26. Mastis, de los Ojos Blancos

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 Mastis se trataba del mejor demonólogo del mundo, aunque no siempre fue así.

 Nació en una familia de clase media, y durante años lo único que escuchó sobre demonios fue lo que contaron las leyendas y los rumores de ataques en lugares lejanos, pero a él no le importaba. Mastis vivía una vida feliz independientemente de la existencia de los demonios. Era un muchacho simple y, al igual que su hermano mayor, tenía una pasión por los animales.

 Siempre le habían llamado la atención, cualquier cosa que pudiese aprender le ilusionaba, incluso anatomía humana. Recordaba siempre la alegría que sintió cuando un ulemo le dio una charleta de medicina.

 —De mayor quiero ser médico —solía decir.

 —¿Crees que podrás curar tu torpeza? —preguntó su hermano.

 —¿Qué?

 —Coge.

 El hermano de Mastis le lanzó una botella y este tuvo que hacer varios aspavientos para evitar que se le cayese.

 —Muy gracioso —dijo Mastis.

 Los días pasaban con calma, hasta que, un día, un demonio atacó el hogar del chico. No era demasiado grande, parecía una especie de perro. El hermano de Mastis se enfrentó a él. Logró matarlo clavándole un cuchillo de cocina, pero la bestia lo mordió.

 Desde entonces, el hermano mayor cayó en una profunda enfermedad.

 Cuando ningún médico pudo diagnosticar la causa, un demonólogo indicó que se debía a un veneno que el demonio debió inyectarle cuando le mordió. No era mortífero, pero le pondría muy débil por el resto de su vida.

 Mastis lo tuvo muy claro desde entonces. Curaría a su hermano.

 El joven empezó a estudiar medicina, pero pronto descubrió que un médico normal no podría nunca encontrar una cura a un veneno demoniaco. Sin embargo, había una profesión, una que jamás se había planteado, una con la quizás podría cumplir su objetivo.

 Mastis se dirigió a Mandjet para aprender demonología. Su pasión por curar a su hermano y su curiosidad le ayudaron a avanzar rápidamente y pronto adquirió un gran conocimiento teórico que rivalizaba con algunos de los demonólogos más reconocidos.

 Sin embargo, eso no era suficiente. Un buen demonólogo debía saber cómo interactuar con un demonio, en especial cómo matarlo y cómo controlarlo.

 Aunque Mastis no era el mejor matándolos, tras muchas horas de dedicación y entrenamiento, pudo controlarlos con facilidad.

 Se le consideraba uno de los mejores demonólogos incluso entonces y, en conjunto con sus conocimientos médicos, empezó a preparar múltiples curas a venenos demoniacos.

 —Hola, hermanito —dijo Mastis en una de sus múltiples visitas a su casa original. Su hermano había sobrevivido varios años con el veneno, pero cada vez parecía perder más la voluntad de continuar viviendo—. Ahora soy un buen demonólogo... incluso los Tres Grandes Generales han quedado asombrados conmigo... ¿qué tal va tu enfermedad?

 —Tan horrible como siempre —dijo el hermano de Mastis con un suspiro.

 —He encontrado la cura para muchos venenos, pero aún no he podido encontrar con la que te curaré.

 —Deberías dejar de esforzarte conmigo... Tienes mucho talento... úsalo para mejores cosas.

 —No. No tengo ningún talento. Solo han sido miles de horas de dedicación absoluta. Y lo he hecho para curarte a ti. Jamás me rendiré. Seguiré buscando tu cura hasta que la encuentre... y la encontraré. Te lo prometo. Tan solo aguanta un poco más.

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