–¿Vos de verdad cuidabas a Belgrano? –le pregunto con emoción de niña a la Negra Margarita.
Ella es la protagonista en carne y hueso de mil leyendas modernas. Son todas posteriores a las bombas H, pero pese a lo recientes me parecen de lo más reales.
–Yo cuidé al prócer, claro que sí. ¿Y vos le robaste la miel?
Yo sacudo las manos como el que pide disculpas.
–No, no. Fue...
Busco con la mirada a Kubrick, que lleva tiempo sin hablar. A lo mejor ya debería preocuparme, porque él siempre anda diciendo un chiste malo o alguna cosita que le parece graciosa y no lo es. Recién ahí me doy cuenta de que no anda por ningún lado.
Hasta que una de las arañas empieza a alejarse a toda velocidad, y sospecho que Kubrick la está pilotando.
Kubrick, el que robó la miel. Señalo la araña en movimiento.
–Fue él. Kubrick –digo.
***
–Qué inadaptado –dice Margarita y echa a correr tras la araña.
Yo vi a varios de estos pequeños y grandes héroes, aparte de Margarita. Vi al emperador Pedro II, el Magnánimo. Vi a la Difunta Correa, vi al Gaucho Grande, que es el Gauchito Gil, y a los hermanos Pincheira, contrabandistas y sediciosos. Estos hermanos no serán héroes, pero igual son grandes, al menos por su capacidad de hacer daño, que no tenía nada de común. Cada una de estas personalidades tenía su talento especial, pero al ver a Margarita me doy cuenta de que le gana a cualquiera de ellos en precisión. Va rápida como una bala y a la vez apunta perfecto.
Ser veloz e impreciso no sirve de mucho. La velocidad, para alguien sin precisión, en el fondo es un problema, porque lo lleva para el lado equivocado. Y eso le pasa a Kubrick, no es la primera vez que lo veo. Es muy rápido, tiene los pies más ligeros del mundo, sobre todo cuando va en algún vehículo, pero muy seguido se mete en el camino equivocado y entonces más le valdría andar más lento.
Esta vez, Kubrick queda encajado contra un árbol que forma el perímetro exterior, bien fortificado, de una casa grandiosa. La araña debe tener algún mecanismo de seguridad automático porque no llega a la colisión. Solamente clava las patas en el suelo contra el árbol y se paraliza. Margarita ya está sacando a Kubrick del vehículo. Poco después lo trae al grupo. Se parece a la maestra que trae a un chico de la oreja. No hay hostilidad real, eso quiero decir, y Kubrick no se resiste.
Ni me imagino que se haya querido escapar de verdad. Me pregunto qué le estará pasando para hacer estas cosas.
–Neutralizó a la araña, la pasó a control manual y la pudo manejar –dice Margarita–, algún truco tendrá este Kubrick. No le quiero quitar mérito, don Kubrick, pero ¿qué anda haciendo usted por acá, tan lejos de los negocios importantes?
Le habla así, con cortesía, pero lo tiene apretado del cuello y parece que un poco lo ahoga. Kubrick no responde. Al principio pienso que es por su rebeldía irrelevante frente a cualquier orden que le den, pero pronto veo que no puede hablar. Ahí doy un paso, tomo la mano de Margarita y la muevo. Ella me mira. Termina moviendo la mano. Kubrick respira ruidosamente y tose. Sigue sin decir nada.
***
–No me vas a preguntar por el Gaucho Gil –dice Margarita.
Kubrick sacude la cabeza y mira al suelo. Debe ser su manera de decir que no sin parecer desafiante. Nunca lo vi así, tan venido a menos. Si lo hubiera visto así más veces no lo habría respetado tanto, es lo que pienso.
–Vos robaste la miel de la cripta –sigue ella–. Entraste al Monumento de la Bandera y te la robaste. Salió en todos los paneles. La gente harta la opresión norteamericana te puso por las nubes. Vos eras el que burlaba a las autoridades, el que que levanta la bandera de la dignidad nacional, esas pavadas decían. Y es verdad que te burlaste de los invasores, ¿pero te fijaste cuál era el precio?
–No exageres –digo yo–. No es para tanto, es solamente un poquito me miel.
Ella me mira tan fijo que cambio las palabras.
–¿No puede ser que estés exagerando? –pregunto.
–No. Yo soy la única productora de la miel de Belgrano. La única. Había ese poquito en la cripta de Rosario y ahora no queda más. Pero con esa poquita miel, vos atendeme, ¿a quién va y despierta el Gaucho Kubrick?
–Al otro Gaucho, a Gil –digo yo, fascinado por la mirada de Margarita.
Recién ahí noto que tal vez sí haya sido una enormidad lo que hizo Kubrick. No solo por la sustancia. También por las dificultades logísticas de entrar en un lugar tan protegido. Pero sobre todo por las consecuencias que tuvo el robo de la miel.
–A ver, no es así, si me disculpan –dice Kubrick–. Yo no desperté a nadie, el que lo despertó fue la Flor. Fue Rozas, no fui yo.
–Ahí va. Vos lo dijiste clarito. Si lo despertabas vos no era para tanto. Pero ahora el Gaucho Gil, nada menos que el Gauchito, un tipo más fuerte que la bomba de los ingleses, más poderoso que los misiles chinos, está a las órdenes de Rozas. No me mires así, vos sabías bien que esto podía pasar. Por el tiempo que le dure su estupor, que es proporcional al tiempo que pasó dormido y colgado de ese árbol, Gil está influenciado. Responde a la persona que lo despertó con la miel. Es decir a Rozas. No hay nada que hacer, eso ya está hecho, pero para que no termine en un cataclismo me vinieron a buscar a mí. ¿Y saben yo que les dije?
–Que ibas a arreglar todo –intervengo yo.
–No. Les dije: ya es tarde, no hay nada que hacer, a lo sumo podemos castigar a los culpables.
Ahí Kubrick sí la mira. Levanta las cejas, no los ojos. Las levanta como quien duda.
No van a perder tiempo en venir a castigarlo estando el Territorio y, en realidad, todo el Cono Sur, en una situación tan comprometida. Eso está dando a entender, no valdría la pena la molestia de la Negra Margarita.
–Así que ahora te voy a mostrar lo que es bueno, Kubrick, porque vos me estuviste poniendo a prueba –dice ella.
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El Territorio
Science Fiction...lo único que cambia es el pasado El joven Antay necesita un corazón para su hermano. Su única posibilidad de conseguirlo se halla en el Territorio, provincia donde los delitos están permitidos... La antigua República Argentina fue invadida en 198...