49. La gema de Aurixe

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"En honor a los cuatro héroes que detuvieron a Exeri:

Eburneo, de las cien caras.

Yad, el sangriento.

Krada, el renacido.

Sif, portadora de las estrellas."

 Sver y Shura se quedaron mirando la puerta un rato. Era imposible que la gema no estuviese al otro lado.

 —¿Tenéis por costumbre quedaros atontados con las puertas? —preguntó Tenai— Vamos, cuanto antes salgamos de aquí, mejor.

 La chica se acercó alegremente hacia la puerta e intentó abrirla con un empujón, pero resultó ser más pesada de lo que parecía. Al final, la chica tuvo que mover la sombra de la puerta para lograrlo.

 La hoja se movió sin hacer ningún ruido y los tres entraron en la sala.

 Era circular y enorme. En el otro extremo de la sala se encontraba el legendario portal al mundo de los demonios. Era semiesférico y en sus bordes una especie de raíces negras brotaban sobre la pared. A lo largo de su superficie, un manto de estrellas funcionaba como barrera, impidiendo el paso.

 Más allá del portal, se vislumbraba el otro mundo. El cielo estaba teñido de azul, pero un azul distinto al de Esdria, convirtiéndolo en algo antinatural solo con eso, aunque las marcas púrpuras que lo recorrían como filamentos solo aumentaban esa sensación.

 Bajo ese cielo, cientos de lo que parecían islas flotantes de distintos tamaños estaban conectadas por puentes de raíces negras. Cerca del portal se encontraban las ruinas de un palacio, rodeadas por los vestigios de una gran batalla. Contra el propio portal, se encontraba un pequeño lago que penetraba hacia el mundo de Esdria en un pequeño deposito circular.

 En el centro de ese depósito, había una plataforma con un pedestal, sobre el que descansaba una pequeña gema de color verde.

 En la orilla del pequeño estanque, había una mesa llena de aparatos y cientos de papeles que se habían desperdigado por el suelo. Encorvado sobre esa mesa había alguien.

 Al escuchar los pasos de los tres jóvenes, se empezó a girar lentamente.

 —Sea quien seas, estás interrumpiendo mi investigación. ¿Es que a los de fuera de Mandjet no os enseñan modales?

 Era un hombre de piel pálida. Su pelo era largo y blanco, no teñido cómo el de muchos otros mandjetitas, sino que despojado de su color natural a lo largo de los años. Tenía chepa de tanto inclinarse sobre libros y su cara perecía cansada y estaba arrugada, aunque algo en ella delataba que no era aún la de un anciano.

 Sobre sus hombros descansaba una larga capa hecha de escamas oscuras y, bajo esta había una túnica blanca bordada con toques dorados. Alrededor de su cuello había un collar del que colgaban varias gemas brillantes e irregulares.

 Sus ojos marrones se posaron sobre Shura.

 —¿Quién ha dejado entrar a esa creída? —dijo con asco mientras señalaba dramáticamente a la psíquica.

 —¿De toda la gente que podía haber aquí tenía que estar este? —gruñó Shura.

 —¿Crees que puedes desertar y arrastrar tus mugrientos pies hasta aquí? ¡Estás mancillando un lugar legendario!

 —¡Deserté para no tener que verte más! —respondió la chica antes de dirigirse a sus amigos—. Venga, tenemos que coger la gema e irnos.

 —Esto... ¿y él quién es? —preguntó Sver.

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