Cuando llegué a casa me sentía exhausta, pensaba en como sin moverme de un asiento, sin si quiera tener que levantarme hacía algún lugar, podía estar tan cansada cuando acababa las clases.
Comí con rapidez y pocas ganas, el café siempre me quitaba el hambre, me recriminé a mí misma haberme tomado tres, pero sabía que era la única manera de permanecer despierta.
Me tumbé unos instantes en mi cama, cayendo a plomo sin importarme que los muelles se estremeciesen hasta sentir que se rompía la estructura.
No sé cuándo pero me desperté sobresaltada, nerviosa miré el móvil en busca de la hora, agradecí al destino que no fuese tan tarde como pensaba y decidí mandarle un mensaje a Marta. Hacía varios días que no la veía y quería merendar con ella. Accedió al instante y me adecenté lo más a prisa que pude para no llegar tarde, aunque sabía que Marta siempre llegaba más tarde que yo.
Caminamos juntas hasta aquel lugar, vivíamos en los extremos de una misma calle y cuando en las noches volvíamos de algún lugar solas, se me antojaba que aquella calle se estrechase dando una fuerte palmada,uniendo sus dos extremos en uno solo para que ambas pudiéramos vernos entrar en nuestros respectivos lugares "La vida está muy mala" decía mi padre cuando veía en las noticias algún asesinato de una chica. Y me divertía aquella autonomía que le daba a "la vida" como si fuese un ente con vida propia, como si mi padre la sintiese como la persona que ocasionalmente le arrancaba la primavera a una chica que al cabo de unos meses era "una chica cualquiera de algún lugar cualquiera"Llegamos a aquella cafetería, la cafetería de siempre, cuando girábamos la esquina mi cuerpo se tensaba, era su territorio y yo se lo adjudicaba sin reproche alguno y me fijaba en todas las caras que permanecían sentadas en los veladores a lo lejos, intentando reconocer sus ojos en caras ajenas, no sabiéndo con certeza si de verdad quería que aquello pasase
-¿Lo de siempre?- La camarera siempre tenía aquel rostro cansado, pero me dedicaba una sonrisa tierna cada vez que aparecía
Frecuentábamos ese sitio demasiado y a mí me gustaba demasiado, y me culpaba porque sabía que la razón de aquello era que me sentía presa en un coto de caza.
Llevó los dos cafés hasta la terraza, Marta siempre lo pedía descafeinado, ella de por sí ya llevaba el gesto nervioso a todos los lugares, y yo sonreía y la admiraba cuando se irritaba con cualquier nimiedad que ocurría a su alrededor. Ordenaba constantemente el desastre que yo iba dejando por la mesa. Servilletas arrugadas, rotas en mil pedazos, dobladas de mil formas, un paquete de tabaco vacío y mutilado. Ella todo lo ordenaba y yo se lo achacaba a que su horóscopo era Virgo, y ella me sonreía mientras barría con sus manos los pedazos, los hacía un bulto gigante de trozos y los dejaba en una esquina de la mesa. Y yo se lo agradecía interiormente a cada segundo, porque Marta era la única que sabía recoger los pedazos.
La conversación siempre se tornaba trivial, y a cada persona que pasaba frente a nosotras hacíamos un silencio, como si todo fuesen secretos inconfesables. Pero cuando desaparecía, nos limitábamos a objetar algo de la ropa que llevase o de lo que fuese hablando con otra persona. Y me sentía complacida de que fuese así, porque sabía que no necesitaba comprobar si Marta podía profundizar algo más, Marta podía tornarse camaleónica y vivir en mil cuerpos y mil mentes sin si quiera el mínimo esfuerzo.
Miré los coches aparcados, descarté todos los que no eran de color negro, como llevaba haciendo años, y mi escrutinio personal dio como resultado pocos candidatos, me reía interiormente pensando lo estúpido de aquella costumbre, ya casi un acto reflejo o un ritual de cualquier secta. Nunca daba resultado mi fórmula, pero aquel día lo vi, aparcado a unos metros de mí, ligeramente ladeado, como si lo hubiesen hecho a prisa pero con maña. De nuevo su nombre inundó mi mente y comencé a ponerme nerviosa. Pensé en alguna excusa que convenciese a Marta para irnos de allí al instante, pero mis piernas me obligaban a permanecer en aquella postura, me gritaban con ilusión que esperase, que tal vez...
La brisa se levantó y aspiré con una forzada sutileza todo lo que pude, olía igual que siempre, olía a tarde, a sobremesa, a leña, a lilas.
Aquello lo sentía como un pequeño pueblo dentro de una gran ciudad, las calles estaban coronadas de chalets, al estilo rural, desentonaban totalmente con los grandes edificios que se erguían en las calles paralelas. Y me gustaba la divergencia.
Marta me miraba y me percaté de ello cuando era tarde-¿Qué pasa? -
Negué con la cabeza y busqué de nuevo un tema absurdo para evadirme de aquello.
La taza de café llevaba vacía media hora, pero yo permanecía ahí sentada sin intención de irme, custodiando aquel coche como un perro guardián, esperando a su dueña como un cachorro desamparado.
-Es tarde, deberíamos irnos-
Tanteé que excusa ponerle para quedarnos, pero mi razón aplaudía su propuesta y me decanté por pensar que era lo mejor que podía hacer por mí.
Nos levantamos, no sin antes mirar de nuevo al final de la calle, debía aparecer por allí, ¿por qué no lo había hecho?
Marta tiró de mi brazo cuando salió del baño y no opuse resistencia, aparté la vista y me despedí interiormente de mi recuerdo, sabiendo que ponía rumbo al mismo lugar del que había llegado, mi cama.
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Oficuo
RomanceYa nada ansío Nada mi cabeza logra ya levantar nuevo y hermoso cuando quiero vivir pienso en la muerte y cuando quiero ver... cierro los ojos M.M.