En un pueblo junto al mar...

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Finnick botó su tridente molesto, fastidiado de no capturar nada. Su padre le había dicho que era cuestión de perseverancia, pero él mejor lo dejaba por hoy. De todos modos, a esa hora su madre le estaría esperando ya en casa, mejor no estresarla tardando de más.

Ellos vivían en lo que se considera "la parte baja" del 4, aunque bueno, allí no se vivía mal; a él nunca le pareció que vivieran mal, al menos. Dylan, su padre, era un pescador como la mayoría de los de esa área, y ganaba lo suficiente para proveerlos. Nunca ganaría lo suficiente como para decir que les sobrara, pero eso jamás le importó; vivían felices, y eso era lo que contaba. Maree, su madre, pensaba lo mismo.

De camino a casa, sin embargo, le llamó la atención ver un brusco movimiento en el agua. Gritos sofocados por la misma lo pusieron alerta, apurándolo en dirigirse a aquella dirección.

- ¡Ayuda! - gritaba a duras penas una niña ya muy alejada de la orilla, literalmente dando patadas de ahogado.

Antes de poder pensarlo mejor, se lanzó al agua y nadó con rapidez a su dirección, ignorando la marea. Se preocupó cuando al tomarla, lejos de sentirla agitada, la encontró quieta. Aterrado pero decidido a arrastrarla a la orilla, se enfrentó a la corriente con todas sus fuerzas, consiguiendo llevarlos de regreso a la playa.

Pero el rescate todavía no acababa, eso lo sabía bien. Checó sus signos vitales, encontrandolos presentes, más muy débiles, reviviendo su pánico al instante.

-Por favor, reacciona- empezó a tratar de reanimarla como le habían enseñado en casa. No respiraba.

- ¿Finnick? ¿Qué...? ¡Dios mío! - Finnick miró aliviado a su madre llegar, quien, seguro angustiada por su tardanza, había ido a buscarlo. Jamás agradeció tanto que fuese tan temerosa.

- ¡No respira! ¡Mamá, ayúdame!

- ¡Claro! Hazme lado- Finnick miró con atención cómo se realizaba lo que él había estado haciendo para reanimarla, consiguiéndolo para su alivio tras varios segundos. La niña tosió fuertemente mientras lloraba, expulsando el agua que se había tragado, mientras que su mamá trataba de calmarla suavemente-. Ya pasó, bonita, tranquilízate. Inhala, exhala...- empezó a indicar, mientras que Finnick sacaba de la canasta que había traído ella consigo una toalla para envolverla. La pelirroja la aceptó sin rechistar, claramente demasiado ida para responder con algo.

-Yo estaba jugando...la corriente me arrastró...-hipó entre sollozos, abrazándose a sí misma.

-No es tu culpa, mi niña. ¿Y tus padres?

-No saben que estaba aquí...perdón...

-...No está bien irte sin avisar, pero ya, no te angusties por eso. Me llamo Maree Odair, por cierto.

-Annie Cresta- se presentó suavemente-. Gracias... ¿Tú eres?

-Finnick. No hay de qué- respondió cohibido, todavía en shock de casi haber visto morir a alguien en sus brazos. Agradecía a todo lo bueno del mundo porque no hubiera ocurrido.

- ¿Cresta? Entonces vives cerca de donde nosotros. Vamos, te llevamos a casa...

-...Se supone que estaba donde una amiga. Si me ven así no me dejaran salir nunca más...-suplicó aferrándose a la toalla como si fuese una manta. Maree la miró con pena.

- Se me ocurre esto: vas con nosotros un rato en lo que se supone ibas donde una amiga, comes algo pues ya es tarde para que te quedes con hambre, y después te regresas a tu casa, que está a unas cuadras de la nuestra. Tu padre es amigo de mi marido, no se enojará de todos modos. ¿Te parece, linda? – la pelirroja asintió, aliviada-. Pero tienes que prometerme que jamás se te ocurrirá salir sin permiso otra vez, ¿Prometido? - Annie volvió a asentir, mientras aceptaba la mano de la rubia para levantarse-. ¿Y a ti te comió la lengua el gato, Finn?

Contracorriente | La Historia de Annie Cresta y Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora