IV. 13. No hay justicia en este mundo

4 1 0
                                    

Nos retiramos hacia la parte trasera de la casa. Lo tendríamos que haber hecho antes pero nadie tiene la cabeza muy fresca ni sentido común, me parece. Hay una puerta que da un jardín. La abrimos. No parece que haya nadie. Empezamos a escuchar disparos desde la calle.

–Bérkov me hizo lastimar a ese chico chino –le digo a papá.

Él suelta a Bérkov.

–Es una manera de verlo –dice papá–. Otra es la de pensar que te está entrenando y que gracias a eso ganamos los minutos que hacían falta para que la Negra Margarita nos cubriera.

Yo quiero empezar a llorar a los gritos pero lo único que me sale es un lloriqueo. Mi propio padre defiende a Bérkov, no puede ser. Salimos de la casa y atravesamos el jardín en diagonal. Llegamos a un matorral que tapa la vista, no mucho más que eso. Bérkov lo tira abajo a patadas y llegamos a un baldío limitado por un lado por otras construcciones, y más allá por el campo árido que no se acaba nunca. Al fondo veo una línea lila que empieza a tomar forma.

Ya me había olvidado de que algo tan básico y hermoso como el amanecer podía seguir sucediendo. Hasta en el Territorio sucede, pienso.

***

–¿Maté al gendarme chino? –pregunto–. ¿Podemos saber si lo maté cuando lo hice desmayar?

–Podríamos averiguarlo, deducirlo –dice Bérkov–, si vos te acordás bien en detalle qué sentiste en el momento del ataque. O digamos de la alucinación, para no prejuzgar. ¿Te acordás de qué alucinaste?

Yo intento hacer memoria mientras caminamos al costado de las casas rumbo al sol naciente. No me pregunten por qué tomamos esa dirección. Papá se queja del dolor de pecho. Como es él, no se queja con palabras, pero yo lo veo que siente un dolor ahí. Está convaleciente de algo. Eso parece. Pero me digo, Antay, no vayas a tener miedo ni por él ni por nadie, cuando vos tenés miedo ya sabés lo que pasa. Y trato de recordar cómo desarmé al gendarme. Cómo lo desmayé, con un poco de suerte, y nada más que eso.

Recordar no es fácil. Tengo montones de impresiones superpuestas. Pero si llego a sacar algo en limpio voy a poder usarlo en el futuro, me doy cuenta. Es mi manera típica de aprender: hacer algo un montón de veces sin pensarlo, o pensándolo con el cuerpo, y después pensarlo con la cabeza, identificando lo que quiero repetir y lo que me parece buena idea dejar atrás. Pero no voy a hablarle a Bérkov sobre el miedo al miedo como algo manejable, ni mucho menos sobre la vocecita, separada de mí pero mía, que apareció más o menos en ese momento.

–No puedo recordar nada útil –digo.

Me siento con mucha presión, Bérkov es un enemigo. No quiero darle más pistas.

–Bueno –dice él–, entonces no podemos saber si lo mataste, aunque visto de afuera dio la impresión de que sí. Que le produjiste un paro, algo fulminante, esa impresión daba.

Yo ahí tengo el destello de una imagen, la de que yo, Antay Rodríguez, era una mota de polvo pero inmaterial, no una mota sino una onda magnética que podía penetrar en los objetos, y que entraba en el gendarme y le recorría el cuerpo entero sin pudor, sin comprensión, parecido a un insecto, y apretaba algo. Comprimía algo. Eso sentí yo, pero no se lo iba a decir a Bérkov.

Yo le había estrujado el corazón al gendarme. Ahora estoy bastante segura. Y el gendarme está muerto y es mi culpa.

Estoy por lloriquear de nuevo cuando vemos que desde las últimas casas, a nuestras espaldas, empiezan a venir varios vehículos blindados.

Son las famosas arañas. Pero estas no parecen norteamericanas, por el ruido salvaje que hacen al avanzar más rápido de lo que su estructura les permite.

***

No me importa que nos vayan a detener. Que probablemente me secuestren. No me importa lo que pueda pasar con Jairo. Estoy pensando en que maté a una persona y, aunque no tenga la confirmación, sí tengo la convicción. Lo siento en el estómago, estoy bien seguro y me quiero morir.

–Esto no puede estar bien –digo a los gritos–, no hay justicia en esto.

Bérkov dice que tengo razón.

–El rol de la justicia es reparar lo irreparable –dice–, no hay justicia en este mundo. ¿Cómo va a ser justo que tu hermanito esté tan enfermo? ¿Cómo va a ser justo que exista el Territorio? Si alguien te mata de un tiro, aunque después lo maten a él o vaya preso, ¿dónde está la justicia? La justicia sería resuscitarte, no hay justicia en este mundo, y lo que llamamos justicia, esa reparación falsa que no es más que un remiendo, no es más que la forma civilizada de la venganza.

–Civilizada –se ríe Roth, señalando a las arañas que ya están alcanzándonos–. Haceme el favor.

***

Cuento las arañas. Son cuatro. De una salta al suelo una arrugada y viejita. Es muy delgada y fibrosa. No pesará ni cuarenta kilos pero parece fuerte.

–Hola, Negra –dice Bérkov–. ¿Ya neutralizaste a los gendarmes chinos? Qué bárbaro, a vos te deberían coronar como a la más potente, no al Gaucho.

–¿Este quién es? –pregunta la mujer, que debe ser la Negra Margarita, mirándolo.

Ni se molesta en refutarlo.

–¿Vos de verdad sos la Negra Margarita? –le pregunto.

Al revés que Bérkov, yo le debo dar un poco de ternura, porque viene al lado mío, me levanta el mentón con dos dedos y me mira fijo. Me asusta un poco, no demasiado. Me asusta lo suficiente, eso pienso. Siempre hay que encontrar el punto justo de las cosas, hasta del susto que causamos en lo demás, y eso es algo que ella debe tener muy claro.

–El prototipo –dice–. Te reconocería en cualquier lado.

–Yo no soy ningún... –empiezo.

Pero me doy cuenta de que si todos me ven como una cosa, si todos me consideran lo mismo, algo de razón tendrán. No puedo oponerme a todo el mundo, no me parece que esté bien, ni siquiera cuando los demás se equivocan.

Porque cuando todos los demás se equivocan y vos tenés razón, si a eso le sumás un poco de tiempo, termina volviéndose verdad que ellos tenían razón y vos te equivocabas. Es así de sencillo en este mundo, salvo que logres convencer a los demás. Y convencer a los demás es mucho más difícil que cambiarse a sí mismo. Así que está bien, soy el prototipo, mucho gusto.

El TerritorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora