38. La advertencia

5 2 0
                                    

 Tirié estaba preocupada por Klair.

 Unos días atrás, había tenido que viajar a Mandjet, pero, desde que volvió, se comportaba de forma muy extraña. Estaba poco atento, como si solo pensase en otra cosa, una que le inquietaba en exceso.

 Tirié era ulema, así que, por norma general, era capaz de notar los sentimientos de la gente, salvo algunas excepciones, como Klair o Eburneo.

 —La gente se puede entrenar para que un ulemo no sea capaz de apreciar sus emociones —le había explicado Krada cuando le preguntó tras un entrenamiento—. Habitualmente lo logran a través de técnicas de defensa mental. Al principio requiere de toda tu concentración, pero con el tiempo se convierte en algo natural, como respirar.

 Sin embargo, Klair debía estar tan absorto con sus cosas que Tirié fue capaz de notar sus sentimientos, principalmente preocupación, con toques de culpa.

 Al principio no quiso preguntarle, por no decir que no se sentía capaz. Quizás simplemente era cosa de un día, pero a medida que el tiempo pasaba, la inquietud de Tirié aumentaba.

 Como todas las mañanas, Tirié se juntaba con Klair en su despacho para ayudarle con el papeleo y, otra vez, Klair estaba igual, por lo que la joven decidió que esa noche intentaría hablar con él.

 Cuando se puso el sol y aparecieron las estrellas, Tirié supo donde encontrar a su amigo. Todas las noches, el chico iba a una terraza de la prisión a "comprobar el perímetro", pero en realidad iba a mirar las estrellas.

 Aunque, a diferencia de otras veces, esa noche Tirié vio a Klair, no mirando al cielo, sino que cabizbajo y, curiosamente, sin capucha.

 —¿Klair? —dijo Tirié para llamar la atención del chico, que rápidamente se puso la capucha y se giró para verla.

 —¡Tirié! Perdona, no me di cuenta de que estabas ahí.

 —Estoy acostumbrada, tranquilo. ¿Te molesta que esté aquí?

 —¿Qué? ¡Por supuesto que no!

 La chica se acercó y se apoyó en la barandilla, mirando las estrellas. Ninguno de los dos dijo nada durante un rato.

 —¿Estás bien? —preguntó Tirié finalmente.

 —Sí. ¿Por qué preguntas?

 —Te he visto muy distraído estos días.

 —Ah... Bueno. Solo es eso, estaba un poco distraído. Es que duermo mal porque mi almohada se rompió y aún no ha habido un reemplazo.

 —Klair, yo me encargo del inventario y no has solicitado ninguna almohada.

 —¿No? Debió olvidárseme entonces.

 Tirié suspiró.

 —Klair, soy ulema, he visto tus emociones estos días. De verdad, ¿pasa algo?

 En un instante, la chica dejó de percibir los sentimientos del chico.

 —No, tranqui. No es nada importante.

 Ninguno dijo nada y surgió silencio incómodo.

 —Bueno, es tarde. Será mejor que vayamos a dormir. Buenas noches, Tirié. Descansa.

 —Tú también. ¿Quieres que te deje mi almohada?

 —¿Qué?

 —La almohada, dijiste que la tuya se rompió. Si quieres puedo dejarte esta noche la mía. Puedo dormir sin ella.

 —Ah. No, tranquila, no hace falta.

 Entonces cada uno se fue a su habitación. Tras un tiempo prudencial, Tirié, que no había logrado dormirse, escuchó los pasos de alguien y supo que eran los de Klair moviéndose por la prisión.

EsdriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora