75. El entrenamiento con Yad

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 Tras su incursión en el templo ulemo, Sver y los demás llegaron al palacio de Yad por la noche. Aunque era evidente que Yad quería hablar con el ulemo, sus deberes como rey de Varod le obligaron a despedirse de los jóvenes. No fue hasta la mañana siguiente que llamó a Sver.

 El joven entró en el mismo jardín interior en el que había hablado con Yad anteriormente. Ahí encontró al hombre, que estaba entrenando.

 —¡Ah! ¡Hola, Sver! ¡Siéntate donde quieras! —dijo Yad mientras empezaba a hacer unos estiramientos.

 El chico miró alrededor de la habitación, pero no había ningún asiento.

 —¿Querías hablar conmigo?

 —Si no fuese así, no te habría invocado. Tenemos que discutir un par de cosas sobre lo que pasó ayer.

 —Sí... ¿de verdad crees que Emón sería capaz de liberar a los demonios?

 —Sé que es difícil de creer. Es más, soy el primero que querría que no fuese así, pero, bueno, a veces la vida te decepciona.

 —Pero, ¿por qué? Por mucho que piense en un posible motivo, no se me ocurre ninguno.

 —Eso ya me lo habéis preguntado. No lo sé. Quizás esté relacionado con una venganza de algún tipo, pero no hay ningún tipo de detalles. La única persona que lo sabe es Emón... al menos la única persona que esté viva.

 —¿Y qué podemos hacer?

 —Bueno, por un lado, los ulemos han sido históricamente algunos de los mejores guerreros de la historia. Por otro lado, tengo un as bajo la manga. En cualquier caso, necesitaremos a Krada.

 —¿Sabes dónde está?

 —Oh, no, que va. Solo me hago a la idea. Sé que Emón tiene tres cárceles de alta seguridad, pero su posición es un secreto muy bien guardado. Es decir, yo fui tercer trono y solo sé dónde está una. Y estoy seguro de que Krada no está en esa.

 —Entonces, ¿cómo piensas hacer para liberarlo?

 —Ah, Krada escapará sin problemas, por eso no te preocupes. Lo importante es que tú estés a la altura. Por esa misma razón, te tengo preparado un regalo.

 Yad se acercó a un armario de madera, sacó cuatro libros y se los lanzó a Sver.

 —¡Eh! ¡Cuidado! —soltó el joven.

 —No. Ten cuidado tú. Estos libros son reliquias del templo ulemo que cogí hace unos años.

 —¿Entonces qué haces lanzándolas?

 —¡Agh! Deja de quejarte anda. Lo importante es que aquí tienes información sobre técnicas relativamente avanzadas. Conociendo a Krada, debió ser un pesado con los fundamentos, por lo que deberías ser capaz de hacer esto sin problemas.

 Sver echó un ojo a los libros, pero ninguno tenía título. Abrió uno por la mitad.

 —¡Esa técnica me gusta! —dijo Yad, mientras señalaba a un dibujo— ¡Vamos a practicarla!

 —Llamas emocionales —leyó Sver—. No parece gran cosa.

 —¿Nunca has producido llamas con tu orbe?

 —A ver, sí, pero no les he encontrado mucha utilidad. Es decir, apenas pueden encender un fuego.

 —¡Ay! ¡Tu ignorancia es carismática! No van a quemar nada que no esté vivo, tontín. Especialmente si no las cargas.

 —¿Cargarlas? ¿Te refieres a preparar una llama más grande?

 —No, eso suena a desperdicio de tiempo y esfuerzo. Me refiero cargarlas de emoción. El orbe de ulema es una herramienta que se basa en los sentimientos. Si imbuyes tus llamas de emociones tienes en tus manos un arma potente. Y, dependiendo de las emociones, pueden llegar a quemar de verdad... por algún motivo. Nunca lo entendí muy bien.

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