Caja de Pandora

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Annie bufó, frustrada. No podía concentrarse, sin importar cuánto lo intentara.

Ella estaba tratando de dejar su tendencia procrastinadora, inspirada por la naturaleza de gran rendimiento de Finnick. Después de todo, se había comprometido a terminar su educación a través del examen de validación el próximo año. Sabía que a sus padres les hubiera gustado eso, ya que tenían la molesta costumbre de darle importancia a las cosas sin importancia, y ella no quería decepcionar a nadie, vivo o muerto. Finnick había dejado en claro que también pensaba que era una buena idea, así que más razones para que ella se dedicara. Ella misma, en el fondo, realmente quería probar qué tan abatida estaba su mente en los asuntos de aprender y mantener el conocimiento, considerando lo distraída e inútil que se había sentido ese año...

Finnick insistía en que era normal: no estaba bien, pero era normal. Todos, tarde o temprano, pasaban por temporadas sintiéndose descentrados y deprimidos, y eventualmente, con el tiempo, las cosas mejoraban. Ella quería creerle, pero en el fondo se preguntaba qué ocurría cuando de plano las cosas no mejoraban, cuando la mente saboteaba al cuerpo al grado de abandonarlo a su suerte...

"Estoy tratando de descifrar derivados, no mi mente", se reprendió a sí misma sin rodeos, tratando de retornar su atención en la libreta. Su hermano le había explicado muchas cosas, incluso le había escrito notas y fórmulas para que las memorizara, pero, aun así, no lo entendía. Odiaba las matemáticas, e incluso Finnick, quien disfrutaba de ayudarla en los problemas razonados, tendría que admitir que esos cálculos eran insufribles...

Sí, pensar en él también la estaba distrayendo. Si tan solo todo fuera positivo...

No habían estado peleando: eso no era algo común entre ellos (ambos eran personas en contra de los conflictos innecesarios, en especial con la inminente amenaza de una despedida abrupta), pero una sensación de incomodidad se estaba fortaleciendo desde un par de noches atrás, hasta el punto en que Annie estaba en su casa en lugar de en la de él, y Finnick no estaba allí haciéndole compañía como lo había estado haciendo las últimas semanas, aprendiendo junto a ella lo que no había podido estudiar en su momento mientras que Annie repasaba temas viejos de su interés, casi por ocio, entretenida de verlo tan interesado en los temas que la habían aburrido en sus años escolares.

A ella le había gustado eso, y él parecía estar divirtiéndose también en ese momento. Ahora se sentía sola, lo cual era estúpido ya que su hermano estaba durmiendo la siesta en el piso de arriba, y fácilmente podría ir a despertarlo sin provocarle enojo pues él, a pesar de todo, jamás le negaría su compañía si la pedía.

Annie lo quería allí, pero al mismo tiempo odiaba la extraña sensación de incomodidad entre ellos, misma que su silencio agravaba. Él era su faro: su única fuente de consuelo y seguridad desde que fue seleccionada en la cosecha, desde que dejó la arena, desde que murieron sus padres y su mundo e identidad cayeron a pedazos...

Y ahora lloraba: perfecto. A veces se preguntaba por qué, de entre todas las cosas que pudo ser, tuvo que ser una llorona. No es de extrañar por qué todos habían pensado que era débil en sus juegos: lo era. A veces se preguntaba cómo Marlowe y Finnick la soportaban: era una carga. Una que, al parecer, también tendía a la autocompasión...

Principalmente se sentía culpable, ya que estaba segura de que la incomodidad de los últimos días era gracias a ella. Conociéndolo, Annie estaba segura de que él estaría pensando algo similar, de ahí que le "diera su espacio" esos días. Si no lo conociera tan bien, habría percibido su solución como condescendiente, pero como lo amaba, solo empeoró su culpa.

Habían pasado los días y las noches juntos, lo que a ella le había parecido casi demasiado bueno para ser real, especialmente dada la tendencia de Snow de llevar a Finnick lejos por mucho tiempo. Estuvieron juntos una noche, abrazándose y besándose como lo hacían normalmente, hasta que sus manos intervinieron, acariciándose de una forma que no podía pasar por inocente, menos cuando decidieron ignorar la ropa...

Contracorriente | La Historia de Annie Cresta y Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora