Comodidad

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- ¿Crees que le queden? - comentó Annie mientras le enseñaba los calcetines que había estado tejiendo los últimos días, a juego con una manta del mismo tono rosado-. Según Mags las medidas son para un recién nacido, pero con eso de que nació prematura...no sé.

-Yo creo que sí, bonita- comentó con ternura, jugueteando con la prenda miniatura-. Son adorables. Nina tiene suerte de tenerte como tía postiza.

-Mira quien lo dice: ¡esa niña ha recibido más regalos tuyos en su primera semana de vida que muchos en todos sus años! - ironizó risueña, sacándole una risita-. Que las hayan atendido bien en el hospital también fue tu cortesía.

-Solo le pedí a la enfermera que les echará un ojo de vez en cuando porque eran amistades mías- comentó encogiéndose de hombros-. Sal es buena gente...

-...Y está completamente enamorada de ti, que eso también ayuda bastante...-ironizó, sorprendiéndolo.

- ¿Está celosa, señorita Cresta?

-Si fuera celosa, señor Odair, no podría salir con usted- replicó con obviedad, siguiendo su juego, aunque parte de ella se estaba desahogando: él jamás comprendería lo que era salir con alguien deseado por todo el mundo, y aunque estaba segura de que Finnick ni siquiera prestaba atención a esas miradas y gestos interesados, sí que era fastidioso cuando le coqueteaban frente a ella, escenario común en su nada pudoroso o prudente Distrito 4.

-Bueno, me alegro de que no lo estés, amor, porque no tendría sentido: solo tengo ojos para ti- Annie hubiera respondido algo irónico de no ser porque la abrazó por la espalda, sacándole una risita mientras disfrutaba el contacto, suspirando cuando la beso en el cuello.

-Me alegro de que Nina y Laura estén bien ahora.

-Sí: Ari por fin puede calmarse- respondió igual de aliviado o incluso más, ya que adoraba a las chicas Barbeau desde hacía años, cuando le dieron apoyo en su orfandad a pesar de sus duras circunstancias. Aria, a pesar de sus sentimientos encontrados por la decisión de su madre, claro que se había preocupado cuando ambas casi pierden la vida en el parto.

-Pobrecita, se arrepintió mucho- y por eso había organizado una pequeña comida de bienvenida, pues Laura Barbeau era un ser parlanchín y social que había añorado el contacto humano en su tiempo internada, y su hija deseaba darle ese gusto-. Pero todo terminó bien, al menos. Muchas en su caso no podrían decir lo mismo.

-El embarazo da miedo- espetó, pensando en eso y en el caso de su amiga, Cashmere. Por el miedo real en su rostro y el tono casi infantil, Annie recordó al niño que solía tener miedo de los supuestos fantasmas en las cuevas cerca de la costa, cerca de las fronteras terrestres del distrito. Ella siempre había tenido curiosidad por ir a ver qué provocaba los ruidos extraños que la gente juraba escuchar en las noches cerca de las cuevas, pero nunca había tenido oportunidad de ir por esos lugares. Quizás ahora que Finnick no creía en fantasmas podría animarse a acompañarla a matar su interés por el lugar prohibido...

-No es nada de lo que tengas que preocuparte- respondió tratando de calmarlo, antes de agregar en el mismo tono conciliador, con un dejo de tristeza-. A ninguno, de hecho.

Su significado era obvio: la vida había decidido que los hombres no deberían sufrir el dolor de traer una nueva vida al mundo, y su actual posición como vencedores de los Juegos del Hambre había destruido esa posibilidad para ambos: contados eran los hijos de vencedores que no morían peleando en una arena, y los pocos que habían tenido esa suerte era porque sus padres, para variar, no habían sido problemáticos. Ese, desde luego, no era su caso.

Finnick se sorprendió al darse cuenta de lo triste que lo puso ese pensamiento: no es como si alguna vez hubiera planeado tener hijos de todos modos, no con el tipo de vida que tenía.

Contracorriente | La Historia de Annie Cresta y Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora