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Aparqué el coche con prisas, me había cambiado de ropa mil veces y peinado el pelo otras mil, nada me convencía aquel día. Pensé en quedarme dentro y esperarla pero ella no conocía cuál era mi coche así que salí y me apoyé en el capot mientras miraba a todos lados y disfrutaba de las caladas de un cigarro.

Vi cómo los niños pasaban, llevaban el uniforme que yo había llevado hacía años y mi cuerpo se tensó sabiendo que aparecería en cualquier momento. Quince minutos después de que mis ojos dejasen de ver aquellos cuadros en las faldas de las niñas, su silueta giraba la esquina de forma tímida. Miró toda la calle mientras mordía una de sus uñas y cuando dio con mi cara sonrió y comenzó a caminar hacia mí con más rapidez. Llevaba aquella falda que usó el día que la conocí y en sus brazos cargaba una gran carpeta y algunos libros de texto

-¿Qué tal? - dijo contenta

Nos acercamos al unísono y besamos nuestras mejillas

Miró mi coche

-Así que era verdad... Tienes carnet... -

Le sonreí contenta mientras asentía

-¿Desde hace cuánto? -

-Unos meses-

Asintió y arrugó los labios

-¿Por qué no me has dicho nada? -

Me encogí de hombros y acaricié parte de la luna del cristal

-Es mejor enseñarlo ¿no? -

Sonrió

-Eso es aceptable en casi todos los ámbitos-

Reímos y le hice un gesto para que se montase.
Entró e inspeccionó todo lo que los movimientos de su cuerpo le permitieron. Cuando me senté y abroché mi cinturón giré mi cuerpo hacia ella, me miraba risueña y tenía una sonrisa en los labios, como si el asiento del copiloto la hubiese convertido a ella en la niña

-Huele a tí- susurró mientras pasaba las palmas de sus manos por el cinturón

Sonreí y arranqué rumbo a un lugar que sólo yo sabía.

Noté que su cuerpo se destensó cuando salimos a carretera, no podía reprocharle nada ya que incluso a mí me sonaba extraño el sentir que ambas íbamos en el mísmo vehículo hacia algún lugar

-Necesito un cigarro- dijo mientras tiraba del bolso que previamente había colocado entre sus piernas.

Buscó unos instantes en los que no dejó de hacer ruido moviendo las cosas del interior de éste

-Mierda... - susurró queriendo que no la escuchase

-Coge mi bolso y saca dos-

Me miró sorprendida y supe que pensaba que yo no la había escuchado. Desabrochó su cinturon y giró su cuerpo para alcanzar mi bolso. La miré de reojo en esa postura y de nuevo apareció aquel pellizco, su falda cubría lo justo de sus muslos y sus piernas desnudas estaban a un palmo de mi mano, que más que la palanca de cambio, sólo quería acariciarlas a ellas. Aminoré la marcha debido a mi entretenimiento, sabía que no podía obviar su cuerpo pero era consciente de que tampoco quería estrellar el coche, no en aquel momento al menos.
Pude fijarme mejor en sus muslos y no supe si lo que más me gustó fueron aquellos lunares esparcidos con gracia, el color de su piel morena o su carne ya amasada por los años. Cristina tenía una dignidad física inmensa y los años habían pasado en su cuerpo convirtiéndola en el mejor vino del mundo, que aumenta su valor con el tiempo.

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora