Desperté con sus piernas enredadas entre las mías. La noche anterior dejamos la ventana de la habitación abierta y la brisa fría de la mañana me pegó en la cara. Los pájaros revoloteaban entre las ramas de los árboles de enfrente.
Giré mi cabeza y la encontré con los ojos plácidamente cerrados. Medio sonreía y tenía la boca entreabierta. Hacía tiempo que verla dormir no significaba escuchar el crujir de su mandíbula. Quise creerme que aquella placidez era por el simple hecho de tener seguro que seguiría a su lado. Y que todo este tiempo, estas semanas de angustia, eran porque pensaba que iba a salir corriendo.
Deshice la trenza que eran nuestras piernas y me giré completa para abrazarla. Se despertó en el primer movimiento y sonrió tranquila-¿Tan temprano tú?- preguntó con ironía
-Me gusta verte dormir-
-Ya claro...- medio rió y pasó uno de sus brazos por mi cuello para atraerme- y que te ha dado frío también- agarró la manta y nos tapó completas a ambas para luego besar mis labios
Reí bajito para no molestar a los pájaros y luego me pegué más a ella
-Estás guapa hasta cuando te despeinas- dijo apartando un mechón de mi cara
Yo me limité a sonreír y dejarme querer un rato más. No quería levantarme de esa cama, no quería que pasase ese día, ni esa semana, ni ese mes. Quería parar el tiempo en ese instante en el que sus brazos me guardaban y me cuidaban. Besé su mano y dejé mis labios ahí. Reconocí, debajo de todo el dolor que había en su piel, el olor a lilas. Y sonreí sin que me viera porque pensé que la estaba recuperando.
-¿Qué quieres hacer antes de irnos?-
La volví a despertar y me eché a reír al darme cuenta de que seguía dormida
-Eres tonta- dijo cuando se dio cuenta y se echó a reír ella también para luego cerrar de nuevo sus ojos
Así que decidí dejarla descansar, sintiendo que así, sin moverse, en otro plano donde no pensaba. Se curaría antes.
Salí despacio de la habitación y la miré por última vez, seguía con la boca entreabierta y los ojos delicadamente cerrados. Tenía las palmas de sus manos tranquilas, apoyadas en la almohada. Agradecí no escuchar el crujir de sus nudillos ya tan típico al dormir. Agradecí que de verdad estuviese descansando y decidí que la dejaría el tiempo que necesitase.Me vestí en silencio y salí a tomarme un café en el bar más cercano.
La vida en ese pueblo era tranquila, estábamos a martes y apenas había coches por las calles estrechas. No se escuchaba el ruido de la máquina de hierro tan grande que era la ciudad.
Me hubiera gustado quedarme allí a vivir, junto a ella. Y que de verdad trabajásemos juntas como me prometió.
Llegar a casa y que me riña por no haber hecho la cama, que alguien me cuide si enfermo, que me obliguen a desayunar tostadas.
Pasé la mañana allí tirada, en un velador de plástico roído del sol. Imaginé mil escenarios distintos.
Cristina eligiendo el color de las cortinas. Cristina cambiando los muebles de sitio. Cristina riéndose de mi miedo a las tormentas. Cristina desnuda en la cama. Cristina besándome en la bañera. Cristina peinándome. Cristina curándome una herida.
Sonreía interiormente, y pensaba que sí. Que ahora sí que la veía mejor, que solo necesitaba tiempo para recuperarse.
Llegaríamos a la ciudad y le darían la última sesión. Se acabaría la pesadilla para ambas. Volverían todas las piezas a su sitio. Cristina dejaría de ser un puzzle de cables, vómitos y tristeza.
Mi móvil sonó mientras divagaba y antes de contestar vi la hora. Ya era medio día.-¿Dónde estás?- preguntó nerviosa pero en tono amable
-Abajo. Bajé a desayunar para que descansaras tranquila-
-Me habías asustado. Pensaba que me habías abandonado-
Sonreí al otro lado
-No puedo hacer eso. El abandono animal ahora tiene cárcel-
Soltó una carcajada al otro lado y luego me llamó estúpida, tonta y mil cosas más mientras me rogaba que subiese
Obedecí y hasta que no nos entró hambre permanecimos tumbadas en aquella cama. Volvimos a hacer el amor. Volvió a morderme el cuerpo, a besarme donde me dolía, a hablar entre dientes y reírse en nuestras pausas. Me juró mil veces que me amaba y pensé que estaba intentando compensar todo el amor que nunca me dijo que me tenía antes.
Comimos en la playa y después pidió dos cafés. Su apetito volvía a ser el mismo, ya no dejaba más de la mitad del plato.
El café lo disfruto con tiempo, con el tiempo suficiente de acomodarse en la silla y pasarme los pies por encima. Miró el mar y respiró profundamente para llevarse su olor-Me encantaría vivir aquí contigo-
Me miró sorprendida y luego rió
-¿Vivirías conmigo?- soltó medio nerviosa ante mi respuesta
-Lo que hago ahora ¿Qué es? ¿Un secuestro?-
Soltó una risilla
-No idiota- golpeó con su pie mi torso y rozó uno de mis pechos. Volví a encenderme- digo si querrías tener una casa conmigo-
-Ah, eso sí. Pero si no cambias los muebles de sitio a cada rato mejor-
Mordió sus labios divertida y yo caí en la cuenta de que eso lo hacía con su hijo
-¿Y Guille?- me preparé para romper su burbuja y decidí que esta vez yo no usaría un paracaídas para amortiguar el golpe
-Supongo que cuando todo esto pase y me divorcie, tendremos custodia compartida, así que él vendrá también-
-¿Los tres?- añadí
Ella se medio incorporó y supe que lo que iba a decir era importante
-Entiende que es un niño. Esto le viene grande- hizo una pausa pensando- a quién no le viene grande. Entenderá las cosas a su debido momento pero no quiero mentirle a mi hijo-
-No has contestado a mi pregunta-
-Los tres. Ya entenderá cuando crezca que existe más amor que el de los libros que le compro-
Sonreí. Medio feliz, medio triste. Y pensé en explicarle que yo también he leído esos libros y que también he visto lo que es el amor. Y quise decirle que yo a ella la quería en todos pero me cortó suplicándome ir a ver a la virgen de aquel pueblo.
Accedí sin resistencia aunque ella sabía que yo no creía en Dios.
El trayecto fue tranquilo y en silencio. Ella miraba por la ventana los paisajes, la playa rodeándonos. Los pájaros volando entre las ramas y el atardecer llegando sobre nuestras cabezas.Entró en la capilla decidida y después de mirarla se santiguó. Yo la seguía mientras miraba la imagen. Una dolorosa, le decían. Y sí. La virgen lloraba y sus manos estaban a medio trayecto de su cara.
Cristina se acercó a la primera fila de bancos y se agachó a rezar. Yo me quedé dos bancos atrás y me senté a esperarla.
Miraba las imágenes de Jesús, miraba a aquella dolorosa retratada en su eterno sufrimiento. Tallada para sentir dolor por la eternidad. Condenada a no cambiar el gesto, a congelarse en un instante agónico dónde veía a su hijo morir de manera perpetua.
Yo no creía en Dios, ni en Jesús, ni en la Virgen.
Pero ella, con su dolor congelado en el tiempo, con sus lágrimas eternas, era la única capaz de poder entender y consolar a mi Cristina.
Se levantó en silencio y se volvió a santiguar. Con un gesto me indicó que podíamos irnos y sin esperarme se dirigió a la salida.
Yo la seguí no sin antes girarme y mirar aquella imagen por última vez. Me puse frente a ella y me santigüé yo también.-Sálvala, por favor- le rogué en silencio

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Oficuo
RomanceYa nada ansío Nada mi cabeza logra ya levantar nuevo y hermoso cuando quiero vivir pienso en la muerte y cuando quiero ver... cierro los ojos M.M.