45. Saidas, octavo trono

7 2 0
                                    

 El oficio de artífice era uno muy respetado en Esdria. Después de todo, ellos eran los que sabían fabricar y arreglar artefactos mágicos y mecánicos altamente avanzados.

 Como muchos otros artífices, un curioso, hábil y joven Saidas decidió viajar a Mandjet para estudiar su profesión soñada. Allí tuvo muchas buenas experiencias: a pesar de la dificultad de sus estudios, los disfrutaba. Sus profesores (la mayoría) eran gente agradable, hizo amigos mucho mejores de los que había tenido hasta entonces. Incluso tuvo su primera pareja.

 Lyania y él eran los mejores. Al menos en su profesión. Ambos fueron sin dar lugar a dudas los mejores artífices de su generación y, como solían hacer los muy buenos artífices, abrieron un local en Mandjet y pronto empezaron a tener encargos de muy alto nivel. El propio palacio los contrataba para arreglar, diseñar y fabricar sus artefactos.

 Gracias a eso, sus habilidades aumentaron exponencialmente. Al menos las de Lyania. Los encargos más complejos encajaban con su especialización, pero Saidas se tuvo que conformar con los aburridos cachivaches de siempre.

 —Si tanto te aburres, podría enseñarte y así podrías tocar las cosas chulas —dijo ella tras una queja de Saidas.

 —Sabes que odio esa rama —respondió él—. Antes me dedicaría a inerte.

 —¡Eh! ¿Pero qué insulto es ese? De ninguna forma inerte es más interesante.

 —Intenta convencerme de lo contrario si puedes.

 Los días siguieron así. Y, poco a poco, a Saidas se le iba metiendo una idea en la cabeza. Quería viajar por el mundo y ver artefactos únicos, por muy simples que fuesen. Lo único que le detuvo fue que Lyania no quería irse de Mandjet, por mucho que él intentase convencerla.

 A pesar de ello, tras un par de años y otro par de discusiones, fue capaz de decidirse. Le gustaba mucho su vida en ese momento, pero llegó a la conclusión de que su lugar no estaba ahí. Estaba viajando y descubriendo.

 Así pues, en una mañana de verano, Saidas estaba listo para partir, despidiéndose de Lyania.

 —Me cuesta creer que te vayas —dijo ella.

 —A mí también la verdad —respondió él.

 —Sí, después de todo este tiempo juntos...

 —Sí. A pesar de eso...

 Ambos notaban ciertas palabras queriendo salir por sus bocas, pero optaron por silenciarlas con otras.

 —Te he hecho un bollo. Para que puedas cenar hoy —dijo Lyania.

 —Vaya. Si querías envenenarme podrías haberme inyectado mercurio.

 —¡Eh! ¡Que no cocino tan mal!

 —Cocinas horriblemente mal. ¿Por qué crees que cocino yo siempre?

 —¡Porque no me dejas!

 —Por supuesto que no. De todos modos, eso no importa. Aunque ya sabes lo que dicen. Un artífice que no sabe cocinar...

 —Anda, cállate ya.

 —Pero si aún no te he dicho ni adiós.

 —Bueno, quizás es que no quiero que lo digas.

 —¿Estás enfadada?

 —¡Por supuesto que no, imbécil!

 —Ajá, cuéntame más.

 —No estoy enfadada... solo un poco triste. Quizás no te habrías marchado si no hubiesemos... te voy a echar de menos, Saidas.

 —Y yo a ti, Lya. Cuídate, ¿vale?

EsdriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora