Cueste lo que cueste

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Todo había ocurrido rápido, su mente desde hacía años tratando de digerirlo todo de la manera más fría y eficiente posible: quitar cualquier vestigio de él en sus actos. Eso le había servido desde la muerte de su madre: vivir rápido, morir joven, ese parecía su destino, y cual polilla al fuego él lo había seguido, ofreciéndose para los juegos, sin saber que el verdadero tormento comenzaba una vez te coronaban vencedor.

Vivir rápido, matar a Snow, morir joven. Esos eran sus nuevos objetivos. Durante 5 años de esclavitud y abuso su mente y corazón se habían clavado en esos tres objetivos, sin dejar espacio para aspirar a más. No había más.

Mags, sus amigos...ellos eran lo más cercano a una excepción, pero finalmente su razón le hacía apartarlos de ser un fin, pues sabía perfectamente que para él no lo eran, no lo podían ser, no para él.

Mags ya había vivido su vida, y aunque en ella había reencontrado parte del amor materno que había extrañado por años, sabía bien que el tiempo que ella viviera era un regalo, no algo a lo cual aferrarse para soñar a futuro. "A mi edad, una solo espera morir dormida" había dicho alguna vez mientras conversaban, y él sabía que era cierto. Mags era alguien a quien valorar en el presente y en el pasado, pero jamás se atrevería a colocarla en el futuro. No se haría ese daño a sí mismo.

River y Aria eran protagonistas de sus propias historias, mismas que iban por un sendero completamente distinto al que él recorría. Les hacía un bien dejándolos al margen. Ademas, ellos formarían sus propios hogares, como cualquier amistad.

Estarían allí, sí, pero no eran un fin al cual llegar para él. No podía construir nada con ellos, no nada trascendental al menos, por más familia que se considerasen el uno del otro. Al final no lo eran, y Finnick estaba solo.

Acabar con Snow era lo único por lo cual valía la pena seguir viviendo en esa miseria de cabaret. Cada paso más cercano a ello era un descanso de la apatía que sentía, y cada traspié en su objetivo un momento de ira que lo hacía sentir vivo a pesar del efecto ensordecedor de las drogas que consumía para ignorar. Que miserable existencia, ya lo sabía. Pero era la suya.

Vivir rápido, sin sentir alegría, pena o dolor; sin cuestionar el maltrato. Matar a Snow, cueste lo que cueste, por el bien mayor y por venganza personal. Morir joven, entre más pronto, mejor.

Salvar a Annie.

Aquello se había colado en sus objetivos de la nada, arrastrándose en su conciencia lenta y sigilosamente, hasta implantarse en ella con tal fuerza que dolía cual herida abierta.

Ella creció de a poco dentro de él.

Estúpidamente pensó que si aceptaba en quién se había convertido para el mundo: frívolo, arrogante, despreocupado, lascivo y todo lo demás... entonces no podrían lastimarlo más, ni Snow, ni ellos, ni nadie. Que ya había tocado aquel punto de no retorno en el cual ya no podían romperlo más. Pensó mal.

Nada de lo que había experimentado, ni la arena, ni las pesadillas y las noches de borrachera posteriores a ella, ni siquiera los caprichos sádicos de algunos de sus compradores más violentos a lo largo de los años, se comparaba con la agonía de estar sentado allí, viendo morir lentamente a la pequeña, dulce Annie Cresta, y saber que no podía hacer nada para ayudarla.

Quería gritar. Quería quemarlo todo, romperlo todo hasta que no quedase nada ni nadie, y a la vez, sabía que ni destrozando el capitolio entero podría cambiar algo para ella. Quería llorar, por ella, por él, por el daño que se había hecho a sí mismo dejándola entrar en su corazón, por el daño irremediable que todo aquello provocaría en Annie, su Annie.

- ¿Quieres? - la voz de Cashmere interrumpió sus pensamientos. La rubia le ofreció una taza de café, la cuarta en ya casi 12 horas desde el inicio de los juegos. Él no bebía café y era tarde, la mayoría ya había dejado el centro de apuestas para regresar en la mañana, tras dormir. Finnick ignoraba el motivo de la presencia de Ritchson, pero aceptó la taza con educación-. ¿Crema? ¿Azúcar?

Contracorriente | La Historia de Annie Cresta y Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora