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Cristina,

que bien suena tu nombre en mi lengua

cualquier idioma yo hubiese inventado por mencionarte

aunque ya sabes,

el Esperanto

por ese juego absurdo de palabras

es el que más me atrae.

A veces estrujo tu cuerpo en otras miradas

cierro los ojos besando otras bocas por si apareces

robo tus manos en un préstamo secreto 

y me las pongo para quererme.

Luego siempre noto una lágrima

que a la tierra me devuelve

y me pregunto

         "¿Qué harás?"

cuando todo el mundo duerme.

Cristina

tu nombre en otra boca reverbera en mi vientre

no existe más cabida que tu alma en las vocales

y en la postdata

de ésta ausencia

sin medida

sólo leo lo que me invento

   "Te quiere,

         Cristina."

Era gracioso verla tumbada en el césped, parecía una niña de quince años, aunque a veces se me olvidaba que tal vez y hasta los tenía.
Se removía el pelo estudiando su postura, con los nervios de alguien que se preocupa en exceso por la imagen que está dando. No la culpo, es la edad que no perdona. Y si tal vez se viera, con los ojos de otra niña u otra adulta. Comprendería que lo que más brilla de ella no se puede acomodar con los dedos.

Corrí hasta mi coche, corrí empujada por mi corazón, que esta vez latía a mil por hora desenfrenado. Arranqué sin rumbo y las curvas me llevaron a casa de Julio. Antes de bajar lloré como nunca, como nadie, como hacía siempre. Cristina tenía cáncer. ¿Cristina se moría? ¿Cristina me había dejado por eso?
Llamé sin parar al timbre hasta que en el umbral apareció una sombra difusa.

-¿Julio?- solté sollozando

-Un segundo- soltó la sombra y luego solo escuché sus pasos alejarse. La puerta estaba abierta pero nadie me había dado permiso para entrar

Unos pasos apresurados y la puerta abrirse me trajeron de vuelta. Salté casi que sobre él y me abrazó con fuerza mientras introducía mi cuerpo en la estancia.

-Tiene cáncer, Cristina tiene cáncer- solté cuando me sentó en el sofá

-Tranquila- me echó una manta sobre los hombros- tranquilízate antes-

Entre mis lágrimas pude ver cómo aquella sombra ahora tenía ahora la forma de un hombre. Un poco más bajo que Julio, de un pelo rubio oscuro y unos rasgos muy marcados. Se acercó hasta la cocina y apareció con un vaso de agua entre sus manos

-Toma guapa, bebe un poco-

Agarré el vaso y casi que ni probé el contenido

-¿Qué coño hago ahora?- solté al aire mientras colocaba el flequillo en su sitio

Julio y aquel chico se miraron y como si aquello fuese una coreografía ya estudiada, se sentaron cada uno a mi lado

-Es un proceso duro Évora, ella ahora necesitará tiempo y tranquilidad-

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora