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Diciembre me gustaba porque me congelaba el cuerpo y los instantes. Los abrigos de la gente llegaban hasta las rodillas y yo me divertía a veces imaginando qué podría esconderse debajo. La navidad, como siempre, se tornaba oscura. No tenía mucho trato con la mayoría de gente a la que supuestamente tenía que llamar "familia" y aquello tampoco me importaba demasiado. Envidiaba a Marta y envidiaba a todos los que se reunían porque de verdad lo sentían y no por ningún formalismo. Agradecía irme de allí pronto y agradecía tener algún sitio al que ir después de desaparecer.
Los últimos días de clases tuve que ir a recoger a mi hermana. Tenía diez años menos que yo y la secundaria le estaba sentando demasiado bien para mi gusto. Se pasaba las sobremesas haciendo deberes a regañadientes y luego desaparecía para alguna actividad extraescolar absurda que ocupaba toda su tarde. Sabía que mis padres le invertían más tiempo a ella que a mí cuando tenía su edad, pero comprendía que eran ya bastante mayores, y que tendrían miedo de no volver a estar a la altura de criar a otra hija o de que la hija no estuviese a la altura del mundo, tal vez, y esto último a veces lo pensaba por puro egoísmo y ciertos celos bien guardados, mis padres no querían ver a mi hermana reflejada en mí.
Una de aquellas mañanas me acerqué con tiempo a la puerta del colegio, los de primaria salían por un sitio distinto y a una hora distinta que los de secundaria y mi hermana me había ordenado que la esperase allí. Así que aún sintiendo las punzadas por todas las extremidades de mi cuerpo, decidí no hacerles caso y olvidar la posibilidad de verla.
Apoyada en la pared de uno de los chalets que estaban frente a aquel edificio, saqué un cigarro y lo encendí. Miraba cada ventana, la fachada, la azotea. No había cambiado mucho, pero yo la sentía distinta. Las voces de los niños se enjugaban con algunas palabras de algún profesor y yo aguzaba el oído por si reconocía algunas voces, por si la reconocía a ella. Conté las ventanas intentando adivinar cuál era la suya pero no tuve éxito en mi trabajo y terminé por desistir.

-¡Evora!-

Escuché el grito de mi nombre y giré mi cara al sonido
Sonreí

-¿Qué tal estás Paula?-

Devolvía una gran sonrisa de oreja a oreja

-Hace mucho que no nos vemos, ¿Cómo va todo?-

Asentí mientras daba la última calada a mi cigarrillo y lo descuartizaba con fuerza apretándo mi zapato contra el suelo.

-Va todo bien, como siempre -

Paula me miró con ojos risueños, recordaba cuando me pasaba apuntes a principio de curso, y nunca entendía ni entenderé por qué se portaba tan bien conmigo

-¿Cómo vas en la carrera? -

Sonríe y abre los ojos acercándose aún más a mí, noto que de verdad le interesa saberlo

-Bien, no puedo quejarme, aunque dicen que estos años suelen ser de los más duros-

Asiente dándome la razón con un gesto de total y absoluta convicción. Y no me responde nada, como si no tuviese nada que objetar o añadir a mi sentencia.

-¿Qué tal tú? -

Me mira, sonríe y hace una pausa, inspira todo el aire que puede y siento que voy a permanecer allí anclada mil horas escuchando un discurso interminable

-Acabando-

Me sorprende y satisface a partes iguales lo escueta que ha sido. Y vuelvo a permanecer en silencio mientras asiento mirando de nuevo al suelo. Pero ella vuelve a traerme de vuelta

-Oye-

La miro

-¿Sabes que van a hacer un acto el último día de clases? -

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora