IV. 15. Los hermanos varones nunca tienen corazón

6 2 0
                                    

–Yo no tuve la culpa –dice Kubrick.

La araña que quedó encajada ya está libre. Algún tipo de piloto robotizado la trae hacia nosotros.

–Vos siempre decís lo mismo –responde Margarita–. Pero una vez que robaste la miel abriste la caja de Pandora. Eso hiciste. Podía pasar cualquier cosa, y está pasando. Querías burlarte de los poderosos, está bien, pero no era la manera.

–Yo no quería burlarme de nadie, ya estoy viejo para eso –dice Kubrick.

Margarita no le presta atención.

–Encima trajiste al prototipo –me mira y sonríe–. Lo trajiste al centro del incendio y puede hacer que el incendio se convierte, no sé, en una tormenta de explosiones. ¿Cómo fue que lo trajiste?

–Yo estoy presente, gracias –digo–. Si querés saber algo, me preguntás a mí. A mí nadie me trajo a ningún lado, yo vine por mis asuntos.

–Trajiste al prototipo, lo hiciste entrar –sigue Margarita sin prestarme atención– y no te paraste a pensar que si cae en las manos equivocadas va a armar un conflicto de dimensiones internacionales.

Yo me paro frente a ella.

–Yo no soy tan fuerte.

Ella me sonríe con dulzura.

–Claro que sos. Sos mucho más fuerte todavía.

–No me interesa ser fuerte. Yo lo que quiero es volver a casa con mi hermano y mi perra.

Ella sonríe.

–No importa tanto lo que te interesa. Importa lo que vas a hacer, y eso es casi siempre lo que le interesa al mundo, no a vos –hace una pausa–. Hay algo que sigo sin entender. ¿Por qué Rozas mató al Caddy en el antro de Randy Pympp, si el Caddy era uno de sus aliados principales?

***

La araña llega, Margarita nos invita a subir a Kubrick y a mí. Ella viene detrás. Yo le digo que sin mi papá no puedo viajar, y ella dice que papá va a ir en otra araña con Bérkov, Roth y algunos otros. Cuando protesto, dice que yo a mi edad no tengo que comportarme como una nena de pecho, papá va a estar bien sin mí y yo sin él.

Termino subiendo a la araña.

–Nene de pecho –la corrijo.

–Exacto, ya tendrías que crecer.

Yo refunfuño pero ni llego a explicarle. A gente de su edad, que entre pitos y flautas tiene más de doscientos años, las cosas modernas que les pasan a los chicos y chicas adolescentes les resultan incomprensbibles.

No haya nada que hacer. Mejor explicarle cosas que sí podría entender.

–Rozas no mató al Caddy –digo–. Yo estuve ahí cuando pasó todo. Fue el mayor de los Pincheira, Randy Pympp le decían aunque su nombre oficial fuera Manuel Pincheira. Lo mató Pympp por un enojo irrelevante.

–¿Y a qué se debía ese "enojo irrelevante"? –preguntó Margarita.

–A que el Caddy no denunció mi llegada. Nos dejó cruzar la frontera a Kubrick y a mí como si nada.

–¿Quería apropiarse de vos él solo, este Caddy?

–Creo que no vio la oportunidad desperdiciada. Nada más.

Ella me mira con curiosidad, como si en mis ojos fuera a encontrar la verdad. Le parece imposible tanta incompetencia en el Caddy, está tratando de imaginar otros motivos.

–Si Rozas llegaba una hora antes –dice con ojos soñadores, sacudiendo la cara– se evitaba todo este lío. Él hacía su golpe de Estado de lo más tranquilo y nunca iba a las salinas con Gil. Pero Rozas nunca llega una hora antes.

Yo suspiro. Me observa con curiosidad.

–Él siempre llega a la hora justa para que explote todo –digo.

–Todos te buscaban a vos, Antay. Los golpistas sabían que eras un factor clave. ¿Vos ya sabés...?

Kubrick niega y dice por mí:

–No sabe. O en realidad sí, pero se enteró tarde. Si hubiera sabido a tiempo se habría comprometido con alguno de los grupos. Habría vendido cualquier cosa a cambio de un corazón para el hermano.

Margarita reflexiona y termina diciendo algo que está a mitad de camino entre un chiste malo y una reflexión de mal gusto. Ya se contagió de Kubrick, parece:

–Los hermanos varones nunca tienen corazón. ¿O no, princesa?

–No puedo creer que me digas princesa, me ofende –le digo–. Si me vas a hablar así yo me bajo de esta araña.

Ella se ríe como si yo le hubiera dicho algo imposible y absurdo. Recién ahí la araña se pone en movimiento. Atravesamos la línea de casas y llegamos a la calle. Pronto tomamos una ruta y empezamos a desplazarnos a toda velocidad.

–Minas de uranio, allá vamos –dice Margarita.

***

–Qué minas de uranio –digo yo–. Yo tengo que ir a la Tóxica con el corazón de mi hermano. Se llama Jairo, tengo que llegar rapidísimo, tendría que ir en avión si pudiera. Yo vine a buscar a papá para hacerlo cruzar, él tiene el corazón que nos hace falta. Es algo muy urgente.

–Estuve viendo el equipaje de tu papá –dice Margarita–. No tiene ninguno. Ni una valija, ni un bolso, nada. Eso significa que no tiene ningún corazón.

–Sí que tiene, cómo no va a tener –digo yo.

–Tiene corazón como vos y yo. El que necesita para vivir. No tiene ninguno de repuesto para tu hermano.

Me doy cuenta de que tiene razón. Todo este tiempo me lo quise negar, pero la verdad es que papá no tiene ningún corazón. Yo tendría que haber visto el receptáculo, si lo tuviera. Me lo habría mostrado, además.

Papá no tiene el corazón y Jairo está muerto. Es así de sencillo.

–No te hagas problemas –dice Kubrick–. Frenamos al primero que pasa y le robamos el corazón, ¿qué te parece?

***

–No me gustan esas ideas en mi araña –dice Margarita–. Que no haya leyes no significa que no haya reglas. Hay cosas que está bien y cosas que está mal, incluso en el Territorio. Acá nadie va a lastimar a un inocente, ¿me oís?

–Kubrick no lo decía en serio –digo–. Él es así, un bromista. Al menos lo intenta, porque sus chistes son bastante pobres, pero no es más que eso. Él tampoco le haría mal a nadie.

–No lo conocés –dice Margarita–. Para ser un bromista hizo un daño considerable a la Federación y al Territorio. A los grandes poderes, a las grandes potencias...

–Si les hice algún daño, me alegro –dice Kubrick–. Gente como yo somos la grieta que va a terminar quebrando la dominación de los invasores.

–Dejame terminar. A ellos les hiciste daño, es verdad, pero más daño todavía le hiciste a las personas comunes. Se militarizó todo. La poca democracia que había ya no sirve para defender ni las garantías más básicas. La policía y los gendarmes están más agresivos que nunca. Andan secuestrando sin juicio y sin declaraciones a sindicalistas y docentes. A cartoneros y militantes. El gremio del transporte quiso hacer un paro general en el Sector chino y los emisarios del presidente entraron a la asamblea y empezaron a repartir golpes. Rompieron la huelga en minutos. Los que no están presos están amansados. Lo hicieron con los extranjeros, que seguramente sean mayoría, pero también con los locales. Los antiguos argentinos y los que emigraron a la Federación. Cosas parecidas vienen pasando en todos lados. Docenas y docenas de tipos detenidos sin juicio y sin paradero determinable en Córdoba y Rosario. Suspensión de todos los pedidos de hábeas corpus en Buenos Aires. Estos desastres nacen del robo de la miel de Belgrano.

–No entiendo qué puede tener que ver eso –dice Kubrick.

–Ya tenés los puntos. Los puntos están marcados desde hace rato. ¿Tengo que trazarte la línea de punto? Bueno, te la trazo. Rozas estaba complotando con Pympp pero algo salió mal. No importa qué. Algo salió mal en el golpe de Estado que planeaban. Pero consiguió la miel y despertó al Gaucho. Ahora puede hacer lo que quiera con el Gaucho, que anda perdido y por algunos días no va a recuperar su independencia de juicio.

El TerritorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora