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La semana restante una fiebre se apoderó de mi cuerpo, pasaba la mayor parte del día metida en la cama y cuando el sol caía y llegaba la tarde, las decimas me subían y mi cuerpo no cesaba de temblar. Las pastillas y los antibióticos que el médico me recetó no me hicieron absolutamente nada. Sudaba continuamente y una tos ruidosa me apuñalaba la garganta casi a cada segundo. Tuve que decirle a Kadu que no podría ir a trabajar, me exigió cuidarme y me dijo que no me preocupase.
El domingo por la noche el termómetro marcaba cuarenta y un grados, mi madre se asustó al ver que mi cuerpo se descontrolaba a causa de los temblores y que un pitido saliese de mí a cada respiración que daba. Decidió montarme en el coche y llevarme al hospital más cercano mientras mi padre se quedaba en casa cuidando a mi hermana.
Me atendieron casi al entrar por la puerta y comenzaron a hacerle numerosas preguntas a mi madre mientras que a mí sólo me exigían responder lo necesario.
La preocupación de aquellas personas me asustó tanto que pensé que me moría y entonces ya no supe si temblaba por miedo o por la fiebre.
Me hicieron algunas pruebas y decidieron ingresarme para que pasase la noche allí. Mi padre dejó a mi hermana con mis abuelos y apareció lo más rápido que pudo. Finalmente un médico de una avanzada edad y con un gesto cansado diagnosticó una bronquitis aguda.
Dos días después me dieron el alta, me encontraba mejor después de todas las pastillas que me había tomado en esos días pero aún tenía que seguir cuidándome. Había avisado a Hugo y Diego de que no podría asistir a clase aquellos días y me tranquilizaron asegurándome que intentarían coger los mejores apuntes de todos los años de carrera sólo para mandarmelos.
Marta vino a verme un par de veces y agradecía su compañía cuando estaba sola en casa. Jose y los demás me llamaban constantemente preocupados por mi estado y a cada día que pasaba del calendario, sentía más ganas de poder salir a la calle.
La semana siguiente mi madre por fin aceptó que iría a la universidad y guardó en mi bolso mil blistes de pastillas, un termómetro y otros mil paquetes de pañuelitos.
Entré entusiasmada de recuperar la rutina que a veces tanto odiaba y vi una sonrisa sincera dibujada en los ojos de mis amigos cuando me vieron aparecer en el aula. Me senté con prisas y me quité la bufanda que mi madre me obligó a llevar puesta

-Ya te comenzábamos a echar de menos-

dijo Hugo en tono alegre

Les sonreí y apunté que gracias a mí al menos se habían esforzado en tomar mejores apuntes. Me dieron la razón a regañadientes.

A mitad de clase Diego dió un respingo en su asiento y acercó su cuerpo al mío

-Se me olvidaba contártelo-

Lo miré divertida mientras escondía mi rostro entre el pelo para evitar que la profesora nos viese charlar

-Una mujer nos preguntó por tí el otro día-

Arrugué la frente y mis ojos se cerraron levemente

-¿Una mujer? -

-Sí, de unos cuarenta años. Tenía el pelo corto castaño-

Caí al momento en Cristina y mi corazón se encendió

-¿Qué os dijo? - pregunté ansiosa

Diego negó con la cabeza

-No me acuerdo bien, sólo sé que preguntó por ti-

Acercó entonces su torso a Hugo que estaba en el extremo de la hilera de asientos
Susurraron algo que no oí y tiré de mi cuerpo para entrar en la frecuencia cayendo casi sobre las piernas de Diego

-Nos dijo que si éramos tus amigos y luego preguntó que dónde estabas, que llevaba días sin verte por aquí-

Mis ojos se abrieron y tuve que esconder la media sonrisa que se dibujaba en mi rostro
Asentí y quise restarle importancia

OficuoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora