3 de julio

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- ¿Qué estás escondiendo? - Annie se sintió extraña al ver a su tía Ysabel cerrando un cajón con una llave: la niña había asumido que estaba rota, pero al parecer, solo era privado. Ella entendía eso, pero tan joven como era, no entendía por qué no debería preguntar por secretos de adultos, menos de su tía Ysabel.

-Nada- respondió rápidamente, mintiendo terriblemente como siempre.

- ¿Por qué mientes, tía? Si no quieres decirme, está bien: no necesitas mentir- reclamó con inocencia, sintiéndose triste. Aquello pareció carcomer su conciencia lo suficiente como para que volviera a abrir el cajón, sacando un pequeño cofre-. ¿Un tesoro? - preguntó Annie con entusiasmo, y su tía le indicó que bajara la voz con un gesto-. ¿Cómo los que buscan los piratas? - volvió a cuestionar, susurrando.

-Más bien como los que ocultamos las sirenas- le mostró las joyas en su interior, similares a las flores incrustadas de piedras preciosas y la pulsera que Crane le había mandado por cumpleaños, pero claro, Annie de niña no tenía ese punto de comparación-. Si alguna vez necesitamos dinero, esto nos ayudará, Annie.

- ¿Dónde las conseguiste? Esas joyas parecen... extranjeras.

- ¿Extranjeras? ¿Desde cuándo mi niña usa palabras grandilocuentes? - bromeó su tía con cariño, con orgullo, antes de responder-. Eres muy lista, Annie. Sí, no son de aquí: esas joyas son propinas.

- ¿Propinas? ¿De quién?

-De hombres que me encontraban especialmente bonita- bromeó, y si bien de niña Annie no entendió su significado, ahora lo comprendía a la perfección-. Les gustaban mis ojos, los ojos de Cresta.

- ¿Los ojos de Cresta?

-Podemos lucir y llamarnos como queramos, pero nuestros ojos siempre nos delatarán como Cresta- comentó con dulzura, mostrándole una piedra azul-. Nuestros ojos, de tu padre, tu hermano, tuyos y míos, son más hermosos que cualquiera de estas piedras, pero eso no quita que sean útiles- volvió a guardar la joya y cerrar el cofre, ocultándolo en el cajón con llave-. Si algo me pasa, sabrás donde escondo la llave: es un secreto de sirenas, después de todo- y así fue, pues cuando ella fue asesinada, Annie no tardó en revelarle el tesoro a su padre, y el resto fue historia.

-Deseo crecer y ser bonita como tú para que los hombres me regalen joyas- Annie pudo ver el pánico en los ojos de su tía antes de soltar una risa nerviosa, negando con la cabeza.

-Créeme, amor, no quieres eso: no repitas nunca esas palabras, ¿de acuerdo? -la abrazó, y Annie no pudo más que corresponder, aferrándose al cuerpo de su tía Ysabel hasta que sintió su peso caer sobre ella, como si de repente hubiera perdido la fuerza de mantenerse erguida por sí misma, como si fuera una muñeca de trapo en vez de un ser humano.

- ¿Tía?

Al querer apartarla, Annie notó con horror su rostro desfigurado por los golpes, los cortes en su cuerpo expuesto, y la sangre de ella manchando sus manos y brazos, el hedor a muerte y putrefacción provocándole arcadas mientras que, al caer, la cabeza de su tía se desprendió de su cuello, rodando por la sala de su antiguo hogar mientras los gritos de Annie inundaban el cuarto, llorando de dolor y horror al ver el cuerpo, al ver la sangre derramarse intermitentemente, como si fuera inagotable, como si fuera ahogarla en su miseria...

-Annie- una voz llama en la lejanía, pero entre sus gritos y las voces de sus seres queridos muertos, apenas fue un ruido más-. ¡ANNIE!





- ¡Annie, despierta! - Finnick insistió alzando un poco la voz mientras trataba de interrumpir su terror nocturno. Sus balbuceos lo despertaron, y aunque al principio no parecía ser un mal sueño, más temprano que tarde empezó a llorar y forcejear con sudores fríos, sus balbuceos tornándose cada vez más desesperados, similares a gritos ahogados. Hacía mucho que no la veía tan alterada-. Vuelve conmigo, amor, Annie, por favor...- unos agónicos segundos después, por fin despertó, gritando como si hubiera visto a un muerto. Finnick sabía que probablemente era el caso.

Contracorriente | La Historia de Annie Cresta y Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora