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-¿Qué hay en el armario? -

-Nada. Vete a tu sitio que va a empezar ya la clase-

Ví cómo se acercaba hasta mí a paso rápido y con un gesto de intriga que pocas veces le veía.
Se sentó disimuladamente y cuando la profesora empezó a explicar por octogésimavez formulación, Marta me miró

-Algo hay en el armario que no podemos ver-

Me encogí de hombros fingiendo que no me importaba pero sabía perfectamente que aquella orden de no abrir el armario no podía venir de otra persona sino de ella.

Acabó la clase y se corrió la voz de que en el armario había algo y no podíamos abrirlo. Corrieron mil rumores en aquella hora que nos pasamos mirándolo. Algunos levantaban la mano y pedían permiso para acercarse a la papelera y si tenían la suerte de poder hacerlo, se asomaban disimuladamente por los pequeños huecos de las puertas mal cerradas. Luego volvían, se sentaban y le susurraban algo a la persona más cercana que tenían. Cuando aquello llegaba a mí, ya había mil versiones que iban desde los exámenes finales a un brazo amputado.

En la última hora de la mañana lo preparamos todo

-¡Corre! Ya viene- decía uno de nosotros que miraba disimuladamente por la puerta

Corríamos preparándolo todo y mientras unos uníamos todas las mesas y sacábamos las bebidas y los regalos, otros apagaban las luces y colocaban carteles en la pared. No sé por qué pero nadie se acercó a abrir el armario y sé a ciencia cierta ahora al cabo de los años, que ninguno lo hizo porque todos sabíamos que la orden venía de ella.

La puerta se abrió de forma lenta, supe que estaba confusa, las persianas estaban bajadas y la luz apagada, no hacíamos ni el menor ruido.

-¡Sorpresa! ¡Feliz cumpleaños!- se escuchó a coro cuando por fin se decidió a darle al interruptor y encender la luz

Nunca jamás vi una sonrisa tan amplia y pura. Las lágrimas se apretaron entre sus ojos pero supo esconderlas con un toque de descaro.

Nos acercamos todos a besarla con el mayor de los cuidados, era su última semana allí antes de darse de baja por maternidad y su barriga ya estaba baja y grande.
Aquella hora no dimos clase y Cristina estaba más feliz que nunca, comía tarta y repetía el plato sin parar y con risas

-A Guille creo que también le está gustando la tarta- decía mientras se acariciaba su vientre y sonreía acercando el plato

Al terminar se levantó y pidió silencio. Todos enmudecimos y la miramos

-Nunca habría imaginado lo maravillosos que sois. Gracias por todo- dijo andando por el aula a pasos cariñosos

-Yo también quería celebrar mi cumpleaños con vosotros- se acercó al armario y abrió sus puertas- así que había traído esto- enseñó numerosos dulces y patatas fritas

Se escucharon las risas a coro y los aplausos. Repartió aquello que traía con todos y nos dejó poner música y cantar

Me sentía feliz de verla feliz pero en el fondo un sentimiento amargo me atrapaba, ya no la vería hasta el próximo curso y volvería distinta, siendo madre, siendo más mujer, estando menos cerca

Me levanté y me moví sutilmente entre la gente, le pedí permiso para ir al baño y asintió risueña para luego desviar sus ojos de nuevo a la multitud.
Corrí al baño y me encerré. Lloré en silencio todo el tiempo que pude y me encogí en mí misma mientras me autoconsolaba pensando que era una racha que tarde o temprano se pasaría y que cuando dejase de verla y creciese y estuviese en la universidad, aquel recuerdo sólo me sacaría una sonrisa y una frase "Qué estúpida era"
Ahora siento unas ganas infinitas de pedirle perdón a aquella niña que llora sola y desconsolada en unos servicios antiguos. "Qué estúpida sigues siendo"

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora