23. Padre e hijo

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 El hijo cayó al suelo.

 No podía ganar a su padre.

 Estaban en un páramo desolado, un desierto de roca negruzca.

 El hijo recibió un golpe más y salió volando varios metros.

 Luego su padre se acercó a él, tranquilamente.

 Los dos se miraron a los ojos.

 -No lo entiendo -dijo el padre, con tranquilidad.

 -Quizás no lo puedas entender todo, idiota -respondió el hijo.

 -¿Por qué robaste la Corona? ¿Por qué liberaste los demonios? -preguntó el padre sin alterarse.

 -Era la única manera...

 -¿La única manera de qué?

 -La única manera de matarte...

 Hubo silencio durante un rato.

 -Y por eso liberaste todos los demonios... incluso los más poderosos -dijo el padre.

 -Eres demasiado poderoso... jamás podría vencerte yo solo.

 -Sin embargo, sabes los peligros que acarrea liberar los demonios. Todas las muertes que ha habido, el sufrimiento...

 -Me da igual...

 El padre se sorprendió y luego recuperó la compostura.

 -¿Te da igual? -dijo levantando una ceja, pero aún tranquilo- ¿Cómo puede darte igual? ¿Acaso te has olvidado de él? Se sacrificó para poder confinar a los demonios. Se sacrificó para que todos pudiesen tener una vida... para que tú pudieses tener una vida. ¿Cómo puedes hacer esto? Creía que él te importaba.

 -¡Cállate! ¡Cállate de una vez! ¡Si hago esto es por él! 

 El hijo reunió todas sus fuerzas. Se levantó y lanzó un puñetazo a su padre.

 Sin embargo, ya no estaba ahí.

 Una fuerza empujó al hijo varios metros. Luego su padre se materializó de la nada enfrente suyo.

 -Estoy harto de tus juegos -dijo el hijo.

 -Ya es la segunda vez que sello a los demonios -dijo el padre como si no hubiese escuchado nada-. ¿Sabes cuál es el propósito de la Corona Verde?

 -No quiero una de tus estúpidas lecciones.

 -Han pasado muchos años desde que forjamos la Corona Verde. Es un artefacto que permite controlar los demonios, pero eso ya lo sabías. Obviamente, algo así puede usarse para gran bien o para gran mal. Siempre he tenido dudas de si fue buena idea fabricarla por eso mismo... y lo mismo me pasó contigo. Cuando vi que heredaste mis poderes psíquicos, supe que podrías llegar a ser extremadamente peligroso. Sin embargo, sabía que también podrías ser todo lo contrario. Durante muchos años hiciste que me sintiese orgulloso de ti. Eras fuerte, pero justo. Listo, pero amable. Siempre defendiste a quien lo necesitaba y castigaste a aquellos que hacían daño a los demás.

 -No vengas a darme tus sermones.

 -Cuando le maté... cuando destruí su alma... ¿sabes cuáles fueron sus últimas palabras? Deseó que tú fueses feliz.

 El hijo se levantó e intentó golpear a su padre con los puños, pero este lo esquivaba como si nada.

 -¡Era como un hermano para mí! -gritaba el hijo.

 -También era como un hijo para mí -decía el padre mientras evitaba los golpes-. !Y mucho más de lo que tú eres!

 El padre le tiró.

 -Sabes que es imposible que me ganes -dijo.

 -Juro que no pararé hasta que estés muerto, Degúmines.

 Degúmines sonrió.

 -Odio esa sonrisa de superioridad -dijo el hijo.

 El padre lo miró durante unos segundos.

 -Lo siento -dijo finalmente Degúmines.

 -¿Qué?

 -Voy a tener que matarte. Me advirtieron de que serías peligroso, pero quise darte una oportunidad. Ahora veo que estaba equivocado.

 El hijo se levantó y miró a Degúmines a los ojos.

 -Si vas a hacerlo, hazlo -dijo-. Acaba conmigo como hiciste con él. Hazlo. ¡Hazlo si te atreves!

 El padre cerró los ojos. Dudó por un momento, pero al final los abrió y Degúmines sostuvo la mirada a su hijo por última vez.

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