58. Nuberu, tercer trono

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 —Llevamos en esta cueva demasiado tiempo. ¡Nos vamos a quedar sin comida a este ritmo! —se quejó Tenai.

 —Ya te lo he dicho, no podemos salir con esta tormenta —replicó Shura.

 La psíquica se asomó a la entrada de la cueva. En efecto, la tormenta seguía ahí. Ya habían pasado varios días.

 —Esta tormenta no es normal —comentó Sver.

 —¿Por qué lo dices, enanito? —preguntó la sombramante mientras sumergía la mano en su sombra y sacaba de ella unas uvas que empezó a comerse.

 —¿Desde cuándo puedes hacer eso?

 —¿Las uvas? Las robé en Aurixe.

 —No me refiero a... espera, ¿no habías robado unas gemas a un noble?

 —Corréis tan lento que me dio tiempo a coger un aperitivo también.

 —No merece la pena discutir por esto. Me refería a lo de sacar cosas de tu sombra.

 —¡Ah! Eso. Pues lo aprendería a los... ¿nueve años? No recuerdo. En cualquier caso, solo sirve para llevar cosas pequeñas. Ahora responde tú, ¿por qué la tormenta no te parece normal?

 —Demasiados truenos.

 —Hum... ahora que lo mencionas, tienes razón. No han dejado de sonar. Princesita, tú sabes por qué ocurre, ¿no?

 —¿Por qué lo iba a saber yo? —preguntó Shura.

 —Siendo tú la valiente psíquica peliblanca que se atreve a plantarle cara a cientos de demonios y a uno de los generales de Emón, me sorprende que le tengas miedo a un poco de agua. A parte, no es la primera vez que nos ocultas algo.

 —¿A qué te refieres?

 —A lo de que eras de los Ojos Blancos y... —Sver le pegó un codazo a Tenai— Perdón. Lo que quiero decir es que no te cortes. Puedes decirnos lo que sea.

 Shura suspiró.

 —Vale, no quería sonar paranoica, pero sí, tengo mis sospechas sobre la tormenta. Creo que puede ser cosa de los Ojos Blancos. Quizás han enviado a los Caballeros del Trueno para pillarnos en los montes.

 —¿Y sabes si se van a cansar?

 —Son los Caballeros del Trueno, no se cansan.

 —Entonces, ¿no sería mejor irnos de una vez? O nos enfrentamos a ellos o corremos el riesgo de quedarnos sin provisiones. No sé vosotros, pero yo lo tengo claro.

 —Tenai tiene razón —comentó Sver—. Quedarnos aquí no nos va a beneficiar en nada. Además, su herida ha mejorado lo suficiente.

 —Teniendo esa bola pegada a mí todo el día, más te vale.

 —Está bien —dijo Shura finalmente tras meditar unos segundos—. Preparad a Lars, salimos en seguida.

 Al poco rato, salieron. La tormenta les dejó completamente empapados y dificultó su travesía, hasta que Sver se cansó y deformó su orbe de ulema lo suficiente como para hacer de paraguas. Eso ayudó a hacer la marcha un poco más llevadera, pero no en exceso.

 —Quizás deberíamos habernos quedado en la cueva —se quejó Tenai.

 —Bueno, mira la parte buena —dijo Sver—. Si esta tormenta fuese cosa de los Ojos Blancos, ya nos habrían atacado o algo.

 —No llames a la mala suerte.

 Pero fue demasiado tarde. La tormenta se embraveció y pronto se vieron rodeados por nubes y potentes vientos. Cuando estos se mitigaron, ya no estaban en el suelo de piedra de las montañas que separaban los países de Agdenor y Oronus. No. Estaban mucho más alto.

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