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Arranqué el coche mientras el cielo se me caía encima, estaba allí sola, derrotada sobre el sofá, y pensé en las mil batallas que libraba y en que todas las había perdido y no supe si más bien, era yo la que me dedicaba ese pensamiento.

Llegué sin un ápice de cansancio y su imagen dormida no se borraba de mi mente, intuí que aún seguía allí, más sola de mí y más acompañada de ella. Me arranqué la ropa y me introduje en la cama y cuando por fin suspiré y relajé mis músculos noté que la presión que sus brazos hicieron horas antes sobre mis caderas aún no había desaparecido. Mi Cristina era más pequeña de lo que yo jamás hubiese podido imaginarme y aquel pensamiento tan certero después de verla en ese estado, me asustaba.

El canto de la calle rompía el silencio de aquella sala, las cabezas apuntaban todas en la misma dirección y los folios se deslizaban por la mesa de la mano de aquel señor que días, semanas y meses antes había advertido a modo de sentencia irrevocable que este día llegaría y que si no nos esforzábamos desde el principio el fracaso no tardaría en aparecer de la mano de un suspenso.

Reconocía que no tenía ni la menor idea de qué escribir sobre el folio y cuando terminé de inventar la mayoría de mi pequeña exposición y análisis métrico de un poema, me dediqué a permanecer en silencio mientras miraba de reojo por la ventana. Podía irme de allí cuando se me antojase pero no sabía qué destino era mi opción aquella tarde. Pensé en Cristina y en sus ojos cerrados descansando sobre mí, tal vez ella estaba allí, así que no lo dudé dos veces y salí del aula haciendo el menor ruido posible mientras me paseaba por aquel suelo de madera antigua que crujía deseándome suerte para encontrarla.

Caminé a prisa cruzando la universidad, su despacho estaba en la otra punta y mis pies parecían llevarme sin yo si quiera decirles cuál era el lugar al que íbamos. Mis plantas me dejaron justo enfrente de su puerta y entonces fueron los nervios los que me paralizaron y me insinuaron que tal vez no era el momento y que una semana no era tiempo suficiente para poder imaginarme e incluso creerme que ella me echaba de menos. Levantaba mi brazo dispuesta a llamar a la puerta y ensordeciendo a mi consciencia cuando una voz me trajo de vuelta

-¿Me buscabas?-

Me giré bruscamente y allí estaba.

-Sólo quería saludar- dije sin más

Se acercó a mí y alargó su cara, esta vez había decidido que sería yo la que posase un beso en cada una de sus mejillas y con un gusto que jamás podría imaginarse así lo hice

-¿Qué tal estás?- pregunté al separarme

Sonrió y suspiró. Parecía que estuviese cansada de que le preguntasen aquello

-Bien, venía de la cafetería ¿Quieres pasar?-

Sonreí y asentí contenta

Abrió la puerta esta vez con destreza y me cedió el paso. De nuevo aquel montón de papeles derramados por la mesa. Se acercó hasta el gran sillón que presidía aquello y tiró su bolso con desprecio, luego tiró de las grandes cortinas que daban al jardín y la luz se volvió tenue. Me miró y pestañeó un par de veces, supe que algo interrumpió su mente

-¿Tienes clase ahora?- pregunto con seriedad

Negué con la cabeza

-Acabo de salir de un examen-

Asintió pensativa y supe que estaba tanteando si creerme o no

-¿Y qué tal ha ido?-

-Bien, espero aprobar- mentí y me sentí mal al instante, sabía que si le contaba que no había estudiado me recriminaría aquello, pero lo que más temía era que se lo recriminase a sí misma y desapareciese

-Yo lo espero más- apuntó

Se acercó de nuevo al sillón y colgó el bolso sobre el respaldo, luego se sentó bajo mis ojos y suspiró cansada.

-¿Estas cansada verdad?-

Asintió con los ojos cerrados y sentí que su ausencia de palabras colocaba una barrera frente a mí. Se llevó las manos a su pelo y se estiró intentando mantener la compostura, aquel gesto tan poco informal de Cristina me hizo pensar que tenía más confianza en mí aunque en el fondo supe que no era el aumento de confianza, sino más bien una pequeña brecha de sinceridad en el tedioso trabajo que era mantenerse siempre impertérrita y lejana

-¿Qué te pasa?- pregunté temiendo que realmente pasase algo

Se encogió de hombros y me miró al fin, era consciente de que su boca no iba a decirme nada así que me propuse grabar en mi retina aquella mirada e intentar descifrarla momentos después, segura casi al cien por cien de que aquello no me serviría de nada

-Mucho trabajo dentro y fuera de casa- dijo sin más

Conté mentalmente sus palabras y me sorprendí al caer en la cuenta de que eran más de las dos que regalaba siempre, aun así no me bastaba en absoluto

-¿Y eso por qué? Los exámenes finales han acabado-

-Ahora vienen las evaluaciones, que es peor-

La compadecí pensando en lo mucho que se esforzaba. Preferí no decir nada más y me limité a observarla. Se rascaba los ojos con fuerza y se estiraba en demasía sobre el asiento.

Me miró al cabo de unos segundos cayendo en la cuenta de que no estaba sola y sonrió con vergüenza. Me dio un leve toque con su pie en mi rodilla

-No te rías de mí- dijo en un tono pícaro mientras observaba la sonrisa en mis labios

-Ya queda poco para que acabe todo- dije intentando animarla

-Ojalá fuese así- sentenció

Por el tono de sus palabras pensé que aquello podía estar relacionado con cualquier cosa excepto con su trabajo. Parecía triste

-Cristina ¿Ha pasado algo más?-

Me miró con ojos suplicantes y una venda invisible tapaba su boca

-No, está todo bien, tranquila-

No creí aquello en absoluto

Se hizo el silencio entre nosotras y supe que no era el momento de estar allí a su lado. Me levanté para despedirme

-Tengo que irme- dije molesta

Se incorporó sorprendida y miró su reloj

-¿Ya te vas?-

Asentí intentando no dar ninguna explicación, me sentía molesta al pensar que Cristina prefería estar sola, pero más molestia y dolor me causaba pensar que estaba sufriendo por algo y que yo no podía ayudarla porque había decidido mantenerme ajena a todo

-Évora, quédate un rato más, siento si tal vez...-

-Tengo clase- la corté

Su gesto cambió por completo y supe que mis palabras habían tenido el efecto deseado, Cristina no iba a permitir que yo perdiese una clase por ella

Me despidió con un abrazo intenso y corto, supe que más que un simple acto de despedida, necesitaba sentir el calor de alguien, y me sentí contenta cuando robó el mío y me sentí frustrada al pensar que sólo era porque no podía robar el de alguien más.

Salí de allí casi a zancadas y me encerré en el baño. Me senté sobre la tapa del inodoro y apoyé la cabeza en la puerta. Mis músculos estaban lánguidos y de nuevo su imagen cansada vino a mi mente, corroboré que a Cristina le ocurría algo y enlacé e imaginé que el motivo más cercano y que tan hondo pudiese tocarle sería su marido. Lo maldije mil veces sólo de pensar que la hacía sufrir, y lo envidié mil veces más porque era capaz de despertar en Cristina sentimientos que yo veía lejanos incluso si fuese capaz hasta de darles un nombre en voz alta y junto a ella.

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora