Favores

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Si los días eran difíciles, las noches se habían vuelto pandemonios insufribles desde que él se fue.

Pesadillas donde la sangre, gritos, llantos, golpes y muerte eran protagónicos abundaban en su mente apenas se atrevía a cerrar los ojos, pero eso no era la novedad. Lo nuevo, lo que la dejaba muda y ovillada en su cama sin fuerzas para llorar o gritar por el pánico era especular sobre qué podría estar sufriendo Finnick en esos momentos.

Sentía miedo por Finnick, compasión, angustia. Se sentía impotente, a kilómetros de donde estaba, incapaz de siquiera consolarlo como él lo merecía. Sabía que, si ella era miserable, él lo sería multiplicado por mil, y le dolía en el corazón saberse en parte culpable de que él tuviera que acceder a esas torturas.

El teléfono sonó, lo cual era raro, pues era de madrugada. A ella no le importó, y adormilada como estaba se levantó a atender, sorprendiéndose del ruido sordo de música estridente algo alejada.

- ¿Hola? - preguntó confundida al no escuchar la voz de nadie. ¿Le habría marcado por error?

- ¿Annie? - su voz sonaba extraña-. Lamento la hora...-le recordaba un poco a como se ponía Marlowe a veces, solo que más contenido, como si tratara de disimular el arrastre en sus palabras.

- ¿Tomaste? – procuró no sonar acusadora, pues realmente no era su intención. Ella sabía que él no tomaba. Quizás por eso no le había sentado bien. Él soltó una carcajada cruda, misma que se combinó a un hipido. "Si, está ebrio" pensó Annie preocupada.

-Pareces Cosima: preocupándote porque tomé cuando bien sabes que estoy acostumbrado a cosas mucho peores...

-...No, no lo sabía. Me preocupo porque tú odias el alcohol, eso es todo.

- ¿Cómo no hacerlo? ¡A ver si no consigo matarme como el estúpido de mi padre!

-Finn...

-...¡Es la verdad! Todo el mundo me cree un viciado como él...

-...Yo no, y quienes te conocen tampoco. Creo que necesitas descansar...-trató de sonar calmada, pero el ruido de la calle no la ayudaba. ¿Finnick manejaba? Lo dudaba, pero eso no la calmó. Aún podrían pasarle cosas malas.

-...Lo siento...-lo escuchó lamentarse con voz lastimera de repente, claramente acongojado. Annie hubiera dado lo que fuera con tal de poder aparecerse allí y abrazarlo, ayudarlo a serenarse y volver a casa-. Es solo...odio esto...

-Lo sé- agradeció que no la estuviera viendo, pues, aunque su voz sonaba calmada, ella quería largarse a llorar con él, por él.

-Te extraño- ella sonrió tristemente.

-Yo también te extraño, Finn. ¿Cuándo crees poder volver?

-En una semana- la voz le salió algo entrecortada, claramente harto de permanecer un segundo más lejos de casa, ni hablar de una semana. Annie también encontraba la idea absurdamente cruel.

-El de verdad te odia- no fue pregunta. A Annie no se le ocurría otra razón por la cual Snow estuviese tan fijado en hacerlo sufrir. Finnick volvió a reír amargamente, y ella juraba que se había encogido de hombros.

-Quizás. Yo debí haber muerto en la arena, Ann. Él odia todo lo que no encaja: para él, un mocoso debió morir en la arena, no ser vencedor. En eso estamos de acuerdo- Annie decidió no replicarle, pues sería hipócrita. Ella también pensaba que las cosas serían mejores para muchos si se hubiera dejado matar como el sistema quiso que hiciera-. O quizás, solo quizás, él dice la verdad y no es personal. Snow ama el dinero del Capitolio, y el Capitolio me "ama" a mí...-sollozó una vez más, claramente herido.

Contracorriente | La Historia de Annie Cresta y Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora