De fiesta (Parte 1)

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Finnick se había equivocado, y mucho.

Su consciencia lo torturaría por días, semanas incluso: honestamente, quería apuñalarse cien veces solo por eso...

- ¿En qué piensas ahora, guapo?

Había estado con otra persona, una mujer esta vez.

Ese no era el problema, o al menos, no era el peor problema de esa noche: dormir por ahí era rutina para él desde hacía años, le gustara o no.

No, su falta era más moral que otra cosa...

- ¿Finnick?

-No estoy pensando en mucho, guapa. Prefiero mirar -dijo suavemente, acariciando su pierna mientras la apartaba. Odiaba cuando se enroscaban a él cual víboras-, y tocar- la mujer rió mientras tomaba su rostro, besándolo con fiereza. La cortina de cabello cobrizo no tardó en atontarlo, su mente, una vez más cometiendo el estúpido error de invocar a Annie.

Había pensado en Annie mientras estaba con otra, y ahora lo había hecho dos veces.

Mirándola a los ojos, más esmeraldas que azules, claramente pupilentes, volvió a pensar en Annie: ¿qué pensaría si lo viera ahora, si supiera que fantaseaba con ella a través de una extraña?

"Definitivamente soy el peor amante del mundo", pensó mientras levantaba la mano y la enredaba en su cabello castaño rojizo, mucho más claro que la melena llameante de Annie, tratando de borrar las comparaciones de su cabeza, negándose a contaminar su recuerdo de Annie en el cuerpo de una extraña. Cerró los ojos con fuerza y deslizó la lengua en su boca, tratando de convencerla de que se callara.

-Nadie creerá que Finnick Odair me jodió- comentó mientras recuperaba el aliento tras el beso, una sonrisa estúpida formándose en su aún más estúpido rostro. Esa mujer no tenía nada que ver con su bella Annie.

-Entonces tal vez no deberías decir nada, si no crees que nadie lo creerá...- comentó con una sonrisa, tragándose la rabia, acariciando su mejilla-Podría ser nuestro secreto...- pareció considerarlo por una fracción de segundo antes de sonreír con malicia.

-Bueno, lo harán después del show que montamos en el club hace rato...- dijo con una risita, y Finnick la detestó aún más en esos momentos, recordando lo humillado que se había sentido al ser echado por indecente junto con esa imbécil que lo había rentado. Él le dio su sonrisa característica, fingiendo orgullo.

Finnick volvió a pensar en Annie, sintiéndose enfermo.

¿Qué pensaría de él si ella lo viera así, en su peor momento? A los ojos de cualquiera con juicio, ella era mucho mejor que él en ese aspecto, más fiel. Se merecía mucho más que las migajas de amor de una pareja engañosa, eso seguro. Annie debería sentirse asqueada por él...

"No elegí esto", se recordó, frenando su autodesprecio. Aquello era nocivo e inútil, y si bien no podía no sentirlo de vez en cuando, sí que podía no consentirlo en su mente. Debía ser asertivo. "No es mi culpa".

Además, Annie lo amaba, para bien o para mal: jamás pensaría nada de lo que su dañada autoestima había maquinado.

Annie...a ese punto, él siempre pensaba en ella, incluso en los peores momentos.

Odiaba pensarla en esos momentos, lo hacía sentirse más patético y resentido por su realidad decadente: no quería que eso fuera para siempre. No quería que fuera real nunca. Quería que se acabara, para siempre. Quería estar en casa en el Distrito 4, nadar bajo la luz de la luna con Annie, no tener que abandonarla a ella, ni a Mags, ni a sus amigos nunca más...

Contracorriente | La Historia de Annie Cresta y Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora