Planes

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- ¿Qué te pasó, amor? - preguntó Annie preocupada una vez que comenzó a desvestirse para dormir. Finnick había esperado que la luz tenue de la luna a través de su ventana no fuera suficiente para que notara los moretones en su pecho y brazos, en su mayoría curados, pero no fue así. Odió ver angustia en sus ojos y ser el culpable de ello-. ¿Por qué los golpes?

-Es una larga historia, amor - le advirtió. Pero ella le instó a que se lo dijera de todas formas, a pesar de lo tarde que era y de su evidente cansancio. Y Finnick, evidentemente, lo hizo...

La expresión de Annie mostró confusión e intriga crecientes mientras Finnick le contaba a detalle sobre su último viaje al Capitolio, aliviado de no haber provocado su ira con sus imprudencias y maquinaciones para proteger a Johanna de las consecuencias de sus actos. Francamente, y dada la extraña animadversión de Annie hacia Johanna, dudó que fuera a hacerle gracia saber todo lo que hizo para evitar que la mataran a pesar de haberle pedido que fuera más prudente por el bien de ambos, pero supuso que su carácter dulce y bondadoso la cegaba para concentrarse en lo importante: habían regresado a casa a sanos y salvos.

-Entonces, ¿crees que Heavensbee la engañó para ir al baile de Snow? ¿Pero por qué? - preguntó la pelirroja, tan confundida como decepcionada: Heavensbee la salvó una vez, y si bien Finnick le advirtió sobre lo sospechoso que fue, ella en verdad quiso pensar que quizás ese acto piadoso solo fue eso, piedad. Que quizás él era prueba de que había gente buena en todos lados, incluso en un lugar tan podrido como el Capitolio, pero alguien así no hubiera puesto en riesgo a una joven como Johanna bajo ninguna circunstancia: Finnick, como casi siempre, tuvo razón sobre Plutarch Heavensbee. No podía confiar en él.

-Creo que quiere vencedores de su lado- explicó-. Si lo piensas, somos buenos peones para su juego: somos parte de las pocas personas que pueden viajar a través de los distritos y el Capitolio, aunque sea solo una vez al año, y, por lo tanto, podemos ver cómo les va a otros distritos y conocer gente de ellos, aprender de ellos. También somos personas con un odio personal hacia el Capitolio y Snow, y la mayoría no tendría nada que perder si decidiera luchar: pensó que yo era uno de esos, pero ya no. Johanna, por otro lado, : lo único que la mantiene viva es el miedo a morir y sus ganas de vengar a sus seres queridos, nada más...- Annie trató de ignorar la sensación de tristeza que inundó su pecho al escucharlo: sentía pena por Johanna y su pérdida, y por Finnick, quien mencionó aquello con tanta certeza que para Annie fue evidente que esa manera de pensar no era tan ajena para su amado, quien, a juzgar por cómo lo expresó, hasta hacía poco se consideraba parte del grupo de tributos sin nada que perder en caso de elegir rebelarse, que vivían por venganza.

-Entonces, él desea que sean voceros de su causa en los distritos...pero la mayoría odia a los vencedores- razonó en voz alta-. Y los que no, apoyan al Capitolio. Nunca funcionará...

-Intenté explicarle eso, pero fue como hablar con la pared. No quiero que nadie se involucre.

-Pero tampoco quieres que lo atrapen, ¿verdad? Porque debe haber una razón por la que no permitiste que Johanna lo delatara: se hubieran ahorrado problemas- razonó Annie.

-Soy un entrometido, no un soplón, y no pondría en riesgo a ningún otro vencedor que lo apoye para salvar nuestras vidas, no cuando había alternativas...pero ahora tendré que ser ambos y un traidor para "salvar" a Jo. Ahora entiendo que fui duro con nuestra Sol- lamentó.

- ¿Por qué no le dices lo que te dijo? Puede inventarte un nombre para decir, o algo así. No lo sé: todas las alternativas son pésimas, pero al menos así no la traicionas- sugirió Annie, desesperada por consolarlo: odiaba verlo lamentarse por algo que ni siquiera había hecho aún. Finnick estaba acostumbrado a hacer cosas que atormentaban su conciencia, pero Annie, alguien que se negó a obrar contra sus ideales siempre, odiaba pensar que tendría que elegir traicionar a una amiga por temor a perderla-. No debes cargar tu conciencia con un peso que no pueda soportar- ella lo dijo como consejo, pero fue un ruego.

Contracorriente | La Historia de Annie Cresta y Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora