IV. 16. Lo que se viene es una guerra civil

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–La Flor está usando al Gaucho para rastrear los depósitos de uranio –por fin me doy cuenta.

–Eso es lo principal –admite la Negra Margarita.

–Sin detonadores y un laboratorio para enriquecerlo y no sé cuántas cosas, el uranio no le va a servir de nada.

Margarita lo mira con lástima.

–Esa es la otra parte del problema. La Flor ya consiguió todo eso.

–No puede ser –Kubrick sacude la cabeza–. ¿De dónde va a conseguirlo? En el Territorio solamente los Troy, y yo creo que puede ser un mito urbano, tienen los aparatos que hacen falta.

–Los Troy y Rozas son uña y mugre.

–Imposible. Se estaban matando la última vez que miré, y fue este lunes.

–La última vez que miraste –dice Margarita– los Pincheira no estaban persiguiendo a la Flor. Ahora sí. Mató a uno de ellos, al primogénito, y se le armó un lío infinito. No le quedó alternativa, ahora los Pincheira iban a usar todos sus recursos para neutralizarlo.

–¿Y lo aceptaron como socio? ¿Él les mata el hermano y ellos le dan un premio?

–Qué va a ser un premio. Con Rozas tienen posibilidades muy reales de conseguir el dominio del Territorio entero, y desde ahí pueden expandirse en la Federación. Rozas sabía que él era un actor muy fuerte, que le convenía estar solo y no negociar tanto con los Troy. Ellos están muy mal vistos por la opinión pública, mucho peor que Rozas. Pero se tuvo que unir con los Troy, no le quedó alternativa. Esa fue su concesión, y el puente fueron los Pincheira. Es inestable, claro. Los Pincheira seguramente quieren venganza en algún lugar de su corazón. Pero mientras tanto son aliados. Ahora tienen un as bajo la manga que es el Gauchito Gil, y así como están, no sé cómo decirlo, pero son invencibles. Son invencibles.

Yo siento una especie de decepción. El atractivo que Rozas tenía para mí se desvanece al enterarme de que está con una agrupación que aterroriza a la población civil a lo largo y a lo ancho de la Federación, no solo en el Territorio.

–No creo que haya uranio –insiste Kubrick–. A la mina la hicieron explotar.

–No se puede hacer explotar una mina de uranio. Sería algo muy estúpido, ni los Troy harían eso. Ya ni sé si esa fue la mentira que hicieron circular. No importa. La mina es utilizable, aunque esté bien custodiada, claro, y en una ubicación más o menos secreta.

–El uranio natural no va a servirles –dice Kubrick–. Olvidate, no es una amenaza.

Margarita resopla. Ya no lo mira.

–En algún lugar del Territorio existe una uranium enrichment facility, ¿cómo se traduce?, una instalación para enriquecer uranio. Está desmantelada, eso aseguran los poderosos, pero alguien con el talento necesario la puede reacondicionar.

Kubrick aprieta los puños. Pierde la energía de pronto. Podría echarse a llorar en cualquier momento. Margarita no desperdicia la oportunidad de clavarle el último puñal.

–Eso es lo que conseguiste robando la miel de Belgrano, Kubrick. Desarmar el equilibrio que existía entre los terroristas nacionalistas y las potencias de ocupación. Al desarmar ese equilibrio, se debilitan los más o menos decentes, los que creen hasta cierto punto en el derecho internacional, los moderados que operan dentro de los Estados invasores. Los funcionarios con ideales, los políticos que van por las soluciones pacíficas. Todos esos dejaron de contar. Ya no pinchan ni cortan. Los arribistas que siempre dieron vueltas en la sombra ahora resurgen. Cuando las aguas se agitan de esa manera no es que va a haber un resurgimiento de la conciencia cívica, una mayor democracia y mejores posibilidades para el mayor número. Eso vos lo sabés igual de yo. No es eso lo que se viene.

Kubrick por fin entiende. Entiende antes que yo. Le veo una mueca de tristeza que no le conocía.

–Lo que se viene es una guerra civil con millones de muertos –dice.

***

–Exacto –dice Margarita– El grupo dialoguista, los revolucionarios democráticos si los podemos llamar así, el equipo de Sierra y compañía, ya quedó marginado. Siempre pasa lo mismo con el extremismo. Los moderados son expulsados del juego. Se vuelven irrelevantes, se los trata de tibios.

Kubrick se ríe. Yo ya sé que para él alguien como Sierra, que pretende minimizar el uso de las armas o directamente no usarlas para el cambio político, nunca va a lograr nada. No le parece posible ese tipo de "salida razonable". Margarita lo nota y apunta a Kubrick con el dedo. Seguimos avanzando en una araña que nos acuna, sin novedades a la vista.

–Pensá lo que quieras, pero yo voy a decírtelo con todas las letras –dice Margarita–. Vos volviste obsoleto a Sierra y a todo su proyecto. No es que diste una solución superadora, solamente lo volviste obsoleto. Gracias a vos ganaron los violentos. Felicitaciones.

–Yo no tengo nada que ver –se defiende Kubrick.

–Ya sé. Vos sos un oportunista, un mercenario. No digo que no tengas límites. No sos igual a los Pincheira, no digo eso. Algún límite tenés, igual que algunos valores. Pero cuando llega el momento te vendés al mejor postor, no es que tus valores tiren tanto. Y hacés cosas grandes, con consecuencias que nadie puede ni sospechar. Ahora hiciste una, como robar la miel, y pasó esto.

Venimos avanzando por la ruta. La poca vida que vemos es animal: algún perro que se olvidaron de masacrar, algún ave que planea rumbo al horizonte. El paisaje está descolorido. El sol lo ilumina apenas pero no le da vitalidad. Unas pocas nubes lo tapan, quizá sea por eso, y no hay una gota de viento.

–Bueno, basta de quejarse tanto –le digo a Margarita–. Lo que hizo este hombre ya está hecho, es de gusto llorar sobre la lecha derramada. Si podemos hacer algo, vamos y lo hacemos. Si hay que hacerlo, vamos y lo hacemos, claro que sí. Pero antes yo tengo que llevar a papá a la Tóxica. Él tiene el corazón, yo estoy seguro. A lo mejor lo dejó escondido en algún lugar del camino. Lo llevamos y volvemos corriendo a las minas de uranio.

Margarita y Kubrick se ríen al mismo tiempo. Por primera vez son aliados. Como todo el mundo, se vuelven aliados por oposición a otra persona. En este caso, a mí.

–Mirá si va a haber tiempo para eso –dice Kubrick–. Una vez que los Troy tengan las bombas no podemos hacer nada, y a lo mejor van a tenerlas en...

–Yo le calculo en unas veinte horas. Más no, si tienen a un rastreador de primera como el Gaucho Gil. Y por eso vine al Territorio, yo que estaba de lo más tranquila en una isla de Brasil. Vine corriendo y me di cuenta de que necesitaba al prototipo. Lo demás creo que ya lo conocen.

Ahí yo me quedo pensando.

–¿Por qué me necesitabas? –le pregunto.

Margarita se ríe.

–Es por tu vocecita. ¿Ya la escuchaste? ¿Y pensaste que te volvías loca? Es por tu vocecita, Antay, y para decirte que no era que te hubieras vuelto loca. Es que cuando vos la escuchás se rasga la telita de esta dimensión, y podés conectar con, bueno, digamos que con otras. No tiene nada que ver con que te hayas vuelto loca.

–Loco –le digo yo, que no la entiendo–, loco.

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