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Dos semanas livianas pasé entre sus brazos, allí, recluidas en lo que parecía que era un castillo. Para mí un castillo por sentirme de cuento a su lado y para ella creo que a veces una mazmorra. Jamás me dijo nada, jamás se mostró nerviosa. Pero sus uñas mutiladas y su pierna derecha en una danza africana constante me decían que no todo en su cabeza andaba bien. Y realmente la entendía, el final era el principio de lo que debería venir ahora, y aunque me hubiese prometido y hubiese jurado en vano por todos los dioses que podían existir que todo andaría bien a partir de ahora, yo sabía que la vida de una mentira era más corta incluso que la brisa que me cubría aquella mañana la cabeza. 

Me froté los ojos y antes de abrirlos ya sabía por el peso que no existía a mi lado que ella no estaba. Se movía con más facilidad que los primeros días, las heridas curaban realmente bien en ella,  hasta el daño le sentaba bien. Los cortes de su cuerpo pasaron por todas las estaciones posibles sobre su piel y después de mucho insistir, o más bien ella cansarse de pelear, acabó por mostrarme que le faltaba un pecho. Una media luna rebasaba su carne aún viva, aún morena, y la cicatriz parecía que le servía de prótesis para no sentir vergüenza al pensar que por faltarle un trozo era menos mujer. 

Bajé aquellas escaleras a paso lento, mis plantas conocían el número de escalones exactos y de qué manera tocarlos para que nada sonase. Escuché su voz en la cocina y por el tono supe que no era alguien conocido con quién estaba hablando. Me paré en el último escalón y decidí dejarla terminar antes de aparecer.

-Sí, esperaba tu llamada- hizo una pausa y sentí en mi cuerpo cómo sus nudillos apretaban con fuerza y nervios los bordes de la encimera- ¿Sobre la una? Claro, allí estaré- un silencio me decía que detrás del aparato sonaba una despedida- Muchas gracias, hasta luego.

Aceleré la zancada y me dejé caer a su lado

-¿Ya despierta? Raro en ti- 

Sus ojos me dijeron todo antes de yo preguntar

-¿Médico?

Asintió

-Me ha dicho que estaba todo bien. No había motivo para preocuparnos pero prefería que me acercase para comentarme los resultados de el tumor que me quitaron-

Mis cejas ascendieron de sorpresa y alegría. Me acerqué hasta ella y más bien me dejé arrastrar a sus brazos que me recibían

-Eso es muy bueno, ¿no?- 

Sonrió y me enseñó sus dientes 

-Eso parece, tengo que ir ahora a la una para comentar los resultados-

-Voy contigo entonces- dije despegándome de ella rumbo a vestirme en la habitación

-Évora mi hermana también quiere venir, no sé si tal vez…- hizo una pausa supongo que porque le costaba decirme que no quería que ambas coincidiéramos

No puedo decir que no me molestó, pero entendí al instante que no era el momento de hacer un drama

-Tranquila, entonces ve con ella y cuéntame todo en cuanto salgas-

-Tú puedes quedarte aquí mientras, no creo que tarde mucho-

Negué con la cabeza y sonreí. No quería estar sola allí sin ella 

-No te preocupes, aprovecharé para pasar por casa y que vean que estoy viva-

Rio más tranquila al ver que yo no estaba molesta y luego colocó un mechón rebelde en su sitio. Volvió a buscar mi carne y besó mi cabeza con fuerza

-Te llamo en cuánto salga para que vuelvas entonces- 

Asentí sonriente 

Mi cuarto parecía mío por el simple hecho de saber que no era de nadie más. Ya nada reposaba allí como antes. Los cuadros eran los únicos testigos de que algo de mí había existido allí. La ropa descansaba en el armario de Cristina excepto las pocas cosas que usaba aquí. Las paredes lilas me gritaban que dónde estaban todos los libros que antes pasaba leyendo y escribiendo en la terraza. Las sábanas reclamaban mi carne que yacía marchita sobre mi cuerpo y sólo respondía si era tocada por ella. Y lo único que no se había movido de allí eran los cuadernos que años atrás le dedicaba. 

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora