado

Chasqueó los labios y negó con la cabeza

-No entiendo la manía de no pronunciar bien las palabras- arrugó la frente- se pronuncia "steiiiiit" aunque sea state-

Hizo incapié en la última vocal y reí mientras la miraba

-No me mires así, me pone mala- reía

Me divertía como Cristina se indignaba y la recordaba cuando suplía al profesor de inglés y nos recriminaba la pronunciación

Paró frente al escaparate de una tienda muy iluminaba

-¿Esta blusa tampoco?-

Me miraba expectante, como si fuese innegable el decir que era la prenda perfecta

-Tampoco- le dediqué una mirada cómplice

Negó con la cabeza mientras reía, no coincidíamos en nada

Recordé entonces aquella blusa. Se acercaba la primavera, el tiempo invitaba a deshacerse de la ropa y de los miedos, ella apareció bajo el umbral del aula, más radiante y contenta que nunca. Unos vaqueros a los que no era muy aficionada apresaban sus muslos de luna y una blusa estampada de flores blancas y de un color azul pálido, escondía el torso que yo tantas noches me negaba a imaginar por pavor y respeto. Con el tiempo me atreví a hacerle saber que aquel trozo de tela me gustaba, se hizo entonces menos usual verla con ella puesta y lo tomé como una negativa a alegrarse de todo lo que me agradaba de ella. La última vez que se la vi puesta se acercó a mí en el recreo y en voz baja me prometió que cuando me graduase me la regalaría. Aquella mañana mi corazón decidió celebrarlo con fuegos artificiales por mi cuerpo, pero ella nunca cumplió esa promesa.

-¿Todavía tienes la...?- No me atreví a terminar aquella frase

-Sí, no llegué a dártela nunca-

Su tono sonaba indiferente y no me miró en ningún momento, pero me alegró saber que al menos nunca olvidó aquello.

Continuamos el camino en silencio, girábamos las esquinas y numerosos escaparates se abrían a nuestro paso pero ella permanecía con la vista colocada al suelo y solo la levantaba para fijarse en cualquier persona que nos cruzásemos por el camino, para después volver a desviarla al suelo y articular ese gesto apagado. Me sentí profundamente mal y culpable de aquello y me propuse arreglarlo.

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora