52. En el salón del trono

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 Klair se inclinó completamente contra el respaldo de la silla y dejó escapar un suspiro.

 —¿Ya estás cansado? Apenas ha empezado el día —preguntó Tirié mientras organizaba unos documentos.

 El joven miró a través de la ventana. El cielo estaba prácticamente despejado, solo había unas pocas nubes manchándolo. Era un día radiante. Y la perspectiva de tener que pasarlo dentro de un edificio deprimió aún más al chico.

 —Pasé una mala noche —respondió finalmente.

 —Bueno, hoy no tenemos mucho trabajo. Quizás después podríamos hacer algo —sugirió Tirié.

 —La verdad, me vendría bien.

 El chico cerró los ojos por un instante, pero notó un extraño cambio.

 Inmediatamente, abrió los ojos. Ya no estaba en su despacho de la prisión.

 Al principio, le costó reconocer el lugar, seguramente porque no estaba bañado con los habituales rayos de luz blanca. La sala estaba en una penumbra muy poco particular y extremadamente inquietante.

 Cuando se dio cuenta de dónde estaba, todo hizo clic en su cabeza. Se giró e inmediatamente se arrodilló.

 Estaba en el salón del trono de Mandjet. A su lado estaban los otros tronos de los Ojos Blancos. No era normal que los hubiesen reunido de esa forma.

 Todo estaba en silencio. Lo único que lo rompía era el periódico golpeteo de un dedo contra el reposabrazos del trono. Klair dirigió la mirada hacia ahí. A un lado del trono, estaba su padre, Eburneo. Al otro lado, había una espada flotando en el aire. Sentado y con la frente ligeramente apoyada en una mano, se encontraba Emón.

 Nadie dijo nada durante un rato. En ese periodo de tiempo, Klair notó tres cosas. Los Tronos estaban reunidos ahí a excepción de Saidas; Rezzo parecía excesivamente nervioso; y Emón estaba muy enfadado.

 Esto último Klair no lo dedujo por la cara del dios. Era más bien por una especie de aura. Esas cosas eran extremadamente difíciles de percibir, pero esta vez el mismísimo aire parecía contener la respiración por miedo a enfadar más aún al rey.

 La capacidad de Klair para percibir emociones era muy limitada y, si en su lugar hubiese estado un ulemo de verdad, mucho más sensibles, como era el caso de Tirié, la ira de Emón podría haberla matado si no se preparaba.

 El chico apartó ese pensamiento de su cabeza y, tras unos segundos, esa sensación de ira desapareció. Emón se enderezó en el trono y la sala entera volvió a tener los niveles de luz habituales.

 —Perdonadme —dijo Emón—. Lamento que hayáis tenido que verme así y también os pido perdón por invocaros sin previo aviso. Me temo que tengo malas noticias. La gema de Aurixe ha sido robada y Saidas... ha muerto.

 Un murmullo recorrió la sala. Los tronos que no lo sabían, hablaron entre ellos.

 —¿Cómo murió? —preguntó rápidamente el segundo trono.

 —Asesinado. Recientemente, Zuei encontró el templo ulemo de Agdenor. Aparentemente, Exeri había estado reuniendo ahí un pequeño ejército de demonios.

 —Imposible —susurró Klair.

 Emón claramente lo escuchó, pues dirigió una mirada curiosa al chico, como esperando a que elaborase.

 —Cuando interrogamos a Krada —empezó Klair—, nos comentó que los templos ulemos están ocultos y que solo un ulemo podría encontrarlos y abrirlos. Krada ha estado todo este tiempo encerrado y Tirié no sabe dónde están.

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