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Aquella mañana me desperté dispuesta a llamarla e invitarla a comer. La llevaría a algún sitio que le gustase y esperaba que siguiese manteniendo el mismo gusto por lo lúgubre y extraño. Pospuse el marcar su número durante varias horas mientras me repetía interiormente que lo haría y que de aquel día no pasaba. Cuando se acercaba la noche me encontré con fuerzas para hacerlo y no lo pensé dos veces

-¿Évora? -

Se escuchó al otro lado su dulce tono de sorpresa, me alegraba escuchar su voz siempre

-Cristina, ¿qué tal estás? -

Se hizo el silencio y solo podía escuchar el murmullo de un niño hablando, noté como se alejaba de aquel lugar escuchando sus pasos tras el teléfono

-Bien, bien ¿tú qué tal? -

Me alegré de volver a tenerla al otro lado

-Bien, me preguntaba si seguía en pie esa comida, sé de un sitio que te gustará-

Escuché su suspiro al otro lado y como sus uñas tamborileaban el aparato que tenía pegado a su oreja

-Verás, Évora, tengo muchas clases que preparar y en el departamento de investigación hay mucho trabajo. No creo que me sobre apenas tiempo-

Mis cejas cayeron en picado y sentí el fracaso de nuevo

-Te entiendo... No te preocupes-

Me cortó de inmediato

-Te prometo que te llamaré cuando tenga más tiempo- sentenció

-Está bien, no te preocupes. Espero que te sea leve-

-Gracias- escuché otro suspiro de su boca

-Hasta luego-

Colgó aquel aparato sin contestar a mi despedida

De nuevo sentía que acercarse a Cristina era como acercarse a una quimera y que para tenerla al lado sólo había que dejar que ella diese todos los pasos, a su ritmo lento pero constante. Me intenté concienciar de que no la vería en mucho tiempo y la rutina que llevaba comenzó a pesar más en mis hombros sin la expectativa de verla.

Pasaron dos semanas en las que no supe nada de ella, las clases se hacían interminables y los pasillos eran más fríos cuando no resonaban sus pasos a lo lejos. Marta me llamó aquella tarde y me propuso tomarnos un café en el sitio de siempre, acepté contenta pensando al menos que ver su coche me serviría de consuelo.

-Tía, algo pasa creo-

Interrumpió mi trabajo de liar un cigarro entre mis dedos y la miré

-¿Algo pasa cómo? - dije sarcástica

-En el colegio-

Ambas hablábamos de él como si aún fuese nuestro. Mi cuerpo se puso en alerta

-¿Qué pasa? -

Se encogió de hombros

-Mi madre no para de ir a reuniones por las tardes y mi hermano dice que los profesores están muy nerviosos-

Mis ojos se abrieron

-¿Y qué problema hay con las reuniones? ¿No será cosa de tu hermano?-

Negó con rotundidad la cabeza

-Nunca hay tantas reuniones y mi hermano es raro que hable de los profesores-

-¿Cristina también? - pregunté al instante

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora