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Aquel viernes mi jefe me llamó horas antes para trabajar esa misma noche, tuve que cancelar a regañadientes los planes que ya tenía hechos.

Llegué al bar diez minutos antes de las once, que era la hora a la que solía entrar a trabajar. Faltaba una hora para mi cumpleaños y me recriminaba lo absurdo que era el sentirse nerviosa, ya los años solo eran cifras, pero no podía evitar tener ilusión por poseer un día especial aunque pasase la mitad trabajando. Cené dentro de la pequeña cocina de aquel lugar, no era muy grande pero la decoración me encantaba. La planta baja contaba con una barra larga y amplia, en el extremo había un pequeño pozo árabe y teníamos la costumbre de ofrecer chupitos gratis a todo aquel que lograse colar una moneda dentro del cubo que colgaba de éste. A la planta de arriba se accedía subiendo una escalera de caracol que podía verse desde fuera del lugar gracias a grandes ventanales con vidrieras que hacían el juego de luces. Sólo había dos mesas en la parte de arriba mientras que la de abajo contaba con siete. No era muy grande aquel lugar pero hacíamos siempre grandes cajas debido al precio de las copas. No solía frecuentar el sitio gente joven, más bien personas entradas en edad que aquella noche tenían algo que celebrar.

A las once me coloqué en la barra y comencé a servir copas a la poca gente que había allí. Encendí el ordenador y puse la música que me gustaba, siempre accedía a las peticiones de la gente, sabía que al fin y al cabo, me gustaba la misma música que ellos escuchaban en los ochenta.

Mi jefe esa noche estaba allí y me ayudaba tras la barra de vez en cuando aunque la mayoría del tiempo se lo pasaba charlando con los clientes que siempre venían, tenía gran don de gentes y conseguía que todo el mundo se sintiese cálido en aquel lugar.

El sitio comenzó a llenarse cuando se acercaban las doce y tuve que moverme más rápido por la estrecha barra mientras me las ingeniaba para aguantar en mis manos cuatro botellas de alcohol distintas y recordar qué debía llevar cada una. Mi jefe se acercó a la barra cuando un molesto pitido comenzó a sonar en su reloj de muñeca

-¡Évora! ¡Felicidades!-

Se encaramó sobre la encimera para besar mis mejillas con fuerza

-Gracias Kadu- alcancé a decir con vergüenza

Algunas personas me felicitaban contentas y otros me instigaban a servirme una copa

-Sírvete lo que quieras, hoy puedes beber lo que te apetezca-

Kadu siempre se portó bien conmigo y aunque éramos conscientes de que en el trabajo no había amigos, nos hacíamos favores mutuos y la cosa así funcionaba.

Me serví una copa bien cargada para aguantar la noche y del primer sorbo vacié casi la mitad.

Kadu me observaba sonriente sentado en una de las sillas de la barra. Me divertía su sonrisa complaciente

-Puedes irte en una hora, yo me encargaré del resto-

Dijo cuando vio que daba por finalizado el primer trago. Mis ojos se abrieron ante la invitación que me hacía y un rayo de alegría recorrió mi columna al pensar que podría buscar a mis amigos y pasar el resto de la noche con ellos.

Le sonreí y comencé a trabajar con más eficiencia y rapidez. No tardó mucho el tiempo en pasar cuando me encontraba despidiéndome de Kadu y sacando de mi bolso el móvil para llamar a Jose. Tenía mil mensajes de personas distintas pero preferí abrirlos en otro momento

-¿Évora? ¡Feliz cumpleaños! Te he mandado un mensaje-

Sus gritos al otro lado del teléfono me indicaban que ya estaba borracho y aquella noche no me importó lo más mínimo sabiendo que yo momentos después pretendía estar igual

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora