Andante

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Ya era costumbre ir a la hora de la comida donde Annie, quien lo recibía siempre con una sonrisa y un abrazo, su cariño y sinceridad expuestos con una transparencia tan conmovedora que lo abrumaba tanto como lo maravillaba.

Él no estaba acostumbrado a que las personas se abrieran de ese modo. Más bien, era todo lo contrario: él estaba rodeado, por lo regular, de gente que vivía enmascarada, en armadura de hierro, como él, a la defensiva de todo y todos. Solo el alcohol o la cólera sacaba sus verdaderas naturalezas, y eso lo hacía incorrecto en primer lugar, pues no estaban en sus cabales.

Annie era un libro abierto, en el sentido más halagador de la palabra.

A pesar de todo, ella conservaba el corazón en la mano, y vaya que era un enorme, bondadoso corazón el que ella presumía.

Finnick jamás se había sentido así, tan...ligero.

Era como si una pesada carga que llevaba con él sin saberlo desapareciera de sus hombros al estar junto a ella, y de repente recordaba que tan solo tenía 19 años: podía permitirse un poco de diversión. Hasta ahora, apenas estando con sus amigos se sentía así, pero ni entonces era tan intenso.

Por más que lo quisieran, River y Aria jamás lo habían podido volver a ver con los mismos ojos de antes de los Juegos. Annie, en cambio, y contra todo pronóstico, parecía no creerlo capaz de cometer un acto cruel.

Él sabía que era una farsa, pero vaya que se sentía bien tener a alguien que esperaba y veía bondad en él...que confiaba en él. No en su amistad, no en deudas, en él.

Sentía que no duraría.

No por algo que Annie le hubiera dicho en particular. De hecho, todo lo contrario: aunque fuera solo en silencio, ella parecía cómoda con su compañía, y él debía reconocer que valoraba más los ratos con ella que cualquier otro momento del día. Pero algo en su interior le decía que  no  duraría, que algo terrible iba a ocurrir y le quitaría aquello que habían forjado, para siempre.

¿Cuánto tardaría en verlo como el asesino que era? ¿Como el traidor, como la mercancía que era?

Si no era eso, ¿Cuánto tardaría Snow en intervenir en todo aquello? ¿Qué haría?

-Finn, ¿Estás bien? - la voz de Annie lo sacó del rincón oscuro al que habían ido sus pensamientos. Estaba volviéndose paranoico.

"Debería darme vergüenza: se supone que la estoy ayudando a ella, no al revés" se recriminó a sí mismo, antes de volver en sí. Estaban en su casa esta vez, cosa que era un avance, pues al menos Annie había salido de sus 4 paredes para cruzar la calle, y estaban comiendo el atún que él había pescado esa misma tarde.

-Sí, Ann. Lo siento, me quedé pensando... ¿Qué me decías?

-Te respondí, de hecho. Sí, mi cumpleaños es el 10 septiembre, me sorprende que aún lo recuerdes, ¿O lo leíste en mi expediente? – preguntó la pelirroja, sorprendida-. Más bien creo que es lo segundo...

-...Yo jamás leería esas cosas sin permiso, ¡Me ofendes! - la chica negó divertida, rodando los ojos por el dramatismo.

-No hay forma en que recuerdes eso de otro modo...-insistió ella, dudosa.

-...Tu recordabas el mío- sonrió arrogante al ver el sonrojo en su rostro.

-...Bueno, eso es porque el tuyo es fácil de recordar. El segundo día de los Juegos...-recordaba con amargura como mencionaron el dato durante sus juegos, 5 años atrás, sintiendo un escalofrío.

-... ¡El tuyo también lo es! - retrucó él, queriendo zanjar el tema de sus juegos. Annie arqueó la ceja, incrédula-. 3 días antes que mi mamá. Bueno, sería tres días antes que mi mamá...-se corrigió así mismo. Annie quiso decir algo, pero antes de que pudiera abrir la boca, Finnick ya estaba hablando-. En fin, creo que sería mejor advertirte el porqué de la pregunta...

Contracorriente | La Historia de Annie Cresta y Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora