Inseparables

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Llegó al distrito al anochecer, regocijándose con el aire salado del mar y el hermoso cielo lleno de colores mientras el día se encontraba con la noche, uniéndose a la pereza de la multitud normalmente bulliciosa que era la gente en su distrito en las horas de sol, finalmente tranquilo al estar por fin en casa, a menos de una hora en bote de Annie y Mags, de su verdadero hogar...aquel era un pensamiento tan extraño para él, darse cuenta de que ahora tenía un hogar después de tantos años sin uno: Annie, la dulce ladrona de su corazón, le había dado un hogar al que volver.

Tomó un bote a la isla, aliviado de que el mar parecía favorecerlo como de costumbre: pudieron haberse llevado a su papá, pero al menos las aguas salvajes de su distrito siempre eran amables con él, y ahora podía volver sin necesidad de arriesgar su vida en el proceso. Nunca confía completamente en el mar pues no era un tonto, pero tampoco le temía, no cuando las personas habían demostrado ser más mortíferas y traicioneras que las mareas, y con las primeras lidiaba demasiado.

El cielo estaba oscuro cuando finalmente llegó a la somnolienta isla, y a juzgar por la ausencia de un alma deambulando en la arena, Finnick asumió que todos habían decidido acostarse temprano. La tranquilidad absoluta lo hubiera inquietado de no ser porque no había nada que le hiciera pensar que algo malo había ocurrido: el muelle no estaba adornado con velas y flores por luto, y las casas lucían normales.

La casa de Annie estaba apagada, sin nada más que una luz en la entrada como prueba de que estaba habitada. La ventana de su dormitorio apenas estaba abierta y, aunque no podía ver nada dentro por la distancia, notó que las luces estaban apagadas, algo que solo ocurría (y rara vez) cuando Annie dormía, pues odiaba estar a oscuras. Se debatió a sí mismo si era prudente llamar a la puerta, pero decidió que no valía la pena interrumpir su sueño si es que estaba dormida, no cuando ella sufría de insomnio y poder descansar era un reto de todos los días...

Entró y fue directo a la ducha, queriendo quitarse el hedor de las calles del Capitolio y su gente. Aún no se había acostumbrado a la sensación de ser usado, a pesar de todos los años. Todavía sentía la necesidad de "limpiarse", como si eso pudiera borrar cualquier rastro de lo que realmente le molestaba: podría arrancarse la piel y sospechaba que no sería suficiente pues sus cicatrices, imperfecciones que deseaba sanar hasta desaparecer, iban más allá de la piel, muy lejos de su alcance.

Si bien el regreso de Annie a su vida la mejoró en la mayoría de los sentidos, brindándole un propósito más allá de mantener vivos a otros y desear con vengarse, en ese aspecto específico solo la empeoró, pues ahora, aparte del odio hacia sí mismo y el disgusto, también sentía culpa: ella merecía algo mejor a ser escondida y compartir un hombre con quien sea a quien Snow lo vendiera...a alguien mejor...

Estaba dispuesto a matar y comer del muerto por ella, a morir por ella, pero, ¿cómo era que ni siquiera podía caminar de su mano, todo por mantener una reputación que odiaba? ¿Cómo era que él y sus futuras tributos estaban siendo castigados por salvar a una chica a la que tuvo que llamar loca y humillar frente a todo Panem, como si la despreciara a pesar de todo lo que sacrificó para salvarla? ¿Qué clase de hombre decente destrozaba la credibilidad de su amada ante el mundo, afirmando que siempre estuvo loca, y se atrevía a decir que fue por su bien? Sólo él, un Odair.

Su madre había merecido mejor que terminar atada siendo tan joven a un pescador pobre con tendencia a beber de más de vez en cuando, del mismo modo que Annie merecía algo mejor que estar atrapada en una relación con alguien que no podía ofrecerle lo mínimo indispensable: fidelidad absoluta. Ni siquiera importaba si no quería estar con otros, o el que nunca había querido o disfrutado de su vida como "amante" del Capitolio. Las acciones siempre pesaban más que las intenciones, y eso es lo que lo convertía en un mal pretendiente para la hija única menor del señor de la alcaldía, Neil Cresta, quien tanto había hecho y deshecho en vida para protegerla de todo mal, al grado de aislarla y alejarla de a quienes consideró malas compañías, incluyéndolo. ¿Acaso había sabido de alguna manera lo malo que sería su futuro desde el principio, o fue una suposición sencilla de hacer desde entonces?

Contracorriente | La Historia de Annie Cresta y Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora