61

3.5K 233 91
                                    

El chasquido de una puerta me indicaba que debíamos salir del tren. Agarré mi maleta con la misma prisa que los demás y nos apelotonamos en fila esperando para poder salir.
La busqué con mis ojos y la encontré mirándome. Ambas apartamos la vista con una indiferencia mal fingida.
Se acordaba. Se acordaba de que la había besado.
Me levanté esa misma mañana pensando que tal vez había sido un buen mal sueño, pero algunos mechones de mi pelo aún mojados me reprochaban que aquello había pasado de verdad.

Pasados unos segundos conseguí bajar del tren. La puerta estaba a unos cuantos metros, la dirección a Cristina a unos cuantos metros contrarios.

"Y ya está. Éste es el final" sonó en mi mente

No encontraba entre la salida a mi familia por ningún lado, así que decidí caminar con decisión y sin mirar atrás. A cada paso que daba las lágrimas se comenzaban a apretar entre mis ojos. Un nudo en el pecho escribía una carta de amor que jamás le daría a Cristina, y mis piernas decididas continuaban su trabajo rumbo a ninguna parte si ya no estaba ella.
Miré a todos lados sin suerte y decidí apoyarme en una de las paredes y encenderme un cigarro.
El ruido de unas ruedas arrastrando algo, hizo que las pocas lágrimas que se me habían caído las recogiese con el dorso del brazo a prisa.

-¿No pensabas despedirte?- su voz sonó como una especie de tregua en mi mente

La miré. A unos metros de mí y apretando sus dedos con violencia

-Pensaba que tal vez no...- hice silencio porque las lágrimas comenzaban a bajarme a la garganta y ahogarme

Se acercó un poco más y luego tanteó algo en su mente. Cuando me atreví a mirarla compartía mi misma cara, las mismas lágrimas. Pensé entonces que después de todo este tiempo lo único que teníamos en común era una pena que nos lloraba por igual.
Me abracé a ella, se abrazó a mí. Su fuerza estrujó mis entrañas y me calentó de nuevo. Deseé morirme allí. Qué más daba todo. ¿A qué podía yo llamarle todo si ahora ya no estaba ella?

-Cuídate ¿Vale?-

Asentí y no me avergonzó que se me escapase un sollozo. Estrujó mi hombro y lo frotó con cariño mientras la mano restante arrancaba sus lágrimas

-Cuídate tú también, Cristina-

-No me olvides, Évora-

Negué mientras bajaba mi vista. Lo último que me quedó de ella fue un sollozo que se alejaba acompañado del ruido de unas ruedas que se la llevaban.

Me levanté aquella mañana con un dolor de cabeza horrible, el ruido que hacía mi mandíbula al comer me insinuaba que había pasado toda la noche apretando los dientes. Toda la noche en tensión. Y recordar en mi mente el sueño con Cristina me dejaba claro que había sido por eso. 

-¿Te apetece que demos una vuelta hoy por la ciudad? Parece que el tiempo nos está dando una tregua por tanta lluvia- 

Asentí sin decir más y besó mi frente rumbo a la habitación a cambiarse. 

Cuando me quise dar cuenta se nos echó la mañana encima, caminábamos agarradas de las manos por las pequeñas y estrechas calles. Una cerveza en una terraza escondida hizo que nuestros cuerpos dejaran de tocarse. 

Mi teléfono vibró más rápido de lo normal y antes de intentar reconocer aquel número extraño, descolgué

-¿Évora?- Aquel tono no me era familiar

-¿Quién es?-

Raquel me miró con gesto confundido y me levanté mientras le hacía una seña de que todo estaba bien

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora