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El lunes por la tarde recibí un mensaje de ella donde me recordaba, en mayúsculas el verbo recordar, que habíamos quedado al siguiente día. Le sonreí al aparato y le contesté que así sería porque no lo había olvidado.

Aquella tarde llegué veinte minutos antes y me senté en un banco que había junto a la gran puerta principal dónde ella había decidido que nos encontraríamos. Encendí un cigarro y me dediqué a mirar la gente pasar. Me sentía feliz y nerviosa y comprendí que jamás se irían los nervios de mi cuerpo si de verla se trataba. Aquel pajarillo negro que tanto veía volvió a aparecer esa tarde, se movía a pequeños saltos y picoteaba el suelo en busca de algo de comida, recordé que guardaba una magdalena de la tarde anterior en mi bolso. La saqué y la rompí en mil pedazos esparciendo las migajas por el suelo, se acercó con prisas y empezó a picotear cerca de mis zapatos. Me enterneció su apetito y me coloqué algunas migajas más grandes en la palma de la mano. Bajé mi brazo a ras del suelo y se acercó tanteándome , cuando se disponía a arrancarme la comida de la palma se alarmó por alguna extraña razón y salió volando. Me sentí frustrada y limpié mis manos sacudiéndolas. Cuando levanté la vista vi como ella giraba la esquina, también llegaba antes de lo previsto.
Un pellizco en mi estómago me hizo encogerme y hacer como si no la hubiese visto, saqué mi móvil que tanto me servía de excusa con ella y lo miré haciendo el gran esfuerzo de no levantar la vista para verla llegar

-¿Con quién hablas siempre?-

Preguntó mientras me sonreía recorriendo los últimos centímetros hasta llegar a mí.

Negué con la cabeza y le sonreí

Me levanté y se acercó hasta mí para darme dos besos en las mejillas, su olor vino desde atrás de sus orejas y pensé que tal vez se perfumaba también ahí

-¿Vamos?-

Asentí mientras ella emprendía el camino sin esperar mi respuesta.

Me llevó hasta el bar donde estuvimos la primera vez que la encontré en la universidad pero esta vez nos sentamos en los veladores de fuera. Pidió dos cafés y cuando el camarero desapareció fijó sus ojos en mí

-¿Qué tal estás? ¿Se ha ido ya tu resaca?- dijo divertida

Me avergonzó su pregunta y sonreí con timidez

-No estaba borracha-

Soltó una carcajada

-Ya claro, eso díselo a otra- dijo en un tono mezcla de molestia y picardía

Sonreí y clavé los ojos en el suelo con un aire triste, me arrepentía de haber tenido el valor de llamarla solo a causa del alcohol

-No pasa nada- acercó su mano y la posó en mi pierna acariciándola con cariño- todos hemos estado borrachos- comprendió mi reacción triste

Su mano seguía posada en mi muslo y yo levanté mis ojos dejando de admirar la delicadeza de su tacto

-¿Tú también?-

Sentía la curiosidad de saber cómo fue Cristina en su juventud. Me miró y rio

-No sabes las locuras que yo he hecho cuando tenía tu edad-

Me divirtió su gracia y el sonido de su risa

-¿Cuál fue la peor?-

Cogió aire y sus pupilas se llenaron de maldad

-Una vez me escapé de casa una semana, tendría como veintidós años-

Reí y sentí curiosidad

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora