67. Por favor, permíteme este momento

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 Krada siguió las indicaciones de Sif. Caminó tranquilamente por los pasillos de los aposentos reales, una sección del palacio de Mandjet exclusiva de la familia real, hasta que llegó a una puerta cerrada.

 Suavemente, dio un par de toques en la puerta y esta se abrió. La sala estaba a oscuras, pero la luz del pasillo permitía ver el interior. Era una habitación y, sentado en la cama, estaba Emón, acariciando la cabeza de su hijo con extremo cuidado, como si temiese despertarlo.

 —Buenas noches, Krada —dijo sin dirigirle la mirada—. Por favor, permíteme este momento.

 Emón siguió acariciando a su hijo por un minuto más. Lo miraba con una suave sonrisa.

 Finalmente, se levantó y salió de la habitación.

 —¿Qué puedo hacer por ti, Krada? —dijo cuando cerró la puerta de la habitación.

 —Perdona, no quería molestarte.

 —Hasta yo tengo que atender mis responsabilidades, viejo amigo. ¿Y bien? ¿Qué ocurre?

 —Lo hemos encontrado. El original. Es tal y como lo describiste.

 Con cuidado, Krada cedió un antiguo libro a Emón. El dios lo posó sobre una mesa y con, la suavidad propia de una agradable brisa, movió las páginas. Estaban en malas condiciones y el texto estaba escrito en un idioma perdido, pero el rey no tuvo problema para leerlo.

 —Volvemos a vernos, Yigaic —dijo mientras esbozaba una larga sonrisa antes de dirigirse a Krada—. Gracias. Este libro lo escribió un antiguo traidor. A pesar de eso, era un genio y dedicó su vida a investigar el manto que divide nuestra realidad de la de los demonios. Su obra tiene un valor incalculable.

 —No podía fallarte.

 —Krada, ya has hecho más que suficiente para pagar tu deuda conmigo.

 —¿Crees que lo hago por eso?

 —No, por supuesto que no. Lo único que haces es recordarme que esta es la mejor generación de Tronos que he tenido... ¿Te has preguntado lo que pasaría si fueses inmortal?

 La pregunta pilló desprevenido a Krada.

 —La verdad es que no —respondió antes de pensar por un momento—... ¿Cómo es? ¿Es cierto que te desapegas de todo?

 —Mucha gente cree que si fuese inmortal acabaría siendo incapaz de apreciar nada. Pero se equivocan. Cuando ves a tanta gente ir y venir, empiezas a entender el valor de cada segundo —Emón dirigió la mirada a la habitación de su hijo—. Llegará un día en el que no os vuelva a ver. Ni a vosotros ni a mis hijos. Por eso quiero grabar a fuego cada buen recuerdo en mi mente.


 Unos años después, Emón tenía su cabeza llena de otras cosas. Reflexionaba con los ojos cerrados.

 Tras un par de horas, los abrió y observó el altar en el que iba a llevar a cabo su ritual. Mensenktet. Emón lo construyó varias eras atrás. Una gran estructura circular en medio del mar, constituida por enormes piedras blancas que con el tiempo se habían vuelto amarillentas.

 No. Ese color no le gustaba a Emón. Había construido ese lugar con piedra blanca por un motivo. Y entonces, restauró la piedra de todo el edificio a su color original.

 Luego contempló la sección del altar. Rodeada por columnas, en el centro una roca cristalina había sido pulida y tenía complejos símbolos grabados sobre ella. A su lado, unas escaleras permitían subir a una pequeña tarima, también de la misma piedra blanca. Ahí es donde Emón dirigiría su ritual.

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