41. Sala de los espejos

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 Era una alta torre en la capital de Agdenor. Le habían preparado una sala llena de espejos específicamente para él. Saidas, octavo trono de los Ojos Blancos, se sentó ahí otra vez más y se concentró. A pesar de llevar poco tiempo entre los Ojos, se había convertido en el mejor manejando los espejos mágicos, lo que le aseguró su puesto actual.

 Esta era su misión: encontrar el templo Ulemo de Agdenor.

 Lord Emón le había dicho que tras la traición de Krada, era de vital importancia encontrar los templos. Por supuesto, eso no era una tarea simple. Lo único que saben los Ojos es que existen tres templos. El primero está en Agdenor, el segundo en Varod y el tercero en Oronus.

 Su ubicación era un secreto que los ulemos habían guardado con mucho recelo, incluso de sus propios estudiantes hasta que prácticamente no acababan su entrenamiento. Sobra decir que eso dificultaba en exceso la tarea de Saidas.

 La única información que tenía venía de leyendas y rumores. Que si el primer templo está al nordeste, que si el de Oronus está hechizado y solo aparecerá si has ido a los otros dos...

 La opción menos mala era intentar encontrar primero el templo de Agdenor. Los espejos mágicos permitían a Saidas mirar a través de cualquier reflejo y la enorme cantidad de ríos y lagos que había en el país permitía desplazar su mirada increíblemente rápido.

 Incluso si eso no fuese suficiente, contaba con un par de espejos flotantes que usaba para escanear otros puntos ciegos.

 Tras unas horas de búsqueda inefectiva, se desvinculó de los espejos. Necesitaba beber algo.

 —¿Ha habido éxito? —preguntó una voz detrás de él.

 Saidas se giró e inmediatamente se arrodilló.

 —Perdón, Lord Emón, no sabía que estaba aquí, no pretendía hacerle esperar.

 —Tranquilo, Saidas, he llegado hace poco —dijo la divinidad—. Puedes levantarte.

 —Ha venido a comprobar mi avance, ¿no?

 Emón se rio.

 —¿Y no podría ser que viniese a charlar con uno de mis tronos favoritos? Llevas horas trabajando, ¿necesitas algo?

 —La verdad es que tenía sed.

 Frente a Saidas apareció una mesita con una jarra blanca llena de agua y un vaso.

 —Sírvete tú mismo.

 —Gracias.

 Saidas tanteó la mesa un poco hasta que pudo agarrar la jarra y el vaso. Luego lo lleno y empezó a beber.

 Cuando era pequeño, Emón le pareció siempre una figura inalcanzable. Sin embargo, ahora que acababa de convertirse en un trono, no se encontró con un ser frío e intocable, no el fiero dios de las leyendas.

 Para Saidas, el rey era más bien como una especie de figura paterna. Era amable y cercano. Siempre le había tratado bien desde que lo conoció.

 —¿Estás cómodo trabajando en esta habitación? —preguntó Emón.

 —Sí. La verdad es que es un sitio tranquilo en el que poder concentrarse.

 —Eso está bien. Por cierto, Saidas, ¿hay noticias del demonio mayor que pedí que capturases?

 —Me temo que se está escondiendo excepcionalmente.

 —¿Y has tenido éxito en tu búsqueda del templo ulemo?

 —No, Lord Emón.

 El rostro del rey se ensombreció ligeramente.

 —¡Perdóneme! —se apresuró a decir Saidas, temiendo haberlo decepcionado— Si me da un poco más de tiempo prometo que...

 Emón se rio.

 —Tranquilo. No es por ti. Estás haciendo muy bien trabajo. Tienes una tarea muy difícil. Entiendo que no hayas sido capaz de hacerlo. Es solo que queda demasiado poco tiempo.

 —¿Poco tiempo? ¿Para qué?

 —Hum... ¿No te lo había comentado antes?

 El chico negó con la cabeza.

 —Se acerca un gran día, Saidas. Llevo preparándome mucho tiempo. Incluso me cuesta creer que quede tan poco.

 —¿Qué es lo que quiere hacer?

 —De una vez por todas, destruiré un profundo mal que lleva mucho tiempo asolando las estrellas. Cuando el manto entre mundos se debilite completamente, actuaré.

 —¿Va a destruir a los demonios?

 —Es imposible destruir a todos los demonios, Saidas, pero me refería a algo peor que cualquier demonio.

 —¿Y cuándo será?

 —Me temo que aún no puedo calcularlo con precisión, solo tengo algunas estimaciones. Pasarán unos meses hasta que llegue ese día. Mientras tanto, tenemos que dejarlo todo preparado y queda mucho trabajo por delante.

 »No será una tarea fácil y no puedo hacerlo solo. Por eso necesito la ayuda de los Tronos —Emón se acercó al chico y apoyó la mano en su hombro—. Saidas, puedo contar contigo, ¿no?

 —Por supuesto, milord. Juro que haré lo que haga falta.

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