El reloj del apocalipsis marcaba las once menos cuarto de la mañana cuando abrí la puerta de mi casa
-¿Dónde estabas? - escuché la voz lejana de mi madre un tanto desquiciada
Por el camino había pensado mil excusas distintas y había inventado mil detalles que sonasen creíbles
Me asomé bajo el umbral de la puerta y antes de contestar ella siguió
-Llamé a Marta y me dijo que no estaba contigo y que te fuiste sola-
Mordí mi labio inferior buscando la respuesta, lo había olvidado todo de sopetón
-Si estás con alguien puedes contármelo. Y si no tienes planeado dormir en casa al menos podrías avisar-
Ví las ojeras y la preocupación en sus ojos y quise que todo el compendio de emociones negativas también las sufriese mi Cristina por mí
-Mamá verás... -
-Déjalo - me cortó - ya eres mayorcita para saber lo que haces y si ni si quiera confías en tu familia para contar algo no necesito ni la excusa que ya te hayas inventado-
Suspiré en silencio, llevaba razón, no sentía familia, ni unión, ni apoyo, ni compromiso. No me sentía de ningún sitio y a la vez sentía que era de todos
La semana transcurrió sin que mi madre me hubiese dirigido la palabra, las clases habían acabado y pasaba más tiempo en casa del que realmente quería. Pensé en pedirle más horas a Kadu en el trabajo y éste aceptó contento. A partir de aquel mes también cubriría el turno de sobremesa y tarde.
Me gustaban las tardes porque el ambiente era más tranquilo, servíamos batidos de helado y a veces me tomaba tres en una sola tarde. Perfeccioné la técnica hasta crear mis propias combinaciones, horribles según Kadu que se atrevía a probarlas todas
-Tienes el paladar muerto. ¿Cómo puede gustarte esto? - señalaba el recipiente que contenía sabores imposibles de combinar mientras yo reía y daba un nuevo sorbo hasta helar mis labios
Aquel viernes salieron las listas de las notas de los exámenes y una punzada recorrió mi pecho cuándo descubrí que de las cinco asignaturas que tenía en el cuatrimestre sólo había aprobado una. Hice mis cuentas y sumé aquellas cuatro con las dos del primer cuatrimestre. Era casi imposible aprobar seis asignaturas en Septiembre y me decepcioné conmigo misma por ser tan despreocupada y me amargué cuando me enteraba que mis compañeros de clase habían aprobado casi todo y con nota.
Decidí no contarle a nadie aquel desastre y aunque en casa las cosas habían comenzado a relajarse y mi madre compartía alguna palabra esporádica conmigo, sabía que contarle aquello era retroceder cinco pasos o más.
Llevaba sin saber nada de Cristina desde el día que había desaparecido de su casa.
Saboreaba la noche que había pasado con ella cuando me quedaba sola o cuando hacía algún trabajo mecánico que me permitiese dejar mi mente libre. Me preguntaba si ella habría hablado con su marido, si quería volver a verme aquel sábado y si seguía pensando que yo, la niña de los silencios a su lado, seguía siendo para ella una conversadora magnífica.
Salí de trabajar a las siete y media de la tarde y decidí comprobar todo aquello que llevaba preguntándome esos días.
Me senté dentro del coche y puse el aire al máximo, hacía un calor inmenso y la imagen que reflejaba de mí el retrovisor me enseñaba unas mejillas a punto de estallar.
Al segundo toque su voz sonó al otro lado
-¿Aún siguen manteniéndote con vida en casa? -
sonreí al otro lado
-Parece que a mi madre la idea de la cárcel le agrada menos que la idea de tenerme en casa-
Escuché su carcajada al otro lado y aquel sonido melódico se mezcló con numerosas voces infantiles
-¿Cómo estás? - se alzó su voz ante tanto ruido
-Bien. Llamaba para saber cómo estabas tú-
-Pues bien. Me he venido a la piscina de mi hermana con Guille. Supongo que los estarás escuchando gritar-
Sonreí
-Mucha energía- apunté
-Los admiro. Llevan así desde la hora de la comida- dijo contenta
Reí al otro lado y busqué el valor que sabía que nunca tenía
-Oye Cristina... - solté casi en un susurro
-Kike ha venido- dijo sin más consciente de lo que pretendía preguntarle
-Ah... -hice una pausa sin saber qué decir
-Supongo que querrá salir este finde a tomar algo-
-Bueno, eso no está mal-
Escuché el suspiro de una risa de resignación al otro lado
-Aún no sabe cuándo volverá a irse- tamborileaba sus uñas en el teléfono- supongo que no se quedará mucho- sentenció
-No te preocupes... Disfruta del tiempo en familia- intenté que aquel deseo de verdad le pareciese creíble
-¿Está todo bien?- ignoró mi fingida buena intención
-Sí, claro. Está todo bien-
-¿Seguro? -
Comprendí entonces que algo sabía pero no quise dar un paso en falso
-Sí. ¿Por qué no iba a estarlo? -
Suspiró al otro lado
-Déjalo. No es momento. Ya hablaremos-
Me asusté aunque interiormente ya sabía por qué estaba así
-Hasta luego Évora-
Cuando fui consciente de que se estaba despidiendo, ella ya había colgado
Aquella noche salí y bailé y bebí cómo pocas veces había hecho. No vomité en ningún momento y llevé la cuenta de todas las copas que había tomado y me percaté de que cada vez mi cuerpo toleraba más cantidad de alcohol. No sé si esto último me alegró o me produjo un miedo terrible.
Recibí un mensaje de Hugo en el que se disculpaba por haber sido tan cortante aquel día conmigo y ofreciéndose a ayudarme con lo que necesitase para presentarme a la convocatoria de Septiembre y aprobar. Lo llamé en plena fiesta y a gritos le dije que lo quería y que no pasaba nada, él reía al otro lado y me hacía prometerle que saldríamos una noche a bailar y beber.
El sábado en la madrugada maldije mil y una vez haber salido la noche anterior, vomité todo lo que no había vomitado horas antes y en el silencio de las últimas gotas de madrugada, con el sol planeando el horizonte, intentaba que mis arcadas hiciesen el menor ruido posible y a veces incluso notaba que comenzaba a asfixiarme.
Cuando paré volví a la cama y me tiré en seco sobre el colchón, ya no daba vueltas en mi habitación y el susurro que hacía la brisa matinal entrando por la ventana pegaba en mi cara y me relajaba. La habitación comenzaba a iluminarse y mis sentidos estaban más despiertos que nunca, me revolví un par de veces entre las sábanas buscando volver a dormir pero supe que sería imposible.
Me senté entrelazando mis piernas sin saber en qué invertir aquellas horas muertas, miré el reflejo que me daba el espejo que había frente a mi cama. El pelo revuelto, unas ojeras más marcadas de lo normal y tal vez dos o tres kilos menos. Pensé en Caravaggio y el tenebrismo de sus cuadros, si me hubiese visto en aquel instante, hubiera sido la musa perpetua de sus pinturas.
Me levanté y me acerqué a un pequeño mueble lleno de libros, de sus tres cajones abrí el último e introduje mis brazos hasta el fondo. Saqué una bolsa oscura y la miré un par de veces incapaz de abrirla. Me acerqué a la cama y me volví a sentar, pasados unos minutos tuve el valor de sacar su contenido. Ahí estaba su blusa, conservaba el mismo olor que el primer día y en sus mangas las palmas de Cristina estaban invisiblemente marcadas.
Abrí las sábanas hasta tirarlas al suelo y coloqué la blusa abierta junto a mí, parecía que su cuerpo descansaba en mi colchón, ahí estaba su prenda, sólo faltaba su carne.
Me tumbé junto a ella, acaricié la tela y me acurruqué inventándome una frontera física en la que apoyar mi cabeza. Por unos segundos ella apareció dentro de la prenda, le daba la vida que a aquella habitación le faltaba y sus manos comenzaron a planear por mis brazos y sus movimientos parecían bendecir mi cuerpo.
Intenté agarrar el aire que la marcaba y justo antes de moverme caí en la cuenta de que buscarla era perderla. Cuánto más lo entendía más lejos estaba de comprenderlo.
El aire empezó a hacerse vacío y me percaté de que ya no me bastaba con sólo imaginarla. Tiré de nuevo de las sábanas y me tapé a mí y a su ropa hasta arriba.
La luz se reflejaba entre el algodón y entre lo ténue de los pliegues una mano agarró mi cintura con fuerza, en sus dedos escurridizos pude ver su nombre. Había llegado de nuevo. Paseó con sutileza todo mi torso y se paró en el borde de uno de mis pechos, tanteó

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Oficuo
RomanceYa nada ansío Nada mi cabeza logra ya levantar nuevo y hermoso cuando quiero vivir pienso en la muerte y cuando quiero ver... cierro los ojos M.M.