Consecuencia

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Annie sintió el peso de Finnick en la cama, y la sombra de una sonrisa se asomó en sus labios cuando él la abrazó, la espalda de ella contra su pecho, sus brazos rodeándola con delicadeza. A la pelirroja no dejaba de maravillarle la ternura con la que actuaba a pesar de su innegable fuerza física. Se sorprendió al sentirlo tomar su mano, pero se dejó hacer desinteresada, sabiendo perfectamente que no era nada malo. Finnick jamás le haría daño alguno...

Su atención despertó al sentirlo anudar algo en su muñeca, y cuando miró, se encontró con la pulsera de cuerda que le había cedido a Marina como amuleto, el último regalo que Wade hizo antes de morir frente a ella...

-Johanna pensó que alguien la querría de vuelta. Se encargó de rescatarla- explicó al ver la expresión confundida en Annie, sonriendo al notar la emoción en sus antes vacíos ojos. Había extrañado ver luz en su rostro, y aunque duró poco, le hizo el día.

- ¿Cómo está? – Finnick ignoró el tono rasposo de su voz, claramente dañada por el llanto y el silencio. Aun en ese estado mísero, a él le parecía el sonido más bello del mundo. Si bien eso no le constaba, al menos sí sabía que era el que más extrañaba cuando lo hacía desaparecer en sus cierres intermitentes al mundo.

-Bien, recuperándose. Es una chica fuerte, dudo que tarde demasiado...

-...Pues por más que quiero irme, ojalá no la presionen a caminar antes de tiempo. Los doctores de aquí pueden ser demasiado crueles cuando quieren que mejores rápido...-comentó, recordando como un enfermero la ahorcó hasta que perdió el conocimiento apenas salió de la arena hecha un desastre de gritos y llantos. Las marcas le duraron días, le fue imposible olvidarlo. Ella quería olvidar.

-Lo sé. Lo siento- respondió lamentándose. Odiaba no haber podido evitarle ese calvario injusto, mismo que ocurrió cuando se encontraba más vulnerable.

-Sé que lamentas lo que pasó, pero no me pidas disculpas, pues no fue tu culpa. Solo lo mencioné porque, bueno, no se lo deseo a nadie. Johanna no es la excepción...-ella tomó su mano, la misma con la que él le había acomodado la pulsera, y la besó con dulzura, acariciando el dorso con sus delgados dedos-. Gracias por estar aquí...

-... ¿Dónde más estaría, Ann? - ella lo besó, maldiciendo momentáneamente el ángulo en el que se encontraban, pues no podía profundizar como hubiese querido. Igualmente, no se giró. Le gustaba ser la cuchara pequeña. La hacía sentir querida y protegida. Solo ella sabía lo mucho que le costaba sentirse así cuando estaba sola, recordando todo lo que había perdido hasta el momento, y lo que le quedaba por perder de equivocarse en algo, pequeño o grande, no importaba realmente...

Annie podría estar quieta el resto de su vida, y si Snow lo pedía, igual la matarían, o peor aún, a sus seres amados, y ella no podía hacer nada para evitarlo...

-Él no te hará nada, ¿verdad? Mientras que sigamos las reglas, quiero decir. Snow no te...-no pudo acabar, su voz fallándole. La simple idea de Finnick siendo lastimado le era insoportable, no podía ni imaginar lo peor. El pánico la inundó cuando no le respondió al instante-. ¿Amor?

-Él me dijo eso y, hasta ahora, no me ha mentido a pesar de sus retorcidos trucos. Es todo lo que te puedo decir sin mentirte. No quiero engañarte- ella asintió, tratando de convencerse de que le bastaba esa respuesta. Tenía que ser suficiente-. ¿Qué quieres hacer llegando a casa? – trató de cambiar el tema, y ella decidió seguirle el juego por paz mental.

-Lo que tú quieras- él alzó las cejas graciosamente, sacándole su primera risa en días. Su corazón seguía roto y la sensación de peligro no abandonaba su cuerpo, pero le gustaba pretender un rato. Al parecer, él pensaba lo mismo.

Contracorriente | La Historia de Annie Cresta y Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora